La pluma indiscreta

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

Ahora más que nunca el rol del periodismo es vital. Los tiempos pasan, pero las actividades del comunicador implacable se mantienen contra viento y marea. Vivimos tiempos de un populismo arcaico, donde se quiere censurar la opinión y donde no existe la oportunidad de discrepar porque aquello es “homofóbico”, “machista”, “xenófobo” o “estereotipador”. Estos epítetos son usados sin la menor racionalidad y se los lanza al aire como una piedra que rompe la libertad de expresión.   

Cada acontecimiento social o político, si se mira con cuidado, posee varias aristas desde las que se puede analizar el hecho. La base del periodismo es la investigación, pero también es la crítica. La pluma del periodista debe ser indiscreta, no andar con medias tintas y cumplir su propósito. Ésta no puede ser puesta al servicio de nadie por lo que siempre está dispuesta a decir la verdad así sea dolorosa. Actualmente los calificativos deben valer menos que cero, las etiquetas se han creado para justificar la no comprensión de la postura del otro y los radicalismos más perversos se han enquistado en las débiles mentes colectivas.

Ahora, muchos en su en su ignorancia, quieren tomarse la historia y la identidad que nos cobija. En América Latina somos hispanos porque por nuestras venas corre sangre europea mezclada con la indígena y campesina de pueblos originarios, es decir somos parte de un mestizaje. Hemos heredado (entre otras cosas) este bello idioma llamado español que posee una riqueza infinita de vocablos, términos, palabras dulces y otras un poco duras, pero el lenguaje debe irse construyendo y no destruyendo como pretenden algunos salvajes.

Por otro lado, ¿qué se consigue vandalizando los monumentos entre ellos el de la Reina Isabel I de Castilla (también conocida como Isabel la Católica) ubicado en las calles 12 de Octubre y Madrid en la ciudad de Quito? En Estados Unidos se desea eliminar la memoria de soldados confederados como Robert Edward Lee o  Jefferson Davis por ser considerados como “tributo al racismo” y resulta un pecado la sola mención de aquel episodio histórico llamado Guerra Civil donde los ejércitos de la Unión y la Confederación se enfrentaron a causa de una polémica ley de ese entonces sobre la abolición de la esclavitud negra propuesta por el presidente Abraham Lincoln. Se pretende enseñar que Cristóbal Colón pisó América sólo para conquistarla y que los colonos eran opresores… cuando eso, realmente, no es verdad. La cultura americana desde 1492 se enriqueció, se cambió el sistema métrico, logró darse la agricultura a gran escala, la arquitectura avanzó a pasos agigantados, además se conocieron nuevos idiomas universales como el castellano, el francés y el inglés.

El periodismo debe salvar la historia porque es esta labor la que empieza a relatar su borrador. Hay un neopuritarismo que como tigre desgarra la capacidad de raciocinio en los individuos. Muchos talentos literarios como Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Fernando Savater e Isabel Allende se han opuesto a modelos de ideologización de la lengua, sería imposible no darles la razón. 

Si las feministas se enojan con lo que los periodistas denuncian: ¡que así sea!, si los nuevos “intelectuales” apegados a estrategias de márquetin que defienden a grupos de moda solo para evitarse críticas y se sienten mal por lo que los periodistas opinan: ¡qué así sea!, si los falsos colectivos minoritarios se creen marginados por lo que los periodistas cuestionan: ¡qué así sea! El buen periodista nunca se dejará adoctrinar por la ideología de género ni usará lenguaje inclusivo en sus textos porque simple y llanamente son una aberración que el populismo actual ha dejado como un demoníaco vástago amorfo. George Orwell, si viviese en estos tiempos, diría nuevamente su frase más recordada: “Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.”  

Hay que defender el idioma, las creencias, la buena cultura, la identidad y no dejarse llevar por las más bajas pasiones que al final del día solo terminan destruyendo la poca cordura que parece quedarle al hombre moderno.  

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