¿Cambiaremos?

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Hay voces que en estos días aseguran que luego de la presente crisis nuestro país va a cambiar. Que es imposible que no cambie. Que es impensable que luego de una tragedia como la que estamos atravesando –más dolorosa que la de 1941, más profunda que la de 1859, más omnicomprensiva que la de 1999– el Ecuador siga tal cual como antes, que la sociedad ecuatoriana no reflexione y que no cambie un ápice.

Estas voces nos aseguran que el Ecuador del mañana será diferente, pues es inconcebible que sus dirigentes sean indiferentes frente al desgarrador cuadro de sufrimiento en que el país se debate, con una crisis humanitaria, económica y sanitaria de dimensiones apocalípticas. Estas voces se escuchan por doquier, voces que vienen de muchos rincones de nuestra geografía y de los más variados estratos sociales o preferencias políticas. Y son sinceras, ciertamente. Y es que el país llegó a un punto tal que regresar al pasado sería simplemente un suicidio.

Pero lo más probable es que esas voces se equivoquen. Da rabia reconocerlo, pero creo que difícilmente nuestros líderes y élites vayan a cambiar a pesar del dolor que hayamos sufrido los ecuatorianos durante estos aciagos días. Si no han querido cambiar durante esta crisis, ¿qué nos asegura que cambiarán una vez que ella haya terminado? Allí está el llamado que hizo semanas atrás el expresidente Osvaldo Hurtado de converger en una suerte de gobierno de coalición para sustentar al Ejecutivo en su accionar frente a la crisis, tal como sucede en muchas naciones. A casi nadie le interesó el tema.

¿Se han reunido públicamente los líderes de la oposición con el presidente Moreno para al menos dar una muestra de unidad y sensatez? ¡Qué va! No les importa. Cada uno anda por su cuenta. Es más, la mayoría ni se habla entre sí. Eso sí, están en primera línea para criticar, pero no para dialogar. La gran mayoría está dedicada al cálculo, a medir los riesgos y beneficios que podrían asumir o ganar políticamente si adoptan tal o cual posición.

Ni la corrupción se ha detenido. La mayoría del Consejo Nacional Electoral, por ejemplo, sigue trabajando 24-7 para facilitarle al capo di tutti capi su participación en las próximas elecciones o para que al menos su movimiento pueda hacerlo. Siguen intentando alterar el calendario electoral para que los tiempos le calcen al Gran Ladrón. Por ahora no lo han logrado, pero seguirán intentándolo. Los negociados no paran. Roban ahora hasta en los hospitales. Sigue el derroche en publicidad con fondos públicos, siguen los sobreprecios y sigue el tráfico de influencias. Si es en las crisis donde se mide la entereza de una dirigencia, la ecuatoriana ha fracasado. La mayoría parece dedicada a verse en su espejo de mañana, conspirar por la tarde y sacar tajada por la noche. Esa es la “normalidad” a la que nos obligarán a regresar.

Pero si las élites no cambian con esta crisis, probablemente serán arrolladas por una sociedad hastiada de tanto egoísmo. (O)

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