Todo el mundo cree que los astronautas van a la Luna. Sin embargo, en cincuenta años, solo doce han dejado sus huellas allí. Los hay que han estado cerca, mucho más cerca que cualquiera de nosotros, flotando en el espacio y sabiendo que estaban haciendo algo único.
Cuatro de esos privilegiados, Franco Malerba (Italia, 1946); Fiódor Yurchijin (Unión Soviética, 1959); Pedro Duque, (España, 1963) y Matthias Maurer (Alemania, 1970) comparten con EFE sus vivencias y opiniones sobre el futuro en el espacio.
EL ESPACIO EN BLANCO Y NEGRO
Malerba fue el primer italiano en ir al espacio. Había dejado de ser «un chaval» cuando Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins conquistaron la Luna, hace medio siglo. Habla de aquel tiempo como «un periodo mágico», ocho meses frenéticos con cinco lanzamientos espaciales que culminaron con el hombre sobre el único satélite de la Tierra.
Los recuerdos del astronauta y ministro español en funciones de Ciencia, Pedro Duque, no son tan nítidos. Tenía seis años, y le trasladan a «una pensión pequeña» y «a una televisión en blanco y negro pegada al techo».
Para Yurchijin, que entonces ya soñaba con ser cosmonauta, este «gran paso para la humanidad» fue uno más en la conquista del espacio. En la URSS tenían otros héroes y el número uno era Yuri Gagarin, el primer ser humano que viajó al espacio.
LA RESPUESTA ESTÁ EN LA LUNA
Tres de estos hombres han podido ver la Luna desde la Estación Espacial Internacional -Maurer está a la espera de su primer destino- y de sentirla al alcance de los dedos, lo que sin duda ha cambiado su forma de pensar en ella.
Es el lugar «al que todos hubiéramos querido ir» -reconoce Duque- y adonde «todo el mundo cree que van los astronautas». Pero además es el primer destino técnico al que hay que volver para «para comprobar si podemos continuar con la exploración espacial».
A la espera de poder contemplarla un día desde la cúpula de la Estación Espacial o incluso de pisarla con la Agencia Espacial Europea (ESA), Maurer habla de ella como «un destino superemocional» que guarda los mayores secretos: «¿Cómo fue creado todo esto?, ¿Cómo llegó la vida a la Tierra?, ¿Hay vida más allá?. Para esas tres preguntas, la Luna tiene una respuesta».
Yurchijin, que ha pasado más de 600 días en el espacio, la ve como «un hombre común», como un objeto «al que le dedican poemas». Es «el cuerpo celeste de todos los enamorados».
Porque cuando se mira desde allá arriba, «se ve otra Luna». Tiene otro tamaño y despierta «asociaciones y recuerdos completamente diferentes», justifica el cosmonauta de Roscosmos (la agencia espacial rusa).
UN PUEBLO LUNAR
Una Luna que dentro de cinco años -si se cumplen los planes estadounidenses- volverá a dar cobijo a los humanos. Puede parecer un tiempo muy corto, pero, como todo en la investigación, se trata de una cuestión de recursos. «Eso es lo que determinará cuánto durará el proyecto», esgrime Duque.
Un regreso que pretende establecer una presencia permanente en la Luna y que Maurer imagina «como una estación en la Antártida», a la que los científicos vayan y vuelvan para «descubrir cosas que hoy ni siquiera sabemos que van a encontrar». Una estación que irá creciendo «pasito a pasito» hasta crear un pueblo lunar.
La nueva aventura lunar será una etapa imprescindible para apuntar al próximo destino, Marte, pero antes de pensar en él habrá que tener «sistemas fiables», todo un desarrollo tecnológico que ya se ha hecho parcialmente en la Estación Espacial, explica Duque.
«Pero ahora habrá que hacerlo con gravedad y en la Luna, y en un ambiente más o menos hostil», indica el astronauta español que viajó por primera vez al espacio en el transbordador Discovery en 1998 y estuvo en la Estación Espacial Internacional en 2003 con la misión «Cervantes».
Llegar a vivir en la Luna, o incluso en Marte, no será solo un esfuerzo humano. Yurchijin apunta a la labor de los sistemas robotizados con inteligencia artificial y opina que serán ellos los que creen una base en nuestro satélite.
“El ser humano no puede vivir así de simple en la superficie de la Luna. Debe cubrirse con minerales del propio satélite para protegerse de la radiación. Y también hay que cubrir los módulos. ¿Se imaginan un montón de cosmonautas en escafandras y tomando las palas? (…) «El ser humano no está para cavar la superficie lunar».
Del mismo modo, cree que Marte solo deberían ir personas cuando la travesía de ida y vuelta tome menos de seis meses. «Ir con la tecnología y la propulsión actual no vale las dificultades que supone. Somos ‘Homo sapiens’, enviemos a robots, que vuelen ellos».
EL CAMINO DE ULISES
Los primeros humanos que lleguen a Marte lo harán de una forma muy diferente a los primeros que pisaron la Luna, unos pioneros «verdaderamente valientes» que aceptaron tripular un proyecto «tan arriesgado y poco probado» como el Apolo 11, subraya Malerba, quien cree que nunca se volverá a correr un riesgo tan elevado como el que asumieron Estados Unidos y la Unión Soviética para ganar su particular carrera espacial.
Las dificultades existen igualmente, pero los astronautas de hoy son «mucho más científicos y técnicos». En cualquier caso, «queremos misiones seguras que nos permitan seguir adelante de la manera más armoniosa posible» porque las ganas de regresar a la Tierra «son siempre fuertes».
A Yurchijin le aflora su sangre griega: «El camino es como el de Ulises. Siempre estaba de viaje, pero volvió a casa. Es algo que está en la sangre».
«A Marte viajará la gente y lo florecerán los manzanos, como decía una canción soviética, pero la Tierra es nuestra casa».
“PERSONAS VERDADERAS”
Han pasado 50 años desde que tres hombres se embarcaron en una nave espacial para dar un salto de 393.309 kilómetros apoyados por unos ordenadores mucho menos potentes y con una memoria cien mil veces inferior a la de cualquier teléfono móvil.
Una odisea tan arriesgada que hay todo un movimiento que asegura que la misión Apolo 11 y los cinco aterrizajes posteriores, el último en 1972, fueron una superproducción rodada en una base militar estadounidense.
Malerba, que voló al espacio a bordo del transbordador Atlantis en 1992, se subleva contra esas teorías negacionistas y recuerda que, preparando aquella misión, coincidió con John Watts Young, el noveno hombre en pisar la Luna.
«Young no era un actor. No se habría prestado a un ejercicio de ficción, y así eran los demás. Estoy absolutamente convencido (…) Ciertamente, los astronautas protagonistas de esa aventura no eran actores, sino personas verdaderas».
Unas personas que se sienten pequeñas cuando vuelan en una nave y diminutas cuando salen al espacio. En esta situación, la escafandra se convierte en el mejor amigo del astronauta.
«Debe convertirse en tu segunda piel, tienes que aprender a sentir a través de ella», rememora Yurchijin, que ha protagonizado nueve caminatas espaciales. Durante esas salidas, «aunque no puedas mover mucho el cuello, ves todo lo que te rodea y eso es algo que no tiene comparación con nada».
«Cuando estás allá fuera y miras ese cielo negro, sin fondo y esos pequeños clavitos plateados en la infinitud, luego miras a la Tierra y comprendes hasta qué punto es única, diversa, bella y frágil. Y sientes en tu corazón que esa es tu casa, y que nosotros somos únicos, aunque puede que no estemos solos». EFE
Reportaje elaborado por Javier Alonso (Berlín), Fernando Salcines (Moscú), Gonzalo Sánchez (Roma), Noemí G. Gómez (Madrid), Carmen Rodríguez (Madrid) y Javier Marín (Madrid).