Almagro debe continuar

Héctor Schamis.

Héctor Schamís

Washington, Estados Unidos

La semana cumbre del multilateralismo, por la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, concluyó con un hecho relevante para otro espacio multilateral, la OEA. A su sede en Washington acudió Iván Duque con el objetivo de propiciar la candidatura de Luis Almagro para ser reelecto secretario general.

Ya lo había postulado en junio durante la Asamblea General en Medellín, cuando otros cuatro países respondieron al llamado de Colombia. Hoy ya son 14 los Estados miembros de la OEA que han hecho explícito su apoyo a la continuidad de Almagro, una verdadera coalición de democracias a la que se sumarán otras.

Tal vez ni siquiera tenga rival el secretario general en ejercicio, no sería la primera vez que ocurre. Lo ilustra Laura Chinchilla, expresidenta de Costa Rica y reconocida líder internacional, al declinar postularse al cargo: «Tanto el presidente Alvarado como mi persona estamos comprometidos en el apoyo a Luis Almagro quien ha emprendido una lucha valiente en defensa de la democracia en el hemisferio».

El sentido de sus palabras es idéntico a las del presidente Duque: «Cuando se ejercen estos cargos con determinación y no con diplomacia meliflua estas organizaciones se fortalecen».

Nótese también la líder venezolana María Corina Machado: «Los demócratas de las Américas reconocemos en Luis Almagro un irreductible defensor de la justicia, la verdad y la libertad. Contamos con que los Estados miembros de la OEA acompañen esta decisión del gobierno del presidente Duque».

Así es el liderazgo de Almagro, practicar la diplomacia sin eufemismos y hacer política con principios. Incomoda, por eso, a quienes no tienen principios o los seleccionan en base a posiciones políticas, es decir, dependiendo de si gobierna la izquierda o la derecha. O sea, aquellos que ignoran —a diferencia de Almagro, jurista por sobre todas las cosas— que los derechos no tienen ideología.

Su gestión le ha devuelto a la OEA su misión e identidad: la defensa de la democracia y la protección de los derechos humanos. Ello recuperando la salud financiera e institucional de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, revitalizando el TIAR, equilibrando las cuentas de la organización y recobrando su protagonismo político, mermado antes por el papel de CELAC y Unasur, no por casualidad ambas prácticamente extintas hoy.

Dichos objetivos están en juego, y en grave riesgo, por la crisis venezolana, crisis que Almagro anunció antes que nadie. Advirtió temprano que empeoraría si el continente continuaba en su indolencia. Una a una, sus recomendaciones resultaron confirmadas por la trágica realidad que los venezolanos viven a diario.

Cuando Almagro llamó a Maduro «dictadorzuelo», los tibios y los cómplices dijeron que exageraba. Cuando señaló que existían alteraciones al orden constitucional, la inacción de la comunidad internacional facilitó el quiebre institucional posterior. Cuando presentó evidencia de la escasez de alimentos y medicinas, la indiferencia de tantos le abrió la puerta a la crisis humanitaria actual.

Cuando denunció las masivas violaciones a los derechos humanos lo llamaron «intransigente». Cuando esas violaciones se convirtieron en crímenes de lesa humanidad, muchos lo negaron, y cuando documentó dichos crímenes y los denunció ante la Corte Penal Internacional, lo hizo en soledad hasta que finalmente seis países de la región se le unieron meses más tarde.

Cuando Almagro alertó sobre la deliberada estrategia de expulsión «a la cubana» que la dictadura de Maduro implementaba, la pasividad de todos permitió que la migración se transformara en éxodo, y luego en la crisis de refugiados más grave ocurrida jamás en el hemisferio occidental.

De ahí que los nombres de potenciales adversarios sean poco más que estrategias de distracción. Se nota la mano de quienes verían la continuidad de Almagro como una derrota: la Plaza de la Revolución en La Habana, Miraflores —el búnker de Maduro en Caracas— y el conglomerado de organizaciones criminales que se benefician con ellos.

Es que Almagro ha sido en extremo claro al plantear que la línea que va de Cuba a Venezuela explica este drama político, económico, humanitario y de seguridad cuyo impacto es continental. Esa es precisamente la agenda original de la OEA, una agenda para todo el hemisferio.

Y no es solo en Venezuela, pero es en Venezuela el lugar donde la agenda debe ser rescatada. El motivo es claro: en la recuperación de la libertad para dicho país se juega el futuro de la democracia y los derechos humanos como el proyecto político común a todo un continente. Almagro lo sabe mejor que nadie, por ello debe continuar.

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