El desconocimiento y la mala fe

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Ante la marejada de información que recibimos a diario, es muy difícil manejar certezas. Es imposible saberlo todo, estar a tanto de los cambios diarios, de los fenómenos mundiales. Y eso deja mucho espacio al engaño. Cada vez más, no queda sino recurrir al buen juicio para no dejarse atrapar por el mito.

El hábito de crear zozobras, magnificar hechos, fabricar mentiras, acompañado por trucajes fotográficos, cifras inventadas y estudios inexistentes se ha convertido en una verdadera amenaza para la vida diaria. Estamos a merced de la información que recibimos, de lo queremos creer, de nuestra formación o la falta de ella.

Si algo no encaja con nuestra opinión, la descartamos sin criterio para substituirla con alguna que nos de la razón, aunque no exista ningún argumento válido para sostenerla. Y por allí vamos, con una realidad deformada a nuestro gusto, unas teorías delirantes y unos testimonios deleznables.

Presumimos la mala fe y la culpabilidad apenas leemos una denuncia, sin detenernos a pensar el proceso que tiene que darse para validarla. Somos jueces y verdugos sin otra herramienta que nuestro deseo y la información que recibimos. Damos más crédito a la versión del vecino que a la de la autoridad, por solidaridad de clase, género u odio compartido. Por supuesto, mientras más leyes existan, más cerca estamos de quebrantar alguna. Y mientras más contradictoria la información, más amplio el espacio para la superchería.

Es comprensible la ignorancia de tantas reglas, pero es imperdonable la mala fe con la que se manipula a un público desorientado y crédulo. Gracias a la mala fe de la autoridad electoral, el Ecuador ha vivido días de agresión, suspicacia e inestabilidad. Gracias a los intereses y titubeos de algunos vocales, la credibilidad del organismo electoral ha sido socavada. Gracias a la improvisación, el ecuatoriano promedio no confía en sus autoridades.

El saldo es deplorable. A pocas semanas de elegir un nuevo presidente, el país está dividido, mal informado y dubitativo. Ni las actuaciones de Correone, dueño de la verdad y de la palabra, ni las del licenciado, especialista en silencios cuando se necesita firmeza, han ayudado a la institucionalidad.

Un país que aplaude los experimentos y respalda a lo desconocido es un país que se hunde poco a poco. Un país que no confía en ninguno de sus poderes es un país sin rumbo. Únicamente los mandantes, prevalidos de nuestro voto y nuestro patriotismo, podemos cambiar este naufragio.

Es hora de desterrar del discurso las teorías malévolas y substituirlas por certezas. Si existen dudas, hay que subsanarlas al amparo de la ley y no al capricho de las personas. Si un resultado se mantiene, hay que respetarlo hasta que haya prueba en contrario. Si se busca avanzar, no hay que torpedear el camino.

Me espanta leer tantas opiniones sin base ni sustento, sin conocimiento elemental de la ley y de las normas, que pretenden convertir la excepción en regla y la minoría en mayoría porque a ellos les conviene. Rechazo a quienes juegan a la imparcialidad criticando a todos para luego arrimarse al ganador, aunque ayer lo hayan cuestionado duramente. Solo demuestran su mala fe y su falta de valores.

Aplaudo la intervención de la fiscalía y de la contraloría frente a las dudas que ha creado el proceso. Espero que los resultados sean rápidos y confiables. Porque su retraso sólo contribuye a aumentar la incertidumbre. La limpieza no puede hacerse por partes si queremos un resultado apreciable.

Hasta entonces, hagamos nuestra parte y pongamos un freno a tanta teoría sin pruebas, al temor reverencial hacia un prófugo, a las conspiraciones sin sustento. Dejemos de ser agoreros y tratemos de ser positivos. En vez de lamentarnos e infundir pesimismo, apoyemos nuestra opción con fuerza y dedicación. Solo así podremos vencer a la corrupción y al caos.

Ya lo sabemos. Dejemos de enviar mensajes apocalípticos en las redes para convencer a quienes ya estamos convencidos. Es un círculo vicioso. ¡Pasemos a la acción! ¡Es la única manera!

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