Marina y las atrocidades de la Humanidad: «la compasión está desprestigiada»

José Antonio Marina, el pasado miércoles en Madrid.ÁNGEL NAVARRETE NOTOS LOS DERECHOS DE IMAGEN VAN A EL MUNDO

Madrid, 24 mar (EFE).- La atrocidad es un componente esencial de la cultura humana y estamos tan acostumbrados a ella que hemos perdido la capacidad de escandalizarnos, asegura el filósofo español José Antonio Marina, que advierte de un peligro de la actualidad: la compasión se ha desprestigiado y sin ella, somos inhumanos.

José Antonio Marina recoge en su libro «Biografía de la inhumanidad» (Ariel) la historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad humanas en un recorrido histórico-cultural por las principales maldades e indolencias cometidas por el hombre y de las que habla en una entrevista con Efe.

Hay una frase atribuida a Stalin que resume esta situación, explica Marina: «Una muerte es una tragedia. Cien mil muertes son una estadística». Y por eso «todo lo que excede nuestra capacidad de empatía inmediata nos resulta tan sumamente lejano que no nos afecta emocionalmente».

Iósif Stalin

Entre los horrores del siglo XX que analiza Marina está la guerra total, en la que no se hace distinción entre combatientes y civiles y en la que se puede matar a distancia, sin riesgo alguno.

Y están los genocidios que, asegura, muestran la locura homicida de individuos que no eran asesinos. En Ruanda, entre 75.000 y 210.000 hutus participaron en la matanza de 800.000 tutsis. Y en un día de julio de 1941, la mitad de la población de la pequeña ciudad polaca de Jedwabne mató a la otra mitad, 1.600 hombres, mujeres y niños, por ser judíos.

Las hambrunas son otra de las plagas permanentes que ha sufrido la humanidad, pero en el siglo XX hubo dos con causas políticas: la sufrida en Ucrania entre 1932 y 1933 y la padecida en China entre 1959 y 1961, uno de los mayores desastres provocados por el hombre, del que no hay estadísticas fiables, pero que provocó entre 15 y 55 millones de muertes.

Habla también de la utilización bélica de la violación masiva de mujeres, muy numerosas en la Segunda Guerra Mundial, y explica que «un amasijo de viejos prejuicios y viejos rencores añadía una pena más a las mujeres violadas».

Y advierte de que, aunque en las sociedades con un «capital social» alto esas creencias pueden estar desactivadas o al menos ocultas, «si la conciencia moral falla o las instituciones no son lo suficientemente rigurosas, pueden emerger y facilitar la comisión de violencias sexuales».

Las atrocidades no han cesado un momento, pero «¿por qué dejamos que siga pasando?», se pregunta Marina, para quien las señales que da el siglo XXI son muy parecidas a las del siglo XX.

Así, explica cómo recientes imágenes de grupos armados yihadistas en África decapitando a menores son como las de hace siglos: las matanzas de niños han ocurrido en el imperio romano, en las guerras de religión, en la Revolución francesa, en los campos de exterminio nazi…

«Cuando algún tipo de fanatismo considera que está trabajando por una especie de idea absoluta, todos los medios son aceptables y se pierde la compasión», sostiene.

Porque «tenemos una capacidad de compasión muy limitada y muy frágil y deberíamos educarla, porque con mucha facilidad se evapora», sostiene el filósofo.

La compasión «viene de fábrica» en el ser humano y se ha demostrado que los niños a los 28 meses tienen sentimientos espontáneos de compasión. Pero ese estado se pierde durante la escuela porque no se prestigia y por eso, sostiene, hay comportamientos de crueldad como el acoso escolar.

Y por esa razón considera que educar en la compasión es una «asignatura pendiente» de la Humanidad.

Los dirigentes del régimen nazi sabían que era necesario erradicar la compasión porque es un sentimiento que bloquea la agresividad, dice Marina. Y llega la deshumanización del enemigo y, al no reconocer su humanidad, se le priva de su dignidad y de sus derechos.

Así, señala Marina, «desaparece la barrera emocional, porque produce insensibilidad; la emocional porque al privarles de su condición humana quedan excluidos del sistema moral; y la barrera política porque las instituciones se inhiben».

Las personas «en estado de masa» se contagian de las emociones del grupo y abdican de su responsabilidad y por eso pueden hacer cosas que no se les ocurrirían en plena consciencia de su personalidad.

Ahora, recalca el filósofo, existe el estar «en estado de red», donde las redes sociales hacen que se pierda el sentido crítico y se puedan desencadenar campañas de odio y de furia con muchísima facilidad. EFE (I)

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