Guayaquil, Ecuador
Del estado de excepción pasamos a estado de confusión. Desde septiembre (algo) hasta ahora lo que impera es una confusión constante sobre la vida y su dinámica. Con el mundo volviendo al encierro el miedo se despierta como animal feroz para recordarnos que está en nosotros cuidarnos y protegernos de un posible contagio. La segunda ola se anuncia con adaptaciones de información de la peste negra, información científica y no tan científica, los datos se mezclan para dejarnos parados sin un claro rumbo de qué mismo nos depara la vida. Los líderes nacionales no parecen acordar pautas mínimas, solo la mascarilla y el distanciamiento social, pero hay tanto más por resolver y acordar.
En las conversaciones de salón se elucubraba, previo al feriado, si habría toque de queda, que si el horario, que si aplica solo a Guayaquil, que el Malecón iba a estar cerrado, que si la playa iba a tener restricciones, que si hay más casos, que si la gente se cuida en su casa y por eso la cifra está escondida en la desconfianza de acudir a un centro de salud. Las declaraciones del ministro sobre el contagio de los médicos en primera línea dio dolor de cabeza a más de uno que no comprende el infortunio de su comunicación, y como línea subyacente la zozobra de la incertidumbre. Experimentamos ajustes, si antes era “Si Dios quiere”, ahora es “Si Dios quiere y la pandemia lo permite”. Una gran porción de paciencia es necesaria para continuar gestionando nuestras gestiones y emociones en un contexto de atrasos, torpezas, riesgos y decrecimiento económico que aplica a demasiados.
En lo económico, resulta que los rangos no son los anunciados. En la confusión quedó la cifra real del decrecimiento porque se especuló tanto que el ciudadano ya solo se agarra a la boya y flota lo mejor que puede. Que si eran 4 años para recuperarse, que si eran 10; estamos todos confundidos y en el proceso los trámites son largos, los procesos se interrumpen, las decisiones se atrasan, los pagos de proveedores no llegan y la educación es la que más sufre.
En esta era, la ciencia debe ser la luz que conduce las decisiones, el tema es que la inundación de información que experimentamos permite que al titular: “Un estudio establece que”, le siga cualquier cosa y al darle a todos los estudios la misma credibilidad le quitamos el valor a los que sí lo contienen. Mientras tanto, el hotel que se aprovisionó para recibir turistas perdió la liquidez que le quedaba, el de las mascarillas tuvo una utilidad adicional porque fuera de su casa hacen cola para trámites y así. Quizá el covid19 nos de la mejor lección sobre las grandes pretensiones del humano y nuestra gran vulnerabilidad.