Lo que aprendí de Gustavo Noboa

Juan Ignacio Correa

Guayaquil, Ecuador

Es difícil que uno pueda conocer al político sin llevar un registro de su vida
pública en la memoria, y evito utilizar la palabra imposible pues cuando conocí al ex-presidente Gustavo Noboa mi ignorancia era tal que inclusive desconocía el título que ahora menciono detrás de su nombre; no sabía que Gustavo Noboa había sido presidente del Ecuador.

Cuando lo conocí, en un coloquio organizado para un grupo evidentemente privilegiado de jóvenes, que a su corta edad podían disfrutar una tarde con nada más y nada menos que un ex-presidente, escuché sus opiniones y juicios de valor como quien camina por una calle inhóspita y periférica de
Guayaquil: sin reparar en el nombre, los vaivenes de sus transeúntes y el mosaico de ansiedad o miedo que provocan sus antecedentes.

Lo escuché con una ingenuidad tal que me permití un acto tan poco frecuente sino impropio de quienes intentamos hacer opinión de vez en cuando: escuchar.

Recuerdo en aquella conversación al expresidente señalando una pizarra
donde había ilustrado una cancha de futbol. Recuerdo al expresidente explicando las similitudes entre el fútbol y la política. Recuerdo al expresidente preguntando si podíamos entender cuanto venía a explicar, y recuerdo al expresidente guardar silencio para que nosotros pudiésemos aportar con opiniones propias.

Que una persona con tal bagaje político recordara el silencio y lo ofreciera para hacer honor a cualquier aberración que saliera de nuestras bocas ilustró en mí el arquetipo de un presidente. Y yo que en aquel entonces soñaba con la presidencia tal y como soñaba con jugar en el parque con mis amigos, comprendí tras un aire de madurez que me alcanzó en mi conversación con el ex presidente, que uno debe abstenerse de soñar en ser político y trabajar para ser un político de ensueño, trabajo que empezaba por aprender a escuchar.

Cuando el coloquio terminó parecía de noche y al mismo se sumaron nuestros padres y madres, al tiempo que conversábamos de tópicos menos preparados y cotidianos, el ex-presidente Gustavo se tomaba un descanso para quizás sopesar cuan bien había explicado lo que deseaba que nosotros aprendiéramos. Tengo que admitir, yo era muy pequeño para darle al evento la deferencia necesaria y escribir en un cuaderno aquellas enseñanzas, que eran muchas. Pero sí recuerdo una, y tanto que hasta hoy la llevo en la superficie de mi memoria, en un rincón donde me es fácil
depender de ella.

Cuando venía a despedirse, el ex-presidente me vio a los ojos con una mirada abrazadora y me dijo en la presencia de mis padres, Qué chico para más valioso que no baja la mirada o se distrae cuando hablo. Sabe escuchar.

Espero que me pueda autografiar su libro, le dije muy avergonzado por su halago e intentando adjudicarme una copia. Todavía guardo su libro en mi biblioteca y también el sticker donde puso mi nombre para recordar al chico que según él era valioso sólo porque sabía escuchar.

Para Juan Ignacio Correa, afectuosamente, Gustavo Noboa, agosto 15 de 2013.

Siete años más tarde me permito escribir este artículo, con palabras que
irremediablemente tardías no tienen momento más oportuno que el día que traemos a la conversación la historia de una persona relevante que muchas veces y con mucho pesar es también el día de su partida. Jamás olvidaré que junto al expresidente Gustavo Noboa logré atesorar una gema de consejo y que hoy comparto con ustedes y en memoria suya: ser valioso es saber escuchar.

El expresidente Gustavo Noboa, en una foto publicada por la Revista Vistazo en 2019.

Más relacionadas