Así se instalaría una dictadura en Costa Rica

Jovel Álvarez

San José,Costa Rica

Durante el tiempo que he cubierto la crisis que ha generado la narcotiranía chavista en Venezuela he guardado dentro de mí una pregunta: ¿sería posible que en Costa Rica, mi país, hubiese un régimen de esta naturaleza?

Primero debo aclarar algo: no estoy hablando de una dictadura convencional. No. Se trata de un sistema complejo de mafias donde conviven la política y el crimen organizado.

Creo que de América Latina pocas naciones se sienten más confiadas que Costa Rica en cuanto a la solidez de su democracia. Sin embargo, hay algo que he aprendido muy bien: el mal le llega a quien no lo espera.

Una de las características que hace a los ticos pensar que «eso» nunca nos ocurriría es la ausencia de fuerzas armadas. Es bien sabido que una de las bases que sostienen cualquier sistema autoritario es la fuerza.

José Figueres Ferrer sabía esto, fue por ello que una vez consumado su golpe contra Teodoro Picado decidió abolir el ejército, para evitar que alguien más ejecutara su movida golpista de 1948.

El mazazo de Figueres al Cuartel Bellavista marcó el inicio de nuestra identidad internacional de paz y sentó las bases de la Segunda República, a la cuál debemos la estabilidad que nos caracteriza en una región tan convulsa como la centroamericana. En el lugar del ejército fue instalada una policía civil que controla el orden público y vigila (como puede) las fronteras terrestres y marítimas.

Ahora bien. Pensemos en el peor de los escenarios.

Lo primero que debe ocurrir es la llegada de un personaje carismático que prometa acabar con los vicios de la política tradicional.

Debe ganarse la simpatía de los votantes, pues en este esquema es imprescindible llegar al poder democráticamente. Importante: también debe ganar el parlamento.

Con el control en dos de los cuatro poderes de la república empezarán las leyes de intervención económica.

El gobierno podrá chantajear al empresariado y someterlo. Nacionalizarán todo lo que consideren oportuno y poco a poco harán que el país sea menos viable para invertir.

Mientras el proyecto político y económico avanza quedarán dos poderes por conquistar: el judicial y el electoral. Para ello deberán burlar los numerosos candados institucionales que defienden la democracia de la nación.

En Costa Rica los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, el Contralor General de la República y el Defensor de los Habitantes son nombrados por la Asamblea Legislativa. Por ende, habiéndose apoderado del congreso el régimen podrá nombrar magistrados convenientes e ir deteriorando los mecanismos de fiscalización y transparencia.

Una vez cooptado el poder judicial, será cuestión de tiempo para penetrar el Ministerio Público, del cuál se desprende la Fiscalía General de la República.

Por último, el poder electoral será penetrado mediante la Corte Suprema de Justicia que es la encargada de nombrar a los magistrados del Tribunal Supremo de Elecciones mediante mayoría calificada de dos terceras partes por un periodo de seis años. Con ello se fingirán procesos electorales que mediante el fraude perpetuarán al régimen.

De esa forma, todos los poderes de la república estarán el servicio del dictador.

Bien, esa es la parte política. Volvamos al tema de la fuerza.

Una de las clásicas normas del manual dictatorial es la masacre de la disidencia. Ante la mínima provocación: violencia.

Si ustedes me preguntan, no creo que la policía costarricense se preste para semejante barbarie. Quizás por su índole civil. Entonces ¿qué opción tendrá el tirano? Fácil. Entregar el monopolio de la fuerza al narcotráfico. Sumir al país en la violencia.

Aquí es donde exploramos el ala más importante de todo este proyecto tiránico: la conjunción de fuerzas políticas y del crimen organizado.

Hay algo que debemos entender: para el tirano y su círculo no se tratará de tener el poder por el poder. Se tratará del dinero.

En un país como Costa Rica, cuyas reservas de petróleo (si quisiéramos compararnos con Venezuela) no son explotadas, solo dos actividades pueden generar réditos considerables: la corrupción y el narcotráfico.

Será indispensable un pacto de cohabitación entre la tiranía y las mafias del narcotráfico. El régimen permitirá a los mafiosos ejercer libremente sus crímenes, a cambio el cártel proporcionará protección al dictador y mantendrá el orden social amedrentando a los ciudadanos con masacres como las que hemos visto en México desde comienzos de siglo.

Ahora volvamos a la política: no hay poder tiránico en América Latina que pueda sostenerse sin una oposición cómplice.

La RAE define a la colaboración  con  los  invasores  de  un  país  o  con  un régimen establecido ilegalmente en él con la palabra «colaboracionismo».

Será este el mecanismo con el que se disfrace a la tiranía de vestimenta democrática.

La oposición colaboracionista fingirá enfrentar al tirano, formarán alianzas para ir juntos a las elecciones y «derrotarlo», llamarán al pueblo a las calles para rescatar la democracia, crearán un punto de ebullición que amenace al régimen, y al final atenderán el llamado del dictador para negociar.

Negociarán. Una y otra vez. El pueblo se verá engañado tanto por el régimen como por su devota «oposición». Esa oposición, cabe destacar, estará sobre todo en los partidos que gobernaron durante la Segunda República, pero también habrá partidos nuevos que terminarán coludidos con los veteranos para enriquecerse.

Nuevamente: no se trata del poder, se trata del dinero. El poder será concebido como una forma de garantizar privilegios económicos. Los opositores tendrán contratos multimillonarios con empresas del Estado. Tendrán suficientes incentivos y compromisos ocultos como para que les resulte más rentable ser oposición que llegar al gobierno.

Los opositores reales serán perseguidos, enjuiciados y encarcelados. Habrá presos políticos que sean tomados por el régimen para demostrar a la ciudadanía que la insurrección en tiranía se paga. Las violaciones de Derechos Humanos serán una realidad.

Incluso, en un momento de desespero, podríamos ver políticos refugiados en embajadas.

Hay un último tema que debo tocar antes de terminar este artículo: una cosa es llegar al poder, pero otra es mantenerse.

Durante mi primer viaje a Venezuela, en 2018, entrevisté al director del periódico digital La Patilla, David Morán, quien me dijo que el régimen venezolano echa mano de tres elementos para mantenerse en el poder.

De las crónicas inéditas de aquel viaje extraigo el siguiente fragmento a fin de explicar esas tres bases necesarias para sostener al tirano:

«Sentados en su oficina, Morán me cuenta con términos sencillos la situación actual. Con dos tazas de café y un fajo de billetes de 2 bolívares me explica la hiperinflación y con gran destreza de palabra me comenta cuáles son los pilares que sostienen al régimen. “Propaganda, relativización y culto”, me dice.

Mientras conversamos, en el televisor se ve un acto militar presidido por Maduro.

“Es una forma de demostrarle al pueblo que tienen el poder y las armas”, reflexiona. Es parte del sistema de propaganda que permite a un régimen como el de Maduro subsistir. Este pilar va acompañado de censura a los medios críticos y a toda aquella industria mediática —incluida la de las telenovelas— que difunda modelos de comportamiento y pensamiento diferentes a los que convienen al sistema.

En cuanto a la relativización, “para ellos nada es verdad y todo es relativo”, comenta. Aquí amigos y enemigos se mueven a conveniencia, según el humor matutino del presidente. La tercera pata del trípode es el culto, que en la época de Chávez era hacia Bolívar y en la época de Maduro se ha vuelto hacia la figura de su fallecido predecesor».

Si ya en democracia ploriferan los medios de comunicación genuflexos al poder no me es difícil imaginar que durante la dictadura haya medios que se presten a la propaganda. Ese pilar lo tienen ganado.

Si algo aprendí durante mis años en México es que el periodista que decida denunciar al narcotráfico o al gobierno le quedan solo dos caminos por delante: el exilio o la muerte.

Ante dicha realidad, los periodistas honorables tendrán que salir del país, como lo han hecho tantos nicaragüenses y venezolanos en el momento actual. La información veraz llegará a Costa Rica por medio de los periodistas en el exilio y por internet.

Eso sí, no solo los periodistas tendrán que irse. Por primera vez el porcentaje de costarricenses en el exterior crecerá.

Los costarricenses, como los venezolanos, no hemos sido nunca migrantes. Hemos recibido a muchos, pero en un escenario de colapso económico y violencia generalizada, nos veremos forzados a dejar nuestra tierra.

Los que tengan más recursos se irán a Estados Unidos, España, México o Colombia. Los que tengan menos recursos se irán a Panamá y Nicaragua en busca de oportunidades laborales. Ese será el primer exilio costarricense en la historia.

Por último, un grupo de ciudadanos cobrará particular relevancia en este periodo: los expresidentes. Venezuela no los tuvo. Nicaragua tampoco. Han pasado estos duros periodos sin expresidentes activos políticamente para enfrentar al régimen. En nuestro caso, los tendremos. Jugarán un papel fundamental.

Ante este escenario, que tanto me cuesta dilusidar, hay algo que tengo claro: todo esto podemos evitarlo impidiendo su llegada al poder. Eso es fácil. Debemos negarles el voto.

Espero, Costa Rica, que sepamos distinguir a quienes se presentarán como mansos corderos, pero que en realidad propiciarán la destrucción de nuestra democracia.

  • Jovel Álvarez es periodista costarricense. Su texto ha sido publicado originalmente en el sitio PanamPost.

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