Si la mafia regresa

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Cuando escuchemos a los políticos denunciar a la delincuencia, no dejemos de preguntarles qué hicieron ellos en su momento para impedir que la pandilla de Al Capone se presente en las próximas elecciones, logre de esta forma algo de legitimidad y –quién sabe– hasta regrese al poder.

Después de todo, nuestro Al Capone criollo es el padre de la delincuencia ecuatoriana, el capo di tuti capi junto con su pandilla son los responsables de haber establecido en el Ecuador un andamiaje jurídico –desde una constitución copiada de la venezolana hasta decenas de leyes rotuladas arbitrariamente como “orgánicas” casi imposible de desbaratar– y un aparato normativo ideológico que propiciaron y propician tanto la delincuencia común como la de cuello blanco, tanto el robo de los fondos públicos como el secuestro y las violaciones, tanto el narcotráfico como el cohecho, tanto la impunidad como el crimen organizado.

Hay que preguntarles, por ello, si hicieron algo para bloquear la aprobación del nuevo movimiento político de Al Capone o si se hicieron de la vista gorda.

Como se recordará una cuestionada e ilegal resolución de mayoría del Consejo Nacional Electoral (CNE) permitió que un movimiento fundado nada menos que por un delincuente que guarda prisión adquiera personería jurídica, movimiento que Al Capone va a usar para retener un espacio político a través de su gente, para apostar a tener un bloque legislativo que les permita negociar, y, claro está, para intentar torcerle el brazo a la justicia que hoy solitariamente lo tiene acorralado. ¿Podemos sinceramente erradicar la delincuencia común cuando hay una élite de delincuentes paseándose orondos por la sociedad forrados de dinero mal habido? ¿O es que solo un tipo de delincuencia es la que preocupa?

Claro que la delincuencia necesita ser sometida. Nadie lo discute. Claro que hiere la indolencia con la que ciertos jueces liberan a malhechores. Claro que indigna el temor que demuestra la policía frente a muchos delincuentes. Claro que es una buena iniciativa la del observatorio judicial propuesto por la alcaldesa de Guayaquil. Pero así mismo sería cuestionable pretender usar a las víctimas de (ciertos) delitos con fines de propaganda. Y es que ¿de qué sirve arriar la bandera contra la delincuencia si le permitimos al padre de la delincuencia contar con un movimiento político, al que, de paso sea dicho, tendremos que financiarlo?

En su libro Cómo mueren las democracias(How democracies die 2018), Steven Levitsky y Daniel Ziblatt ofrecen un interesante análisis de cómo las democracias mueren por la indolencia o estupidez de ciertos líderes –desde aquellos que le permitieron a Hitler ser candidato hasta los que hicieron lo mismo con Chávez–, actores que pudiendo impedir legítimamente el surgimiento de dictadores y populistas optaron por consentir que ingresen a la palestra política ora por un interés electoral coyuntural, ora por miopía.

¿Quiénes permitieron que un movimiento manifiestamente fascista y delincuencial que demostró ser enemigo de la democracia y de las libertades públicas se pueda presentar a las próximas elecciones? ¿Qué tal si por allí comenzamos?(O)

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