Grafitos

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

En las paredes del centro histórico de Quito abundan los grafitos. Forma de expresión que se popularizó cuando las personas, haciendo caso omiso del axioma condenatorio: “las paredes y murallas son papeles del canalla”, decidieron hacer públicas sus críticas al gobierno, su amor a alguien -también su odio- o, simplemente, decir “aquí estamos”.

Con el tiempo, las paredes dejaron de ser el espacio de liberación que algún momento fueron para convertirse en púlpitos y cajas de resonancia. Ya no son críticas, sino doctrinarias.

En los muros del centro histórico, las declaraciones de odio político prevalecen sobre cualesquiera otras. Los dueños de las paredes, ahora, son creyentes: convencidos de que la violencia es el camino a la utopía. Es decir, a lo antihumano.

Ejemplos: “La lucha es la respuesta”. “Todo policía es bastardo”. “Revuelta proletaria. Guerra de clases”. “Yo abortaría por si se hace policía”, “Seremos como el che”, el líder guerrillero que afirmaba que «Un revolucionario tiene que convertirse en una fría máquina de matar».

En un rincón escondido en una pared de la calle Flores, cerca de la intersección con la Espejo, alguien, valiéndose de un simple marcador, escribió lo siguiente: “Solo me puse a pensar”. Ni afirmación ni negación tajantes hay en esa frase. Tampoco, el deseo de convencer a nadie, de proclamar que se tiene la razón.

“Solo me puse a pensar”, dice el grafitero, porque, probablemente, las respuestas no se le vienen fáciles y el mundo le sobrepasa. El asombro, y no la búsqueda de dominio, parece ser su actitud ante el mundo. Los otros, los predicadores, ya tienen la respuesta y la gritan desde las paredes y las puertas de los negocios.

Él no sabe todavía. Él no entiende todavía. Él, todavía, no ha encontrado las respuestas. Humilde, pero seguro de la capacidad que lo hace humano, se ha puesto a pensar. Los otros, como ya saben, quieren lanzarse a la acción urgente. Él, en cambio, se toma su tiempo. Y quien sabe tomarse el tiempo es más amable y está menos dispuesto a atropellar a la gente para adelantarse en el camino.

Los predicadores del muro le han tomado la medida al universo y este no guarda secretos para ellos. Por eso, su mundo es pequeño, un grano de arena. El pensativo tiene más mundo por delante, más que hacer, más que caminar, más que conocer. Tiene, también, más tiempo para no hacer nada.

“Solo me puse a pensar”, cuenta el grafitero. No nos marca un camino. No se impone. “Solo me puse a pensar”, cuenta. Y contar es compartir.

LaRepública.

Foto tuiteada por la Agencia Metropolitana de Control.

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