Bolívar solito, con o sin pantalla

Alicia Freilich

Caracas, Venezuela

Mi padre, cronista autodidacta, cantó a Bolívar en su idioma judío, el yidish derivado del alemán, en versos repletos de admiración. Era la Venezuela gomecista y la Europa nazi-fascista. Los inmigrantes buscaban  total identificación con su nueva patria y no hallándola en aquel presente de feroz dictadura se compensaron adorando a los héroes de la Independencia. La frase bolivariana “Moral y luces son nuestras primeras necesidades” guiaba su deseo de integrarse a un país entonces reprimido  pero de bastante vocación libertaria.

Antes, durante y luego del Bicentenario del Libertador, en 1983, abundaron  trabajos académicos que permiten repensarlo y descubrir cómo aquel campeón invicto para la imaginación infantil, siempre victorioso, se proyecta distinto en nuestra adulta angustia como venezolanos de primera generación natal.

Ahora se judaiza en forma genérica y progresiva. Un pequeño señor hijo de terratenientes con mucha historia tradicional, pero  a escala humana emotiva con poca geografía o propio suelo  bajo sus pies y  por eso más heroico en su radical soledad. Sobre la fija manipulación del Culto Bolivariano, tan variado como los turnos políticos, se agregaron  burdos manejos internacionales y locales  interesados, según los  cuales fue un común y corriente, burdo  de carne y hueso, contrario a la divinidad  que el oficialismo pretendía imponer. Este supuesto remedio resultó peor que la verdadera enfermedad.

Porque si es normal que los pueblos inventen sus mitos y líderes pues en ese proceso de fabulación  construyen sus culturas particulares, también es cierto que las revoluciones presuntamente científicas dispuestas a liquidar esa fantasía colectiva, acaban pintando un mentiroso, nuevo falso retrato  del héroe que les  sirve para justificar toda clase de acción incluido el crimen organizado transcontinental.

Para entender al Bolívar humano en su circunstancia existe una opción talmúdica: Usar la doble lectura de un texto, captar  su ideario y biografía  ilustrándolos  mentalmente  con imágenes  personales y en  esa comparación  de  conceptos, asociando con lo que ocurrió y sucede en la actualidad nacional, regional y mundial. Ese método  simultáneo otorga o no la vigencia del personaje a través de sus vivencias como individuo. Si Bolívar escribió “El primer deber de un gobierno es dar educación al pueblo” porque su soldadesca era de analfabetos hambrientos, vale contrastar esa declaración con el adoctrinamiento militarista del chavismo en toda su dimensión, que paso a paso anula instituciones pedagógicas civilistas desde kínder a universidades legalmente  autónomas. Así queda claro  el intento fallido de Bolívar: al concluir las guerras, construir una civilidad republicana incorruptible  en medio de selvas físicas, desiertos mentales, océanos de ambiciones personalistas.

El  brillante militar estratega Bolívar evitó la improvisación, solo por imperiosa necesidad sorpresiva la implementó tratando de reparar la crueldad belicista con su prédica de la “gloria moral” hacia una primitiva  dirigencia guerrerista carente de dimensión ética para dirigir la paz. Por eso su triunfo militar fue parejo a su fracaso político. Hoy, el uso de “bolivariano” para etiquetar a una mafia militarista que vende la soberanía de Venezuela al imperialismo neo-soviético de Putin, es la primaria usurpación básica, columna que sustenta criminalmente al régimen castrochavista.

En ese sentido y con este criterio conviene accesar al «Bolívar» emitido por Caracol-Netflix, teleserie de calidad superior en dirección, actuaciones, producción, libretos  y musicalización.  Intercalando elementos de ficción propios del género folletinesco que permiten armar un guión para una masa heterogénea, con  múltiples espacios  y tiempos, escenas truculentas y a veces cursis, gusten o no, alternando  los dramas cotidianos de dobles vidas  en una sociedad que padece situaciones límites   con documentación testimonial emanada de su entorno directo.

Y con ese todo  muestra un Bolívar huérfano de raíz, idealista, práctico, curioso, irritable, terco, rebelde, inteligente, hiperquinético, deseoso de trascender, duro en sus principios, noble en sus limitados y auténticos afectos. Ni deidad ni “basura”,  mucho menos un supermán intergaláctico. Un ser del quehacer complejamente humano.

Si  en verdad regresara hoy sobre un caballo blanco, en línea recta, sin izquierda ni derecha, sería un bicho raro, paria, musiú, «escuálido”, totalmente opositor, disidente, y por eso un  “oligarca” víctima de prisión, tortura, expulsión y asesinato, pues nunca luchó por avaricia y sentiría vergüenza por la fuerza armada de su país. Su compulsiva lujuria sexual y fijación belicista  no fueron producto de  una codicia ladrona, sí revelan los   síntomas del profundo vacío erótico-sentimental  en su vida privada, intelectual  y militar.

Hoy como ayer, en medio de multitudes fanáticas y adversas, un Simón que estuvo  y sigue solito.

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