Lo que la segunda vuelta en Uruguay puso al descubierto

Hana Fischer

Montevideo, Uruguay

En Uruguay tenemos un presidente electo, y es Luis Lacalle Pou, que se impuso sobre su contrincante, el oficialista Daniel Martínez, por 37 042 votos en el ballotage del 24 de noviembre.

Esa jornada puso al descubierto varias cosas, algunas de las cuales, hasta entonces, habían pasado desapercibidas.

La primera de ellas, y quizás la más notoria, fue el estrecho margen del triunfo de Lacalle Pou sobre su contrincante. Eso fue destacado por medios nacionales e internacionales como algo extraordinario. Sin embargo, no es así en la historia uruguaya. Por el contrario, resultados ajustados desde 1922 (que es cuando la ciudadanía pasó a elegir por voto directo al presidente de la república) hubo en seis ocasiones. Incluso, con una diferencia mucho menor que la del ballotage de este año: en 1922, la distancia entre el primero y el segundo fue de tan solo 7199 votos; en 1926, de apenas 1526; en 1930, de 15 185; en 1971, de 12 802; en 1994, de 23 000; a lo que hay agregarle los resultados de este año que aún no son definitivos pero al escribir estas líneas, Lacalle Pou le ganaba a Martínez por alrededor de 45 000 votos, de un universo de 2 388 708 sufragios emitidos.

En consecuencia, es posible observar que nada inusual hay para destacar con respecto al resultado numérico del ballotage.

Lo que sí fue sumamente llamativo fue la conducta asumida por el perdedor de la contienda, lo cual fue revelador de su auténtico carácter. Martínez hasta antes del mes que separó las elecciones nacionales del ballotage, se había mostrado como una persona razonable, afable y moderada. Esa imagen se desintegró durante ese lapso y explotó por los aires el domingo cuando surgieron los resultados primarios, que entonces daban una diferencia de 28 666 votos entre él y Lacalle Pou, una distancia que de antemano se sabía que era descontable.

¿Por qué? Porque para que Martínez lograra el triunfo, era necesario que el 90,69 % de los votos observados fueran para él, algo que la experiencia electoral demostraba que era imposible.

Sin embargo, en vez de demostrar que era un caballero y que sabía aceptar una derrota con elegancia, se comportó de la manera más burda que imaginarse pueda. Por tanto, con la excusa de que había que esperar los resultados definitivos, hasta el jueves 28 de noviembre no aceptó que había sido vencido. Y no solo eso, sino que además, con una irresponsabilidad política absoluta, (lo cual pone en seria duda su capacidad para ser presidente de la república) salió a arengar a sus huestes y saltando de manera descontrolada sobre el tablado dispuesto y fomentó la ilusión de que era posible la victoria. En otras palabras, salió a festejar que había perdido “por poco”, con lo cual implícitamente estaba avivando las pasiones, en un momento en que la prudencia indicaba que había que actuar de modo opuesto.

Por cuatro días se mantuvo en esa posición. Y, cuando ya hasta los números concretos ratificaban la imposibilidad de su triunfo y se tornaba insostenible su actitud, en vez de llamar por teléfono, como correspondía, a Lacalle Pou, reconoció su derrota mediante Twitter, pero no felicitó al ganador. ¡Bochornoso!

Parecería que a los candidatos uruguayos de izquierda le cuesta sobremanera reconocer con altura un fracaso electoral. Todavía está fresca en la memoria las conductas disimiles entre Alberto Volonté, perteneciente al partido nacional, y Tabaré Vázquez, del Frente Amplio, en las reñidísimas elecciones de 1994.

En esa ocasión Julio María Sanguinetti, perteneciente al Partido Colorado, obtuvo la presidencia por segunda vez, obteniendo 32,2 % de los votos; Volonté conquistó el 31,1 %; y Vázquez 30,8 %. La diferencia entre Sanguinetti y Volonté fue de tan solo 26 637 sufragios. No obstante, esa misma noche el nacionalista llamó a Sanguinetti para felicitarlo porque consideraba una cuestión de “honor” el hacerlo.

Muy diferente fue la actitud de Vázquez en esa ocasión. Sobre la una de la madrugada, Vázquez, Rodolfo Nin Novoa (actual canciller) y otros líderes de la coalición izquierdista, salieron al balcón de la sede del Encuentro Progresista (así se denominaba el Frente Amplio en esos tiempos). Abajo había una multitud de sus partidarios que esperaban noticias. Vázquez dio un discurso donde destacó que “estamos a un punto y medio por debajo, todavía, del Partido Colorado”. A los periodistas que cubrían su candidatura les expresó que había que esperar los resultados finales. «Si estos marcan el triunfo de Sanguinetti con mucho gusto lo vamos a reconocer […] pero creemos que todavía quedan instancias por cubrir”, afirmó.

La actuación de Vázquez después que se confirmó su derrota en esa instancia, nos hacen acordar a una situación análoga ocurrida en Argentina. Nos estamos refiriendo a uno de los hechos más patéticos de la historia de la nación hermana, que fue cuando el expresidente Fernando de la Rúa, escapó en helicóptero por las azoteas de la Casa Rosada para no enfrentar una situación difícil.

A escala uruguaya, algo semejante sucedió en nuestro país en aquella ocasión. Poco después de que en esa misma noche se confirmara el triunfo de Sanguinetti, Vázquez junto con Nin Novoa escaparon por las azoteas (guiados por las linternas de sus custodias) para salir por una calle lateral y así no tener que anunciar a sus partidarios la derrota. En consecuencia, sus seguidores se quedaron largas horas ahí parados esperando infructuosamente noticias de su líder.

Lo más ruin de todo fue que la esposa de Vázquez (María Auxiliadora Delgado) iba con ellos. Sin embargo, según la crónica del semanario Búsqueda, “algunos de los miembros de seguridad le indicaron que se le haría difícil salir por la azotea. Entonces el candidato bajó unos escalones y la despidió para luego alejarse por el techo del edificio. En la planta baja ella se quedó llorando”.

Recién al día siguiente Vázquez le envió una carta a Sanguinetti reconociendo su derrota.

Por suerte, en este año de 2019, la conducta de Vázquez fue diferente. Al ver que Martínez se negaba a llamar a Lacalle Pou para felicitarlo, él tomó la iniciativa y se comunicó telefónicamente con el presidente electo para coordinar los pasos a seguir para comenzar la transición.

Volviendo a la conducta de Martínez, fue de una mezquindad absoluta porque impidió que los adherentes del ganador festejaran el triunfo. Algo a lo que tenían legítimo derecho, del mismo modo que lo hacen los frentistas cada vez que han ganado sus candidatos, sin que nadie les aguara la fiesta.

Pero lo más grave fue, como señala Pablo da Silveira, que “Martínez está debilitando la cultura democrática y alimentando los peores reflejos de nuestra izquierda. Parecería que el hecho de que el Frente Amplio sea derrotado en las urnas es un acontecimiento inaudito que no puede aceptarse con naturalidad. Y parecería que todo vale, incluyendo el debilitamiento de nuestras mejores tradiciones republicanas, para alcanzar objetivos políticos personales”.

Hay un dicho popular que dice: “Si quieres conocer a Juanito, dale un carguito”. Parafraseándolo, diríamos: “Si quieres saber cómo es realmente un candidato a presidente, mira cómo se comporta en la derrota”.

En conclusión, pensábamos que Martínez era un político moderado y bien intencionado. Pero tras ver su conducta en estos últimos días, ya no pensamos lo mismo.

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