El túnel del encierro

Maríasol Pons

Guayaquil, Ecuador

Del aeropuerto llegó al encierro estricto y responsable de una persona racional que no entiende qué carajos pasa.  Entró a su casa y se quitó toda la ropa, la puso en una funda plástica para lavarla,- ¡por separado!- así, con histeria mental de que el virus se cuela por las malas ideas. Echó litros de alcohol sobre cada maleta  y elemento que había llegado con ella, las maletas quedaron oreándose, -¿dónde era que leí que el virus se quedaba dos horas en la tela? ¿O eran dos días? Qué más da, ahí se quedan tres días. ¡Nadie toque esto! ¡Está contaminado!- Así hablaba la gente de este enemigo invisible que recorría las calles del mundo para llevarnos o llevarse a los más queridos, tan solo de imaginárselo las lágrimas salían a vengar al ojo. Es una tristeza tan profunda que raya en locura y esto no es chiste.

Mientras dormía por la noche, se levantaba con pesadillas de que no se había lavado las manos y se encontraba frente al espejo, sonámbula,  restregándose el jabón y aruñando la carne que empezaba a cansarse de recibir tanto químico, -Dios mío, qué pesadilla- pero la pesadilla estaba por llegar.

Había leído las reseñas científicas de los medios, así como, todas las cadenas de Whatsapp que aseguraban cosas tan dispares que terminó más confundida. La OMS (Organización Mundial de la Salud) ahorita tan popular como la FIFA, nos repetía constantemente, las mascarillas no sirven sino la N95, y esto para los enfermos, los sanos no deben usarlas. Y –Ay qué alivio porque ¿se imaginan un mundo lleno de gente con mascarillas?-.  Era el día 3 y el silencio picaba las orejas, era raro escuchar tanto pájaro cantando, #yomequedoencasa para arriba y para abajo, la gente subiendo sus mallas de hacer ejercicio con su rutina de sentadillas para un cuerpo idóneo, Twitter hablando de encebollados y las mamitas con recetas que solo de ver ingredientes  ya uno pensaba que esa gente tenía más tiempo haciendo stock de alimentos porque era imposible conseguir cúrcuma en el delivery de Almacenes TIA. El ánimo general iba en plan: “Vamos a tomarnos esto con calma y si nos guardamos lo suficiente el virus pasa por afuera y nos deja vivir”. En enero  habían dicho que el virus no se contagiaba de persona a persona, luego que el coronavirus había mutado y que sus picos mostraban tener partes  de HIV, el virus que afecta al sistema inmunológico. Las primeras cadenas nacionales eran una burla, incluso nos enseñaron a una linda niña que iba a la escuela, pero que nada tenía que ver con el virus, y la gente se masticaba las uñas reaccionando nerviosa ante tanta incertidumbre y luego -¡Ay! Así se contagia el virus!- y vuela a lavarte las manos. El padre que miraba las noticias quedaba anonadado porque él estaba saliendo todos los días como operario de una industria de lácteos, con todas las protecciones que se supone debían haber, en una ciudad casi desértica luego de que tuvieran que ampliar el toque de queda. –Es como una ciudad de búhos, ¡solo se ven los ojos!- Su esposa podía quedarse en la casa porque trabajaba de empleada doméstica con una familia que le aseguró mantener su puesto de trabajo y pagarle el sueldo puntualmente, pero que ellos prescindirían de sus servicios mientras durase el confinamiento. -¿Cuánto tiempo durará esto?- Se preguntaban todos, el hermano de la señora vendía limones en la Atarazana y si no vendía, no comía, entonces se las ideaba para llevarse los limones empacados e intentar venderlos, pero ¿a quién? Si no habían carros en las calles, estas habían sido apoderadas por una capa siniestra y amenazante que era invisible pero fuertemente perceptible. La angustia como revoltijo en el pecho y la ansiedad apropiándose de cada uno de los humanos era el factor común ante un enemigo que no distingue condiciones, solo detecta la vida.

De repente era el día 14 de la cuarentena, ya todos sabían el recorrido del paciente UNO, esa pobre señora que se paseó con sus parientes, quien luego falleció y a quien toda la población señalaba. Las miradas en Guayaquil, en Babahoyo, que la hermana no había sido confinada, que si las autoridades saben o no lo que están haciendo, que si ya pasaste los 14 días ya no te dio, pero si saliste a la calle empiezas de cero, pánico por aquí, pánico por allá, los personajes resaltando cada vez con mayor claridad en las redes; la loca cada vez más loca, la fit cada día con más cuadritos y peor léxico, el sabiondo cada día más ruidoso sobre sus “aparentes” certezas, las relaciones matrimoniales que habían empezado con memes tipo: “he empezado a hablar con mi esposa y hasta me cae bien” migraban hacia un “después de esto me voy” o hacia un “qué afortunados somos de habernos podido reencontrar”. Los que estuvieron bien, siguieron bien, pero vamos, de esos se sabe poco en redes. Las autoridades le anunciaron a las almas ecuatorianas que el confinamiento seguiría y de repente, las cifras se dispararon, empezaron a conocer a las víctimas del virus, la esposa del operario perdió a su madre, a su padre y a su suegra en tan solo 4 días. La mujer de las maletas perdió un amigo y un tío, pero se rompió el día que vio la imagen  de un muerto sobre una gran avenida. No había morgue, ni cementerio, ni personal para manejar tanto fallecimiento, entonces la ciudad lloró desde sus entrañas con muertos en las calles y el planeta lloró la muerte de las víctimas de una pandemia de la que iban reconociendo su desconocimiento para combatirla.

No había a dónde irse, pasó semana santa y seguía el encierro, los casos cercanos para todos iban en aumento y nadie cuestionó el encierro pues era la única ilusión de seguridad que quedaba.  Cada país se había cerrado como dominó, los focos en Italia y en España atrapaban la atención del público pseudo informado que ya dominaba el lenguaje de “el aplanamiento de la curva”. Una ínfima minoría entendía la estadística, pero el concepto general  era conversación popular. Las cifras de contagio y muertos no se reducían y el temor se apoderaba hasta de las paredes de la habitación de cada persona durmiendo (para los que dormían bajo techo) sobre la faz del planeta cuestionando qué pasaría al día siguiente. -¿Qué será de nosotros?-  En un momento en que la vida de todos corre peligro, entonces salen las preguntas que mueven la conciencia. No es un plan de convertirse en otra persona, es que las circunstancias te remueven a tal profundidad que tú ya no serás el mismo.

Viviendo un día a la vez llegó Mayo a una población mundial cuya salud mental luchaba con procesar lo inimaginable. El virus era inmisericorde, pero resulta que ciertas autoridades también y se supo que la OMS, en contubernio con China, no avisó a tiempo acerca del virus y una serie de cosas que pudieron aminorar el impacto del mismo. -¿El virus chino? ¿El del murciélago? ¿El creado en un laboratorio? ¿El que soltaron para vendernos la vacuna?- Ese mismo, es decir, todos a la vez. En el hospital de Guayaquil que atendía a la mayor cantidad de enfermos se quiso hacer un negociado de compra de mascarillas con sobreprecio, alguien quiso o logró robar plata en medio de la pandemia cuando los cuerpos se acumulaban en contenedores. Eso también desnudó el virus, una maldad humana solo vista en películas. También se desnudó el gobierno como un ente obsoleto, ajeno al tiempo y a la realidad, nunca antes se desnudaron las cosas con tanta claridad.  La señora que cuidaba a sus hijos se preguntó -¿Hasta qué punto obedezco a alguien que solo da alaridos para pretender ser autoridad?- Mientras el jefe de la fábrica se preguntaba -¿Por qué sigo leyendo a tanto #machitodeteclado que pretende saberlo todo desde la comodidad del aire acondicionado con la arrogancia como brújula?- Luego cambiaron los discursos, como ya es costumbre, primero dicen manzana para luego decir piña, pero siempre sobre la misma base obsoleta, entonces la mujer de la maleta recordó al Gatopardo: “Que todo cambie para que nada cambie” y cerrando los ojos imploró para que las cosas sí cambien. Lo bonito de este virus es que también despierta la capacidad de ayudarse desde el corazón entre humanos y la gente vio quién ayudó bien y quien ayudó mal, si algo enseña el virus es que eso queda para el corazón de cada uno. Los médicos recibieron aplausos insuficientes porque ni ellos, ni quienes se arriesgan durante los días más negros imaginan el agradecimiento de los encerrados para poder estarlo, esa es una gran masa de luz radiante que sale cada vez que se siente el agradecimiento.

El encierro hizo recorrer cada esquina de la vivienda, bien sea para sacar el polvo como para sacar los zapatos viejos que nunca se usaban y ahora eran útiles para recibir el baño químico de desinfección. El encierro te agarró la panza y te la torció cuando te diste cuenta de que abrazabas con más fuerza a los que estaban cerca porque a los lejanos quizá ya no los abraces. El encierro hizo que las personas se relacionen de manera distinta con su ropa, con la tecnología y con la voluntad. La mujer de la maleta comprendió que su equipaje no sería utilizado por un largo tiempo y que ése ya no era un tema en su nueva vida. El operario de la fábrica se contagió del virus pero con suerte, como la gran mayoría que trabajaba en esa fábrica y tuvo que encerrarse “a machote” para no ser una amenaza para la gente a su alrededor, su esposa lo cuidó y comprendió que si no cuida su trabajo la vida se vuelve un infiernillo, pues hubo quien lo cuidó y aún así no lo pudo mantener. El encierro hizo que te acuerdes de muchas cosas que el apuro de antes te había hecho olvidar. El encierro metió a todos en un túnel del tiempo donde del día 3 pasaste al 16 y de ahí al 24, luego quizá llegaste al 38, al 45, pero apuntando porque perdiste la cuenta y ya cada día se volvió difícil de distinguir. El túnel llevará a las personas para vivir un antes y un después,  habrá quien durante el encierro esté ciego y habrá quien esté como búho. El encierro está por mutar, como el virus, pero solo tú sabrás lo que viviste y aprendiste. Mientras tanto, el planeta que ocupas -y que debes cuidar- sigue rotando sobre su propio eje y girando en torno al sol, cuyo sistema continúa su curso a través del Universo o, por lo menos, eso se cree mientras la humanidad habita este túnel del tiempo.

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