
Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España
“La primera patrulla rusa avistó el campo hacia el mediodía del 27 de enero de 1945. Charles y yo fuimos los primeros en divisarla: estábamos llevando a la fosa común el cadáver de Sómogyi, el primer muerto de nuestros compañeros de habitación. Volcamos la camilla sobre la nieve sucia, porque la fosa estaba llena ya y no había otra sepultura: Charles se quitó el gorro saludando a los vivos y a los muertos. (…) Eran cuatro soldados jóvenes a caballo que avanzaban cautelosamente, metralleta en mano, a lo largo de la carretera que limitaba el campo…”.
De esta manera describe Primo Levi la llegada del ejército soviético al campo de Auschwitz que habrían de liberar, después de que los alemanes decidieron abandonarlo ante el avance del Ejército Rojo. El miércoles último se cumplieron cien años del nacimiento de este escritor autor de uno de los relatos más estremecedores de lo que fue la vida de los prisioneros en el “lager” de Auschwitz en su libro “¿Es esto un hombre?” y que luego prosiguió en “La tregua” y “Los hundidos y los salvados” (Editorial Austral, Madrid, 2015, 2016, 2017). Químico de profesión, su formación científica le ayudó a que su testimonio alcanzara un nivel de objetividad que lo convierte en mucho más dramático aun, recurriendo a la utilización de un lenguaje riguroso y muy preciso.
En 1941 se graduó de químico en la Universidad de Turín (Italia), su ciudad natal, y al estallar la guerra se unió a la resistencia contra la ocupación nazi. Cayó prisionero de las tropas alemanas y enviado al lager de Auschwitz donde su contextura pequeña no le aseguraba la supervivencia. Sin embargo, encontró una fuente de energía que le salvaría: “Quiero sobrevivir, antes que nada y sobre todo, para dar testimonio de lo que he visto”.
Este deseo fue lo suficientemente fuerte para rescatarlo y regresar a Turín después de atravesar toda Europa en medio de un paisaje sobrecogedor de destrucción, hambre, miseria y muerte. Su primer libro, sin embargo, nadie quiso publicarlo con el pretexto de que “la gente está cansada de la guerra“, hasta que años después, en 1947, una pequeña editorial aceptó editarlo.
Su tercer libro de esta trilogía, “Los hundidos y los salvados”, lo publicó en 1986 y en él intenta darle respuesta a cuáles fueron los motivos que desencadenaron una de la mayores tragedias de la historia de la humanidad. Sabiendo las dificultades que encontraría su paso, encara la tarea convencido de que es necesario recordar, luchar contra el olvido, “porque ha sucedido y por lo tanto puede volver a suceder”.
También reflexiona aquí sobre la organización del campo de concentración que reproduce la estructura del Estado totalitario, donde el objetivo no es solo la aniquilación de la vida, sino también la destrucción de todo resto de humanidad en los prisioneros, convirtiéndolos en verdaderos muertos vivientes. Menciona el uso de la violencia continuada, desmedida, inútil, en la que los verdugos encuentran una fuente de disfrute y gozo incluso sabiendo que no es necesario recurrir a ella.
Su paso por Auschwitz lo marcó profundamente, de por vida, cayendo en periodos de profunda depresión hasta que en 1987 se arrojó por el hueco de la escalera en el edificio que vivía, suicidándose. De este modo pasó a engrosar una larga lista de sobrevivientes de los campos de exterminio nazi que no pudieron sobreponerse a la experiencia de enfrentarse, todos los días, con el horror llevado a cabo por “hombres normales engañados por el discurso irracional de un profeta”.