¿Libertad de expresión o discurso de odio?

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

La libertad de expresión no es lo que muchos creen que es. Este derecho implica la voluntad de un individuo o una comunidad para articular sus opiniones e ideas sin temor a represalias, censura o sanción. Las limitaciones surgen cuando la libertad de expresión choca con otros derechos y/o libertades.

Adama Dieng, asesor de la ONU para la prevención del genocidio, dice que “las palabras matan tanto como las balas y que los genocidios empiezan con un discurso de odio”. No podría tener más razón. La libertad de expresión no te da un pase libre para decir lo que quieras sobre lo que quieras, el racismo no es una opinión, la misoginia no es una opinión, la xenofobia no es una opinión, la homofobia no es una opinión, cualquier rechazo o aversión hacia un grupo de personas no es una opinión. El discurso de odio debe ser penado por la ley y rechazado por la civilización para proteger a la víctima del mismo de cualquier posible ataque.

El discurso de odio implica atentar contra la dignidad de un grupo de individuos y busca persuadir al receptor de dicho discurso para que lleve a cabo acciones destructivas contra este grupo, que usualmente suele ser una comunidad perseguida históricamente. Es un discurso que incita a la violencia. La Solución Final no inició con que Hitler diera la orden de atacar a la comunidad judía, inició con un discurso de odio convincente para que el pueblo reconociera la existencia de un enemigo a quien se debía derrotar, con antecedentes como la Noche de Los Cristales Rotos donde participó la sociedad civil y con la propagación de estas ideas durante tantos años de sufrimiento.

Con la utilización de medios para bombardear a la población con propaganda política se normalizó la violencia y se aceptó la idea de que existían seres humanos que ‘valían menos’ y que debían extirparse de la humanidad, formando un pensamiento antisemita. Lo mismo ocurrió en Ruanda en 1994, cuando los medios de comunicación oficialistas mandaban mensajes directamente en contra de la población tutsi e incitaban a la ciudadanía a hacer la ‘labor del pueblo y acabar con ellos’.  “Los tutsi no merecen vivir. Hay que matarlos. Incluso a las mujeres preñadas hay que cortarlas en pedazos y abrirles el vientre para arrancarles el bebé”. Ese es tan solo uno de los tantos mensajes que se transmitieron entonces a través de los medios de comunicación. ¿El resultado de este discurso de odio? La muerte de más de un millón de tutsis, asesinados por cuerpos de seguridad y por civiles que hicieron eco de estos llamados.

¿Por qué es necesaria esta memoria histórica? Para darse cuenta de lo cautelosos que debemos ser y la responsabilidad que tenemos como ciudadanos para asegurarnos de que nuestras palabras no inviten a la violencia. En la actualidad, la mayoría de centennials e incluso algunos millenials hemos crecido en un ambiente donde se nos enseña a elegir bandos. A ponerse de un lado, a polarizarse y a ser intransigente y tajante con sus creencias y convicciones. A cercenar las libertades de los demás si no están de acuerdo con las nuestras y a siempre vociferar nuestras inquietudes cuando no estamos de acuerdo con una situación. A luchar con un tridente en una mano y una antorcha en la otra para defender todo lo que creemos, en vez de aceptar que el mundo siempre tendrá diferentes percepciones para cada persona.

La bendición y la maldición de las redes sociales es que le da la plataforma a cualquier persona para que exprese sus ideas y, siempre habrá alguien que comparta tu visión del mundo, por más incoherente que sea. Allí entra otra libertad, que es la libertad de asociación, pero que, de nuevo, no puede ser utilizada para cometer actos ilícitos. Los derechos establecidos por entes multilaterales y reconocidos internacionalmente no son un justificante para delinquir, están para cumplirse con sus limitaciones, pero muchos asocian la palabra libertad con libertinaje y eso debe cambiar radicalmente.

Un hecho más reciente de los delitos de odio es el tiroteo de El Paso este mismo año, donde un supremacista blanco asesinó a 22 inocentes para mostrarse en contra de la inmigración hispana. Y el problema está en que esta idea fue fomentada por entes gubernamentales, la idea de que existe una amenaza interna que debe ser eliminada. Con Trump diciendo que los migrantes en situaciones irregulares (porque ningún ser humano es ilegal) son ‘aliens’ y que se debe proteger a Estados Unidos de estas personas. Por supuesto, no puede culparse a nadie por asociación, pero los mandatarios y líderes de opinión pueden y deben ser señalados si fomentan estas situaciones de injusticia.

Los foros particulares donde estos malvivientes comparten sus ideas de mundo y planean futuros ataques no tienen ningún tipo de supervisión y estos terribles crímenes pueden repetirse en cualquier momento. Las conversaciones sobre regular la actividad de los ciudadanos en el internet suelen tratarse con ambivalencia, lo adecuado para garantizar una libertad no es suprimir otras, pero hacen falta medidas más estrictas en cuanto a la red y sus usos para prevenir cualquier otra tragedia.

Poniéndolo en el ambiente latinoamericano, me preocupan las imágenes en Perú de como miembros de cuerpos de seguridad y un sector de la población civil atacan a desplazados venezolanos que se encuentran en situación de vulnerabilidad, y comparar ese escenario de violencia con los antecedentes históricos implica que es el comienzo de algo mucho más grave. Ver a políticos demagogos que estigmatizan a un grupo social y utilizar el miedo para satisfacer sus ambiciones electorales es una alerta a que debemos actuar lo antes posible para cambiar esta tendencia donde el odio es lo que más vende. Aún más cuando estos políticos tienen a plataformas como Youtube y Twitter a su favor, que han dejado claro que no borrarán ninguna publicación hecha por un político así infrinja sus reglas. Algunos ciudadanos de países del sur han adaptado el pensamiento de que el migrante venezolano es una amenaza a su seguridad nacional. De que todo estaba mejor antes de que llegaran, de que se les debe cerrar la frontera y ser deportados en masa, de que son una ‘plaga’ que exterminar y demás.

Y las situaciones empeoran cuando un medio de comunicación recalca la nacionalidad de un delincuente en un titular, o cuando hacen un reporte sobre como los venezolanos ‘roban’ trabajos de los ciudadanos nativos y demás, por el simple y mero hecho de vender. El periodista y los medios son portadores del derecho general a la libertad de expresión para todos y además son una voz autorizada para la población a la que informan, por lo que la labor de estos medios es muy importante para la prevención y concientización sobre lo dañino que es fomentar el odio en plataformas masivas.

La historia no está lejos de nosotros y es importante entender nuestra responsabilidad como ciudadanos de fomentar un discurso sincero que llame al respeto y aceptación con un trabajo centrado en el bien social, la unión y por sobre todas las cosas, la tolerancia como requisitos vitales para convivir en paz y armonía.

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