«No puedo entender que nos acusen si no tienen evidencias técnicas», lamenta Zhou Yue, un ingeniero de Huawei, la empresa líder en fabricación de equipos de redes de telecomunicaciones, a la que algunos gobiernos podrían vetar para el despliegue del 5G, por temer que sea títere de Pekín.
La declaración se produce meses después de haber ejercido presión la Administración de Trump sobre todos los países del mundo para que no utilicen los equipos y tecnología de Huawei en el desarrollo de redes 5G de próxima generación, asegurando que los productos de la empresa china representan un riesgo para la seguridad y que la compañía tiene vínculos muy estrechos con el gobierno chino.
Zhou, ingeniero sénior para investigación en sistemas de seguridad, explica a un grupo de periodistas foráneos cómo funciona el laboratorio de ciberseguridad, en el que trabajan más de 1.500 expertos; creado en 2008 y que opera desde 2013 de forma «completamente independiente» a las líneas de producción de Huawei.
Durante la visita al laboratorio, en Dongguan (sur de China), Zhou contesta a cuestiones técnicas y se inquieta al ser preguntado por su opinión sobre los recelos de Estados Unidos, Australia o Japón a las redes 5G de Huawei, como posible periscopio para eventuales espionajes del Gobierno chino en el futuro.
Su respuesta, no obstante, apenas difiere de las que dan desde hace meses los directivos de la compañía: «Que un producto sea o no seguro tiene que basarse en estándares y no en especulaciones».
Asegura también que Huawei es la empresa que más propuestas de certificación realiza a los organismos de estandarización internacionales.
Además de ser el mayor fabricante mundial de antenas para la quinta generación de telecomunicaciones (5G) -con 40 contratos ya con operadoras, 23 de ellos en Europa-, Huawei es la segunda potencia en producción de teléfonos inteligentes, solo por detrás de la coreana Samsung.
Cada 28,6 segundos sale un nuevo móvil de cada una de las 35 líneas de producción de la fábrica de Dongguan.
La sucesión de robots de cada línea mide 120 metros y los futuros móviles circulan por una cinta transportadora que se detiene en 94 estaciones para el añadido de componentes, el ensamblaje y los diferentes test.
Doce horas trascurren desde que los chips son unidos al principio de la cadena hasta que cada móvil es etiquetado e introducido en sus cajas para la venta, con el mayor lapso en el test de fuerza, una prueba de resistencia física que dura diez horas y media.
Solo hay personas en las últimas secciones -de la 85 a la 94-, aunque con una labor tan mecánica como la de las máquinas previas: en menos de medio minuto cada trabajador hace a cada móvil recién montado decenas de chequeos, limpiezas y añadidos finales.
Alrededor de 180.000 empleados tiene Huawei en el mundo (unos 1.200 en España, 12.000 en Europa), de los que casi 97.000 son los dueños de la empresa, pues es una cooperativa, sin participación pública ni capital externo.
Junto al laboratorio y la fábrica se sitúa parte del campus científico de Huawei -que ha firmado acuerdos de colaboración con 140 universidades y organizaciones europeas-, mientras que la sede central de la empresa del logo de ocho pétalos rojos está a varios kilómetros, también en Dongguan, localidad cantonesa cercana a la populosa Shenzhen.
Es un complejo de edificios que imita a ciudades europeas, entre ellas Verona, París, Friburgo o Granada, que albergan oficinas para 10.000 empleados ahora, que serán pronto 25.000, y que en zonas adyacentes -en un recinto de 8,2 kilómetros cuadrados- incluye apartamentos de renta baja para trabajadores.
Un tranvía sin catenaria une cada tres minutos la docena de barrios de la pequeña Europa creada en Cantón, entre bosques y lagunas, con terrazas de cafés parisinos, torres medievales y castillos de cuento.
El corazón de Huawei es un entorno laboral bucólico y la otra cara de la moneda del futurista y vidrioso Silicon Valley californiano, ambas a la vanguardia del progreso tecnológico. EFE