Perú se ha quebrado y el gobierno no lo entiende

Lima.- Con uñas largas color lila, camisa transparente, pandereta en mano y unos hermosos ojos color miel que resaltan tras una máscara con diseños florales, Prince Malcom reparte agua entre los miles de manifestantes que claman contra el Gobierno peruano.

Prince protesta en el centro de Lima por muchas cosas, como casi todos los que masivamente han salido a las calles de todo el país por cuarto día consecutivo, pero que intentó resumir en una corta frase: «Este Gobierno se está yendo a la mierda».

El ambiente en la histórica plaza San Martín, uno de los ejes del damero que subraya el trazado de herencia colonial de la capital peruana, es eminentemente festivo antes de que algunos, escasísimos, inadaptados arrojen piedras a la policía y esta responda con bombas de humo, perdigones y porrazos.

Ante Prince y sus decenas de miles compañeros de protesta, en su mayoría muy jóvenes, muy diversos y con una notable y activa presencia femenina, hay un Gobierno de transición, un presidente, un Congreso y una clase política que parece no entender que la crisis que se precipitó el lunes con la destitución del presidente Martín Vizcarra expone una fractura aparentemente insondable, entre un mundo nuevo y uno viejo, ajado por la corrupción.

NO TE ENTIENDO

Mientras el país entero se movilizaba de una forma poco antes vista, el flamante primer ministro Ántero Flores-Aráoz, de 78 años, abogado, varias veces diputado, ex ministro y profundamente conservador, se preguntaba en televisión que qué quería la gente que protestaba y «qué les fastidiaba».

Otros ministros que asumieron este jueves expresaron su extrañeza, pusieron en tela de juicio la «espontaneidad» de los manifestantes, se lamentaron por los negocios cerrados a causa de las marchas e incluso las vincularon al terrorismo de Sendero Luminoso, de ominoso y muy doloroso recuerdo en el país.

Las respuestas en la plaza San Martín eran efectivamente diversas, confusas en ocasiones, complicadas de explicar, pero resumibles todas en un punto: los actos del Congreso esta semana han colmado el vaso de la indignación y detonado el hartazgo ante un sistema político enfangado en la corrupción y la «repartija» personificada en Merino, su Gobierno y el Congreso por extensión.

«Perú no está roto, solo quebradito», suspiró a Efe Hugo Ñopo, un destacado economista peruano que ha participado muy activamente en denunciar la situación política del país, que califica como un golpe «sui generis», plenamente «correcto en lo legal, pero profundamente ilegítimo».

«¿Cómo es posible que no lo esperaran, viendo lo que ha pasado en Argentina, en Chile, en Colombia?. Hay un contrato social que está fracturado… Los que nos representan, no nos representan. El Estado no sirve, el mercado de trabajo no funciona, hay muchas rajaduras que no se sabe como no vieron… La elite política tiene miopía», razonó el estudioso.

RIMAS Y LEYENDAS

La indignación es palpable, la movilización y concienciación, también. El ingenio está muy presente.

En el contexto de una economía quebrada por el covid-19, Rigoberto Terán y su «hermano» hacían su agosto con la venta de camisetas «en blanco y negro, muy económicas» con la leyenda «Merino NO es mi presidente».

Parte reivindicación, pues «se llega a la presidencia si te elige el pueblo, y a él no lo han elegido» y parte negocio. Buen negocio, de hecho, pues se vendían como pan caliente y su precio subió en minutos de diez a doce soles, en atención a la demanda.

La zona, antes de los pelotazos policiales, parecía mas el festejo de un triunfo de Perú en un Mundial, reforzado por las miles de camisetas de la franjiroja que poblaban el paisaje, junto con las banderas rojiblancas y los carteles, muchísimos carteles.

En las esquinas, grupos de jóvenes se cobijaban y agrupaban para diseñar concienzudamente pancartas y dibujos para exhibir al público, en la plaza y en las redes, pues la marcha fue literalmente digitalizada y transmitida al mundo entero de forma consciente y deliberada.

«Se metieron con la generación equivocada», repetían como recordatorio muchos de esos mensajes. Todo un lema, y unas prácticas, que de hecho ponían en evidencia esa ruptura de mundos: una generación de «tic-tokers» que se enfrenta a unos probos hombres y mujeres aparentemente intachables pero a los que nadie cree más.

Las sutilezas, a veces, se pierden: «Me orino en Merino», decían otros mensajes. «Prefiero que me gobierne mi ex», apuntaba otro.

VIZCARRA NO

Una preocupación constante de los manifestantes es la de subrayar que la situación, bajo ningún concepto, debía interpretarse como un apoyo al mandatario destituido, sobre quien todos insistían «debía caer todo el peso de la ley».

«Es una rata más, pero no tiene que ver con esto», dijo a Efe Rocío Lamadrid, una jovencísima manifestante.

Lo que sí tenía que ver, más claramente, lo expuso Jimena Ledgard, de 33 años: «es inaceptable que un Congreso sin aceptación, ni aprobación, repudiado por el pueblo y sin representatividad, haya dado un golpe amparado por legislación y copado los poderes del Estado».

A eso se añadieron otras quejas, como «el regreso de la Inquisición», representada por el gabinete ultraconservador que presentó Merino y que denunció a Efe Diego Otárola, uno de los pocos hombres mayores que se pudo distinguir en la plaza.

Ñopo señaló también el mismo punto: «esto es una papa caliente y esta gente no sabe manipularla, una cohorte de jubilados y elite antigua alrededor del poder. No lo entienden».

La sensación, tras horas de movilización y con la oscuridad y el humo de las bombas lacrimógenas ya presentes, es que las marchas van a continuar aún con mas fuerza, sobre todo si el Ejecutivo necesita que alguien se las tenga que explicar.

Solo un viejo vagabundo alcohólico, que dormitó impertérrito durante toda la movilización bajo un soportal del Gran Hotel Bolívar, el hito art-decó que domina la plaza San Martin, pareció ser el único que en la tarde del jueves no percibió esa realidad.EFE

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