Leer y escribir

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

1.
La Biblioteca Nacional Eugenio Espejo ya tiene casa. Una casa en la que los ecuatorianos que quieran liberarse de las servidumbres de la supervivencia pueden dedicarse a leer y escribir.

2.
Leer es una serie de operaciones intelectuales que una persona, el lector, desarrolla con un texto y a partir de él.

Estas operaciones van del desciframiento de signos a la dotación de sentido y, de ahí, al relacionamiento de este sentido con ciertos contextos semánticos que se encuentran dentro o fuera del texto. Cada una de las operaciones constituye, a su vez, un nivel distinto de lectura.
Lo que leemos es un elemento de nuestra personalidad: la conforma y modifica. Está presente en nuestro modo de ver el mundo y en nuestras reflexiones y decisiones. Incluso aquellas lecturas que nuestra memoria consciente ya no registra permanecen en nosotros, confundidas entre sí y con las lecturas cuyo recuerdo todavía conservamos. Con ellas forman un núcleo intelectivo: base de nuestro pensar y leer.

La misma lectura, en la medida en que establece relaciones de sentido, es una forma de pensar. No es posible, por esto, separar el leer del pensar. Cada lectura es una ocasión para el pensamiento: para dudar, para preguntar, para responder, para entender; para preguntarnos, también, por qué no entendemos.

3.
Leer, aunque suene anacrónico, es cultivarse. Una forma de autocuidado, en la que nosotros somos la planta y el jardinero; y los libros, el agua y el abono. Cultivarse es realizar los esfuerzos necesarios para mantenerse, crecer y dar frutos: comestibles o no, sanos o venenosos. Y esto, porque lo leído se funde con lo que somos, con todo lo bueno y lo malo que llevamos dentro.

Leer es un ejercicio de autonomía personal: la lectura obligatoria no cuenta. Pero, si es un ejercicio de autonomía, la lectura de cualquier tipo de texto no puede dejar de ser reflexiva. Si bien de ella se derivan sentimientos de cariño y admiración por los libros y sus autores, y hay, efectivamente, devotos de Borges, de Marx, de Nietzsche, y un buen lector construye su propia familia bibliográfica, el peligro que se corre es que, más allá de la afinidad y la admiración, los lectores terminen desarrollando relaciones de dependencia intelectual con los autores. Si es así, la lectura deja de ser un acto autónomo. Y lo leído no llega a integrarse en la personalidad del lector, sino que se separa de ella y la domina: es el fracaso de la lectura, porque la lectura es, también, un riesgo. Nos tienta, nos pone a prueba, y si no sabemos responder de manera debida, termina por asimilarnos.

Quienes, en lugar de asimilar lo leído, son asimilados por lo que leen se convierten en imitadores o repetidores. La imitación y la repetición son las maldiciones de la lectura: castran al lector y vacían de sentido el pensamiento. Así lo demuestra la “Fábula del Papagayo”:
-Un nuevo Pensamiento, fresquito y luminoso, nació el otro día en el jardín platónico. Y el Papagayo, que lo había estado esperando desde hacía décadas con la inquebrantable paciencia de los cristianos que esperan la nueva llegada del Mesías, apenas vio despuntar su cabecita, se le fue encima con el hambriento pico abierto. El nuevo Pensamiento, aterrado, al sentir que las enormes fauces del Papagayo se cernían sobre su cabeza, solo atinó a cerrar los ojos y se encomendó a Platón. Pero el Papagayo, con todo lo hambriento que estaba, no lo devoró.

-¿No?

-¡No!: ¡lo repitió!


4.
¿Quién dice que los libros son inocuos? ¿Quién afirma que son beneficiosos? Están ahí, a disposición de quienes quieran leerlos. El que decida hacerlo deberá atenerse a las consecuencias.


5.

¿Se puede vivir sin leer? Sí se puede. La lectura no es necesaria para la sobrevivencia. De hecho, hasta la actualidad, han logrado pervivir comunidades ágrafas, como las comunidades no contactadas de la Amazonía ecuatoriana, cuyo estilo de vida, en lo esencial, es el de sus antepasados del neolítico. Ellas han sobrevivido, mientras muchos imperios letrados no son, ahora, más que una página de un libro de historia.

La mayoría de ecuatorianos tampoco lee, a no ser aquellos textos que su actividad académica y laboral les impone. La vida es experiencia, la mayor parte de ella repetitiva. De manera que vivir es, sobre todo, reaccionar, dar unas respuestas estereotipadas a las demandas de la cotidianidad. La lectura amplía esa experiencia y le da espesor. Podemos sobrevivir sin leer, pero podemos vivir mejor gracias a la lectura. El que lee por vocación tiene una vida más ancha, más alta, más profunda.

6.
La gente que lee, si sabe leer y es capaz de cuestionar a sus padres intelectuales, produce ideas propias y sus propios puntos de vista. La lectura le ayuda a diferenciarse de la masa, que habita en los ámbitos del lugar común y el estereotipo, y a definirse como individuo. Lo mejor que los hombres han dicho y han pensado está en los libros. Es muy difícil que en la conversación diaria una persona encuentre algo superior a lo que está escrito. La palabra oral es magma. La palabra escrita es orden. El mundo de la oralidad es el mundo del automatismo o la improvisación. El mundo de la escritura, el de la reflexión y la originalidad. Originalidad que surge con mayor frecuencia del esfuerzo por ordenar y decir de manera precisa y completa lo que se quiere decir, que de la intuición o la inspiración. La tarea de escribir, el acto de juntar y relacionar palabras, es un acto generador. Al escribir lo pensado surgen nuevos pensamientos, nuevas relaciones entre ellos. El autor va encontrando lo que quiere decir mientras escribe. Escribir no es solo consignar lo pensado y lo sabido, sino descubrir.

7.
Los libros fundan la vida intelectual. Por eso, resulta incomprensible que haya profesionales y hasta profesores universitarios que no leen.

Las estructuras de los textos nos ayudan a estructurar nuestro pensamiento, a darle forma. Nos ayudan, también, a organizar nuestras ideas e imágenes mentales en sentido opuesto al orden de los sueños: arbitrario y extravagante. Leer y escribir son un esfuerzo por escapar del azar, de la arbitrariedad del inconsciente, y por dirigir nuestro pensamiento. Pensar, por tanto, es un ejercicio de la voluntad, y, al mismo tiempo, un acto terapéutico. ¿Qué otra cosa persiguen las terapias psicológicas o la meditación, qué, sino el control de la propia mente? Un intelectual es alguien que ha llegado a ser soberano de su pensamiento. Es decir, un hombre libre. Solo de los productos intelectuales que ha generado un hombre libre podemos decir que son “obra”: “su obra”. Pero la soberanía del pensamiento no está limitada a los intelectuales, es uno de los objetivos vitales más importantes de todas las personas. La lectura les ayuda a alcanzarlo.

8.
¿Para qué, en este mundo, dominado por los celulares e Internet, se necesitan las bibliotecas? ¿Para qué, en este país, acosado por la corrupción, la enfermedad y el desempleo, se necesita una Biblioteca Nacional?
Para formar hombres libres: personas que sepan leer y escribir.

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