Libertad y verdad

Heytel Moreno Terán

Guayaquil, Ecuador

Se atribuye a Nietzche, el conocido filósofo y poeta alemán, la idea de que “sólo los términos al margen de la historia -en la medida que tal milagro sea posible- admiten una definición mínimamente convincente”. Normalmente, cuando los filósofos se empeñan en buscar la esencia de un concepto, lo que realmente hacen es intentar una definición compleja de cierta palabra. En esas complejidades surgen los sistemas filosóficos como una cadena de definiciones con construcciones mentales que resultan emocionantes, que tiene a la Gran Lógica de Hegel como su mejor exponente moderno. Esto, además, nos lleva a pensar en el estudio del significado o interpretación de las palabras y expresiones conocida como semántica.

En fin, hay términos que son sujetos a clasificación por no tener una definición exacta, tales como: libertad, interés público o utilidad pública. En el mundo legal se los conoce como conceptos jurídicos indeterminados, que son aquellas palabras que como su nombre lo indica son difíciles de definir, aunque pueden llegar a serlo de manera abstracta o genérica por la Administración (pública) en los actos de aplicación.

Filosóficamente hablando, la libertad es un ejemplo válido para tratar el tema, ya que como seres humanos nos sentimos libres, pero no conocemos del todo los recovecos por los que transcurre esa libertad, pero es ésta misma la que se encarga de dejarnos la más grande e inequívoca prueba de nuestras acciones. Planteada la palabra aparecen interrogantes: ¿Qué es la libertad? o ¿En qué consiste la libertad de la que disfrutamos en la actualidad? La libertad -a su vez- nos plantea el problema de la elección, que para muchos es el problema de la vida entera. Comprobamos, entonces, que es más fácil hacerse preguntas filosóficas que contestarlas.  

En el libro El Corazón del Hombre de Erich Fromm, hay un interesante planteamiento, cuya premisa es que los seres humanos estamos permanentemente obligados a elegir los medios junto con los fines. En cualquier caso, las elecciones desacertadas nos hacen incapaces de salvarnos. La acción no puede ser una capacidad facultativa del ser humano, más bien es una necesidad primaria de la que pende nuestra conservación como individuos y como especie.

Esa obligación de actuar es la razón por la que concluyo que Jean Paul Sartre afirmó que “estamos condenados a la libertad”, y aunque es una forma un poco cruel de decirlo, no hay duda que es la acción lo que define al hombre. Es por ello, que filósofos actuales como el español Fernando Savater -en su libro El Valor de Elegir-, indican que siempre se puede elegir cómo y cuándo actuar, pero no es opcional actuar, ahí no hay elección posible.

En sentido contrario, la verdad no debería ser materia de discusión, ni puede ser incluida en la lista de conceptos jurídicos indeterminados, ya que la verdad es algo que no se puede negar racionalmente; sin embargo, hay actores sociales, políticos y judiciales que pretenden engañarnos permanentemente como si se tratara de una política de Estado.

La obra teatral llamada democracia, es la razón por la que no hay extranjeros que quieran pagar por ser parte del telón e invertir con nuevos montajes e instalaciones que mejoren la función y transformen al Ecuador. Usted, señor lector, debe identificar nombre, apellido y rostro de los que juegan a la política del engaño y tienen rol protagónico en la obra de teatro llamada “democracia ecuatoriana”.

Para olvidar esa escena teatral e imponer una verdadera democracia, es imperativo que la función judicial participe con un rol protagónico. Sin el compromiso de jueces y fiscales de exponer la verdad -lo que explica muy bien Michele Taruffo cuando aborda el deber del Juez y la construcción de los hechos-, no tendremos garantizado derecho alguno, mucho menos nuestra más básica y preciada libertad. Un país sin seguridad jurídica cumple cualquier función, menos la del Estado que vela por los derechos y garantías de ciudadanos nacionales o extranjeros que habitan en su territorio.

Al estar condenados a la libertad y ante la autenticidad del panorama nacional, nos corresponde actuar y elegir los medios junto con los fines para clausurar definitivamente esa cínica obra teatral. Así pondremos en marcha una función que tenga las palabras educación, salud, trabajo honesto e inversión como líneas principales de un libreto que contenga diálogos y personajes propios de un verdadero Estado de Derecho.

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