La casa en orden

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

El convenio al que en principio llegó el ministro de Economía y su equipo con los tenedores de los bonos marca un paso importante para salir de la profunda crisis financiera que atraviesa el Estado. El acuerdo –que deberá ser ratificado en los próximos días por una mayoría calificada de los bonistas– da un respiro importante a este y a los próximos gobiernos.

No será sino hasta el 2035 que el servicio de esta deuda comenzará a pesarle nuevamente al fisco. Se supone que para ese año nuestro país habrá logrado poner en orden sus finanzas públicas y que la economía esté creciendo a un saludable ritmo de tal forma que el honrar ese compromiso no sería problema.

Claro que el convenio anunciado por el ministro Martínez solo cubre una parte del total del endeudamiento estatal. Queda aún por delante el tramo de la deuda con China –cuyas condiciones son increíblemente duras–, con algunos organismos multilaterales y, sobre todo, con entidades públicas internas como es el caso, dramático por cierto, del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social. Pero ello no resta importancia al paso que se ha dado recientemente con los tenedores de los bonos. Y no lo es porque, entre otras cosas, este acuerdo pone al Ecuador en una mejor posición que la que tenía años atrás para llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Después de todo, una cosa es aligerar la carga de la deuda y otra es inyectar recursos frescos a bajísimas tasas de interés a plazos largos.

Poner en orden nuestra casa, esa casa llamada Ecuador, no es fácil ciertamente. Pero tampoco imposible; ni es una tarea que debe necesariamente demorar demasiado. La exitosa renegociación de la deuda externa antes mencionada es un buen ejemplo; un buen ejemplo de que sí es posible dar pasos positivos de forma inmediata y que no es tan cierto que debemos sentarnos a esperar que pasen décadas para salir del túnel en que nos dejó el régimen anterior.

Para ello varias cosas deberán ocurrir en la esfera política. Habrá que abandonar las salidas demagógicas; desterrar la improvisación y enterrar al populismo. Tendremos que aprender a ver a la función pública no como un simple tránsito para ganar visibilidad publicitaria a costa de los recursos públicos, sino como un serio compromiso de cumplir con el país por muy complicadas que sean las tareas que se asuman –¿qué función pública no trae problemas?–, y hacerlo al margen de cálculos electorales o personales, más aún cuando el país se hunde en una profunda tragedia sanitaria.

Mientras persistan políticos tallados en la piedra de la simulación y la mentira, gente que mangoneó por décadas la justicia, las leyes y las instituciones hasta envilecerlas y que ahora con el mayor descaro vienen a decirnos que son simples ciudadanos ajenos por completo a la debacle económica y ética en la que vive la nación. Mientras vivan nuestras élites embobadas en la cultura del espectáculo y no exijan a los políticos seriedad, planes concretos, equipos de trabajo, formación ideológica y experiencia de vida, de nada servirán esfuerzos como el que ha hecho el ministro Martínez de reestructurar la deuda externa.

Y de nada servirá tener un país hermoso, con abundantes recursos, lleno de gente honesta que lo único que desea es menos corrupción y más oportunidades de progresar. (O)

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