Relatos sobre el Olvido

Juan Ignacio Correa

Guayaquil, Ecuador

            Los hechos más repugnantes y salvajes encuentran perdón en el olvido. Y muchos entienden al detalle qué fenómeno media entre los hechos y el olvido para que tal relación exista: tiempo. Y los medios de comunicación, pues la conciencia social obedece a la noticia que se difunde; si la noticia no existe en los medios, tampoco existe en la opinión pública.

Cuando el tiempo ha transcurrido significativamente, y los medios centran sus ojos en otros fenómenos sociales, pueden darse casos tan increíbles como el de Bermudez, que en el ocaso de su matrimonio comenzó a salir con quien sería su futuro amante y posterior esposo, Jhonny alias “Cuqui”, acosador sexual de la todavía desaparecida Clara Nuñez, hermana de Bermudez, un hombre cuya relación con el acoso comenzó a extinguirse tras el último artículo de prensa que trató sus delitos, tras el último tweet que demandaba reparaciones a sus víctimas.

            También pueden darse casos que se reconcilian con lo probable si tras ellos se infiere la manipulación y control del olvido de las personas implicadas. En Ciudad de Dios, la desaparición de una suma millonaria de dinero incitó a sus ciudadanos a la insurrección y precipitó el encarcelamiento de su décimo-primer alcalde. Cinco años más tarde, decenas de kilómetros a distancia de Ciudad de Dios, en Ciudad Redención juraba el mismo hombre, el mismo nombre, como tesorero de las arcas públicas de la ciudad.

Los últimos diarios públicos que escribieron sobre sus delitos recuperaron aquellos circulantes locales bajo la excusa de una campaña de reciclaje, los últimos medios digitales borraron sus denuncias con anticipación bajo la excusa de un cambio de imagen corporativo. Meses más tarde, tras la construcción de un templo religioso, el fraudulento tesorero trasladó una suma millonaria de donaciones a tres cuentas de ahorros, una de ellas ya ganaba intereses sobre la suma que había desviado como alcalde de Ciudad de Dios.

            A la luz de estos ejemplos, un escritor menor, treinta años atrás, explicó que las cárceles se construyen de tal forma que las explanadas interiores sirvan como pistas de aterrizaje, y que aquellas edificaciones de alrededor no eran otra cosa que fachadas de papel, suficientemente altas para facilitar el escape; que al tiempo que los medios dejan de hablar de sus presos, aquellos acaudalados suelen ser transportados a instalaciones más agradables y placenteras, donde tan solo aguardaban por olvido completo.

También explicaba, esta vez otorgándole mucho más espacio a la imaginación, que para la gran mayoría de la población, la cárcel nunca ha sido un sitio perceptible, conocido a través de los sentidos y que por tanto, era más probable pensar en su inexistencia. Era tal la fascinación y admiración de este autor por la industria escenográfica que supo articular un argumento sobradamente contundente donde definió la cárcel como un edificio de carácter temporal destinado a la representación simbólica y teatral, particularmente en los medios de comunicación, del accionar de la ley frente a la consecución de un delito.

            Para este autor, era más grave la falta de delito que la falta de ley, pues tan solo por medio de la anterior las autoridades alcanzaban engordar los presupuestos estatales. Por consecuencia, en instancias posteriores argumentó que era probable que las totalidad de los presos fueran actores, y que como cualquier secreto a voces, la existencia de este aparato no tuviera reparo en guardar las formas y reducir el número de confabuladores.

Era tan contundente el fenómeno del olvido y sus factores mediadores, decía él, que cada vez que una voz denunciaba sus fechorías, sus responsables ponían su conglomerado de medios a disposición del denunciante, y entre ellos apostaban los meses que tardaría la sociedad en trasladar su atención a otro fenómeno.

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