Yaku Pérez o la hipocresía

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

La irregular reunión de Yaku Pérez con el juez del Tribunal Contencioso Electoral, Ángel Torres, en el departamento de Darwin Seraquive -cuya participación en dicho encuentro debe aclararse- es un golpe más, un golpe contundente al mito de la superioridad moral por razones étnicas y políticas que las organizaciones indígenas y los militantes de izquierda han tratado de imponer en el país.

Ni los indígenas ni los militantes de izquierda, y Pérez es un indígena de izquierda, están protegidos por su identidad étnica y política de la realización de acciones contrarias a la ética y a la ley.

El caso de Pérez, además, confirma que la hipocresía, no solo en la política, es el modo habitual de comportarse de los ecuatorianos. Decimos una cosa y hacemos otra. “Transparencia, honestidad”, exigimos y, cuando nos conviene, nos ocultamos y actuamos en secreto.

Sí, igual que Yaku y Manuela, los puros, que, enfervorizados, exigían que la reunión del Consejo Electoral para pronunciarse sobre el inválido acuerdo entre los candidatos Lasso y Pérez fuera transmitida en vivo y en directo por los medios de comunicación.

Todavía, porque esto viene de antiguo, es posible ver letreros en ciertos barrios de nuestras ciudades en los que se advierte a los ladrones que, de ser atrapados, serán quemados.

En efecto, cuando un ladrón de poca monta es atrapado por el populacho, tiene suerte si sale con vida. Dato curioso: la misma gente que es capaz de golpear y quemar a un “arranchador” es la que elige a delincuentes de cuello blanco para que los gobiernen.

Igual que la muchedumbre que se lanza contra los ladrones de celulares, ciertos periodistas, autocalificados de independientes y alternativos, se han lanzado con gusto contra Pérez. Ellos, los hipócritas, que siguen justificando los delitos de Glas, Correa y su pandilla. 

La hipocresía es falta de entereza para mirarse en el espejo y aceptar todo lo que este muestra. Negamos lo que, en el fondo, nos gusta o nos atrae, pero socialmente es mal visto.

Sin embargo, el rechazo de ciertas conductas y formas de vida que se da en una sociedad hipócrita no es más que apariencia. La sociedad hipócrita dice defender unos valores en los que no cree, y que las personas necesitan para, nombrándolos y ensalzándolos públicamente, obtener el respeto de los otros.

Un respeto de labios para afuera, porque una sociedad hipócrita es el reino de la desconfianza. Ahí, quien ataca la inmoralidad de los comportamientos de sus semejantes, es capaz de aceptarlos cuando él los adopta, valiéndose de una coartada hecha a su medida o de las fórmulas disponibles en el mercado político: “la causa trascendente”, “la misión histórica”, “el bien de las mayorías”.

En la sociedad hipócrita, nadie cree realmente en las virtudes de los otros y, sabedores de lo que son capaces, todos dudan de todos. Si los ecuatorianos son desconfiados es porque están conscientes de su hipocresía. Es esta la que les dice qué pueden esperar de sus conciudadanos.

Todo político tiene una vida pública y otra privada. Si bien sus ámbitos de acción son distintos, es preciso que los valores que las guíen sean los mismos.  El discurso público, por tanto, debe ser coherente con la conducta privada. Y, algo que es tan importante como lo anterior, los actos del ámbito público no pueden ser convertidos en actos privados.

Lo público exige publicidad, que no es, necesariamente, la exhibición que Yaku Pérez y Manuela Picq reclamaban a los consejeros del CNE.

Actuar con sentido público significa actuar como si los otros nos estuvieran viendo.  Yaku Pérez no actuó de esta manera. Y, como no es capaz de aceptar que actuó de modo incorrecto, se defiende descalificando a los que lo critican. Su táctica nos es demasiado conocida.

Yaku Pérez, Manuel Picq, el juez Ángel Torres. Imágenes difundidas por el sitio La Posta.

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