Ya es hora

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

A nuestra generación le cupo el dudoso honor de educarse bajo la creencia marxista. La izquierda era la solución y la panacea. Y qué difícil es lograr que el ser humano cambie de opinión.

La suma de aprendizajes, conocimiento intrínseco y adquirido, lecturas y conversaciones interminables componen un amasijo de argumentos que pomposamente pasan a ser criterio inamovible aunque el mundo diga lo contrario. Esa ceguera, esa necedad que acompaña nuestra madurez y se vuelve tozudez en los años dorados encuentra siempre un resquicio para mantener vigentes nuestras opiniones y sostener nuestras creencias.

Y es que la confirmación de una certeza podría ser demoledora para quienes durante siglos fueron convencidos de lo contrario. De tal manera que es mejor mantenerse bajo techo, al abrigo de nuestras creencias, propias o heredadas, que atreverse a rondar por espacios inexplorados del conocimiento. Y es por ello que a pesar de los insistentes golpes que propina la realidad, el común de los mortales prefiere nutrirse de su fantasía.

Eso le permite indignarse ante el error ajeno, reforzar su tesis aunque sea deleznable, juzgar al otro y nuevamente refugiarse en su cómodo cascarón de certidumbres personales. Y si es difícil para cualquier mortal, no se diga para aquel que,por cualquier motivo, ha logrado acumular poder sobre el resto.

El dinero, la fama o la política, o quizás la suma de los tres, es el respaldo suficiente para creerse intocable, indiscutible, cuasi inmortal. Allí no hay espacio para el error. Si alguna decisión no arroja los resultados deseados, la responsabilidad recae en los demás. Por indolencia, falta de criterio para aplicar el concepto o simplemente por traiciones premeditadas para arruinar lo perfecto. Muy pocos tienen la clarividencia para reconocer sus errores. Menos aún, la brillantez de rectificar. Y para el resto, la información que se filtra es manipulada y diseñada para mantener las creencias sin cuestionar el fracaso al que se han visto expuestas.

Y por eso, llevamos décadas cometiendo los mismos errores. Mientras los teóricos odiadores denostan a la «larga noche neoliberal», sus pupilos gobernantes hacen exactamente lo contrario, inflando el presupuesto estatal con más y más recursos obtenidos a cualquier costo para sostener la bola de nieve cuya proporción se hace cada día más inmanejable hasta despertar al “gran chuchaqui socialista” .

En Ecuador se ha cumplido una ley de la economía. Los negocios quiebran por falta de liquidez. No importa el monto de los activos. Si el flujo es insuficiente la maquinaria se detiene. Y el estado no es ajeno a esto. Sin argumentos, sin moneda propia, sin crédito inmediato, sin recursos en caja, está arrinconado por su propia ineficiencia. Y como es incapaz de verse en el espejo, adopta medidas tan contraproducentes como ineficaces para solucionar el problema.

En vez de auto analizar los porqués de su crisis, mete la mano en el bolsillo de todos para solucionar un problema absolutamente propio. No tocar a un aparato estatal adiposo y mal manejado desde hace más de cincuenta años solo demuestra la ceguera de sus administradores. No entender que el gran problema lo ha causado la política errática del socialismo del siglo XXI e insistir sobre las acciones que han minado la economía hasta hoy es impresentable. No tocar las leyes laborales, los activos estatales y los salarios burocráticos de mediano y alto nivel es demencial.

No haber manejado con seriedad la recuperación de lo robado es sospechoso e indignante. Arrojar una vez más el fardo de la quiebra estatal a la población es miserable e inaceptable. Es menester entender el mensaje. El estado no puede ni consigo mismo,y es tan nula su capacidad de acción y tan escasa su credibilidad que promueve un comité de crisis sin su intervención para solucionar su incapacidad. Terrible.

Urge tomar el toro por los cuernos. Entender que este sacrificio que se pretende imponer no es suficiente. Que el estado tiene que responder ante su fracaso. Debe inmediatamente trazar las directrices para su re ingeniería y reducción. Que seguir manejando los recursos externos para tapar las pérdidas internas no puede seguir siendo la tónica inamovible de cada gobierno. Que sostener áreas “estratégicas “ a pérdida con argumentos nacionalistas es un suicidio demostrado. Que el volumen de despilfarro demostrado en proyectos grandiosos es la mejor demostración de su incapacidad para contratarlos,administrarlos y mantenerlos.

El estado, antes de pedirnos más sacrificios, tiene que demostrar su voluntad de cambio. Eso estamos esperando. Y sin más demora. No hay justificativo posible. Ya es hora.

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