Carlos Jijón
Quito, Ecuador
Debe haber sido a fines de 2006 ó en los primeros meses de 2007. Yo era Defensor del Lector del diario HOY, cuando el periódico publicó un reportaje que revelaba que el padre del entonces candidato a la presidencia de la República, Rafael Correa, había sido condenado a la cárcel, dos décadas atrás, en Estados Unidos, por tráfico de drogas.
El artículo, que conmocionó la campaña electoral, que lideraba entonces el multimillonario Álvaro Noboa, motivó varias quejas de lectores que consideraron que el medio no tenía derecho a revelar información de un hombre que había muerto hace ya muchos años y que además no tenía relevancia, argumentaban, en el contexto electoral, porque el hijo no tenía responsabilidad de lo que había hecho el padre.
Yo creí que el reclamo era válido y así se lo transmití al Editor General del diario, Diego Cornejo, uno de los periodistas que más respeto y cuya trayectoria me parece un ejemplo luminoso. Diego discrepó conmigo. Me dijo que los lectores tenían derecho a conocer el entorno en que el candidato había crecido, los valores con los que había estado familiarizado, que los hombres eran ellos y sus circunstancias y que el periodismo tenía la obligación de dar a los ciudadanos todos los elementos para que puedan tomar una decisión.
Escribo de memoria y puede ser que esta me traicione, y que sus argumentos no hayan sido tales como los recuerdo. Pero analizado el tema, revisadas las fuentes, comprobada su autenticidad y discutido sobre la pertinencia de la publicación, yo me pronuncié en la columna del Defensor del Lector en que el diario no había tomado una decisión correcta al publicarla.
Más de una década después aún reflexiono sobre si me equivoqué. He pensado en ello durante la última semana después que un amigo mío, Rodolfo Baquerizo Alvarado, incendió las redes sociales, por comentar en Twitter que Otto Sonnenholzner, el candidato que encabezaba la terna para Vicepresidente de la República, y que finalmente fue elegido por la Asamblea Nacional, es un hombre honesto, preparado y de buena cuna. Baquerizo es un hombre talentoso e inteligente al que nos une la afición por la literatura. Cuando, inmediatamente después de emitir ese tuit, fue interrogado sobre qué es lo que quería decir con aquello de «buena cuna», respondió que se refería al haber crecido en medio de un hogar bien estructurado, de padres honrados y trabajadores, y en medio de buenos valores.
Su aclaración, hecha minutos después, era tardía porque Twitter ya estaba incendiado. El tuit de Rodolfo Baquerizo había dado lugar a la más grande polémica en las redes sociales alrededor de la candidatura de Sonnenholzner: si el origen social de las personas les da derecho o no a gobernar una nación. Una especie de clasismo a la inversa que plantea que los empresarios ricos y exitosos, los banqueros de prestigio, o el descendiente de una familia de alemanes, cuyo padre ha conseguido con trabajo una sólida posición económica, no tienen derecho a gobernar. No importa si son honrados y capaces. No interesa si la fortuna ha sido conseguida con esfuerzo. La tesis es que toda persona de fortuna es sospechosa. Y que haber crecido en un hogar con valores como la honradez y el trabajo duro es merecedor de epítetos denigrantes.
Y así, no nos pareció importante que el hijo de un hombre que había sido condenado por violar y embarazar a una niña de diez años, sea candidato a la Vicepresidencia de la República. Hasta era políticamente incorrecto mencionarlo en campaña, por más que eran públicos los esfuerzos del entonces ministro por evitar que su progenitor vaya a la cárcel. Él no era responsable de los delitos de su padre.
Reconozco que no existe ningún relación directa entre la conducta de sus padres y el hecho de que los mandatarios a los que me he referido estén ahora procesados penalmente por varios delitos y uno de ellos ya en prisión. Pero no entiendo la tesis que empresarios exitosos, o los hijos de familias honradas, no tienen tanto derecho a gobernar este país como los vástagos de condenados por delitos execrables como el narcotráfico o la violación de niños. Al final cada hombre y mujer labran su propio destino. O para decirlo en palabras de Marguerite Yourcenar, en las Memorias de Adriano, en última instancia, toda redención es posible, porque las decisiones del espíritu y la voluntad priman sobre las circunstancias. Y porque no importa el lugar donde hayamos nacido, porque la verdadera cuna es aquella en que por primera vez nos miramos con una mirada inteligente. Vale.