Duelo de chequeras; Trump, Bloomberg, Steyer y Sanders

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

Se aproximan las elecciones presidenciales en Estados Unidos y por ello, el partido demócrata debe definir su candidato. Existen todavía doce precandidatos en la carrera, entre ellos, Tom Steyer y Michael Bloomberg. Son los únicos dos billonarios que figuran en la lista y, curiosamente, también son los mayores donantes del Partido Demócrata de la última década.

Sus campañas presidenciales se han caracterizado por el gasto masivo de cientos de millones de dólares de su propio dinero en publicidad. Es irónico que, tomando en cuenta que esa es su manera de hacer política, sean parte del Partido Demócrata, cuando su principal representante, Bernie Sanders (también precandidato), dice que “los billonarios no deberían existir” y aboga por una redistribución de riquezas aplicando un impuesto exclusivo a los ciudadanos mil millonarios para financiar sus supuestos ‘planes sociales’.

Entre Bloomberg y Steyer suman más de $300 millones de dólares de su propio bolsillo gastados en publicidad. Un reporte dice que en una hora de consumo de contenido en Youtube, puedes encontrarte al menos 17 veces una publicidad invitándote a votar por Bloomberg en el SuperTuesday. Steyer va más orientado hacia la televisión por su parte, y le ha resultado beneficioso su método. Logró clasificarse al último debate presidencial por sus buenos números en Carolina del Sur y Nevada, que son justamente los estados donde más dinero ha invertido en la televisión local. En el otro lado del espectro, Trump recibe aportes y donativos, pero igualmente plantea utilizar parte de su dinero amasado en el mundo de los negocios para financiar la campaña de su posible reelección. Lo curioso es, como la política estadounidense ha mutado y entre candidatos ya no hay una confrontación de ideas sino una confrontación de chequeras.

Bloomberg y Steyer crecen en las encuestas, pero aun así no están ni cerca de Warren, Biden y Sanders. Pero sus presupuestos son casi ilimitados, especialmente el de Bloomberg. El exalcalde de Nueva York compró un anuncio del Superbowl por $10 millones de dólares autofinanciados y Trump también lo hizo, pero dice que el anuncio lo pagará con sus donativos recaudados. Es la primera vez en la historia que un anuncio de campaña presidencial se mostrará en la más grande fiesta deportiva de los Estados Unidos e irá dirigido a todo el país. Esto es un completo game-changer en comparación a lo visto en años anteriores. El único que ha hecho algo similar fue Barack Obama, que en el 2008 compró un anuncio publicitario en los Juegos Olímpicos de Beijing. Para Bloomberg es solo el comienzo, lleva apenas dos meses de campaña. A Steyer le ha costado más, al ser un total desconocido, pero su papel en los debates lo ha ayudado a alcanzar cierta notoriedad, sobre todo por la importancia que le da al cambio climático.

Independientemente de cual será la sustancia del candidato y lo que busca aportar, es sorprendente ver como ganan cabida en los espacios políticos bombardeando a los ciudadanos con publicidad. Bloomberg aplicó el mismo método para los tres períodos en los que fue alcalde de Nueva York y salió victorioso. Probablemente muchos de los votantes desconocen las propuestas de Bloomberg o de Steyer, pero reconocen sus caras por verla cientos de veces en cualquier plataforma digital que visiten o cualquier canal de televisión que sintonicen.

Lo mismo ocurre con el candidato Bernie Sanders, quien, a pesar de no ser parte del duelo de chequeras, es promocionado en redes sociales por celebridades como Ariana Grande, Residente, Mark Ruffalo, Danny DeVito, Miley Cyrus y decenas más. Celebridades que tienen una capacidad de influir directamente en la decisión de sus seguidores y que pueden desequilibrar la balanza e inclinarla hacia un lado con tan solo hacer una publicación. Esa influencia, no tiene precio, vale mucho más que cualquier anuncio televisivo o digital que otros candidatos puedan pagar. Su alcance es inconmensurable. Y esto ocurre e influye en la percepción del votante, a pesar de que el mensaje viene desde élites que hablan de justicia social cuando no tienen que enfrentarse a ningún problema de la vida real y por ello no pueden instruir a nadie a hacer nada, como se los señaló Ricky Gervais en los Golden Globes.

Casos como el de Bloomberg y Steyer son ejemplo de que no se puede comprar la popularidad, al menos no en su totalidad, por más dinero que gastes. Se enfrentan todavía al apologista de Hugo Chávez, Bernie Sanders, al exvicepresidente Biden y a la senadora Warren en la lucha por ser el candidato unitario que irá a la contienda electoral contra Donald Trump.

También se enfrentan a otras secciones más moderadas del Partido Demócrata como Andrew Yang, Tulsi Gabbard y Pette Buttigieg, que han construido sus personalidades políticas haciendo un buen manejo de las redes sociales, sin necesidad de gastar cientos de millones de dólares (que no tienen) en publicidad y sin depender del endorsement de personajes de la cultura pop para ganar adeptos. El peligro que tiene que Ariana Grande ceda su plataforma de más de 171 millones de seguidores en Instagram y 69 millones de seguidores en Twitter a un personaje como Sanders, quien se ha negado a condenar a al dictador Maduro en Venezuela, es una clara razón de que la política es sucia y fácil de manipular. Porque al votante le importa más la foto de Bernie con Ariana Grande que sus percepciones sobre una de las dictaduras más sangrientas de la región.

¿No vulnera al sistema democrático el surgimiento de celebridades que se suman a causas políticas y hacen vídeos publicados en sus plataformas personales para invitar a votar por un candidato? ¿No es un atentado a lo que conocemos como democracia el hecho de que billonarios puedan autofinanciarse su propia campaña y salten todo los protocolos como visitar ciudades y hacer mítines políticos y conocer las necesidades del pueblo al que van a representar? Son preguntas que debemos hacernos, porque en cualquier momento esta manera de hacer política va a mutar a la región latinoamericana y veremos como la imperfecta democracia sucumbe una vez más ante los deseos de poder de unos pocos, y seguiremos teniendo y justificando a los gobiernos mediocres, dejándoles hacer y deshacer países a su gusto.

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