Votamos

Pedro Corzo

Miami, Estados Unidos

Ejercitamos uno de nuestros derechos fundamentales. Votamos por quien quisimos, por las razones, motivos y simpatía que cada uno de nosotros,  en uso de nuestro libérrimo derecho, concluyó.

Hicimos caso a la advertencia de Konrad Adenauer, quien fuera canciller de la República Federal Alemana,  cuando dijo que “la política era demasiado importante para dejársela a los políticos”.  Como ciudadano dimos fe de nuestro compromiso con la democracia al recurrir a la guillotina electoral que llaman voto, para determinar quienes conducirán los destinos del país.

La campaña terminó. Las confrontaciones entre las partes, así esperamos, llegaron a su final. La crispación de oír constantemente comentarios negativos de unos u otros aspirantes llegó a una conclusión feliz para los ganadores y para los derrotados, a un paréntesis de reflexión que les permite tomar un nuevo impulso para enfrentar los retos porvenir.

Sin embargo, los más beneficiados somos los electores  que sin participar directamente en el debate cívico nos vemos agobiados por estridencias y diatribas que aunque molestas, son preferibles a vivir en un país donde un jerarca y sus esbirros disponen caprichosamente de nuestra existencia, opina Enrique Ruano.

En ocasiones las campañas electorales entran a nuestras casas sin pedir permiso y nos envuelven en su aquelarre sin que importe nuestra opinión. No faltan quienes asumen posiciones extremas en defensa de su candidato, olvidando que pueden estar discutiendo con un familiar o amigo con un alto significado en su vida y que no tiene derecho a descalificarlo por no compartir su punto de vista. Aunque tengamos la certeza, siempre acompañada con una buena dosis de subjetividad, de que nuestro interlocutor  está cometiendo suicidio y hasta  impulsando a terceros a consumarlo, debemos ser respetuoso de las diferencias y no denostar de quien piensa en contrario.

Antes que todo debemos reconocer que elegir no es una ciencia y menos exacta. Muchos seleccionan a su candidato por aficiones, otros porque suponen que el sujeto es el mejor intérprete de su voluntad y en consecuencia quiere que lo represente. Tengamos presente que estamos a favor, al menos decimos eso, de la democracia representativa, muy imperfecta, pero sin dudas, preferible a la dictadura.

La realidad es que aun en las democracias están presentes los iluminados que desautorizan a quien le adversan con palabras ofensivas. El colmo, no faltan vecinos que te niegan el saludo o amigos que te bloquean en las redes sociales, porque colgaste un pasquín electoral de un candidato que no era de su agrado, lo que conduce a preguntarse  como actuó esa persona si fue miembro de los Comités de Defensa de la Revolución, para simultáneamente recordar al acosador que te iba a buscar porque no habías ido a votar en la farsa electoral castrista.

Nuestro principal deber antes de elegir es habernos informado sobre los aspirantes y sus propuestas. No actuar como las ratas del flautista que le siguieron sin preguntarse cuál era el destino. Hay que conocer la ruta propuesta y el final  prometido, además, de saber quiénes son los promotores y las posibilidades de realización de lo propuesto. El que no vea lo fantasioso de una promesa  es ciego por voluntad propia, hay que recordar siempre que no hay almuerzo gratis, alguien tiene que pagarlo.

Para la democracia es más nefasto el elector populista que el candidato populista.  En cualquier país del mundo hay un número importante de personas que ceden sus derechos a quien le ofrezca el paraíso en la tierra. Incautos en unos casos, trepadores u oportunistas en otros, todos creen en los milagros prometidos por hábiles vendedores de futuro y cavan con gusto la tumba en la que se van a revolcar de pesar con un letrero en grandes caracteres que dice “tengo el gobierno que me merezco”.

Por otra parte, los pueblos e individuos sometidos a regímenes  de fuerza, no tienen la opción de escoger a sus líderes. Los gobiernos que se afianzan en fusiles ametralladores asumen todas las prerrogativas, pero en una democracia,  el elector es el responsable de quien le gobierna,  por lo tanto debe prepararse a conciencia, para determinar quiénes van a decidir sobre su futuro.

Más relacionadas