Los Invisibles

Maríasol Pons

Guayaquil, Ecuador

Hay personas que fungen de “invisibles”, pero tienen un impacto importantísimo dentro de las historias de personas públicas o, simplemente, nuestra propia historia.

Cada vez que pienso en la formación y el modelo de educación de mi época recuerdo la tara que era la memorización, pero también recuerdo, con especial agradecimiento las figuras que enseñaban a pensar y ellos si que marcaron el ritmo de mi formación educativa.

Por ejemplo, estaba el profesor Victor Hugo Robalino, él tenía el don de golpear el pizarrón con los nudillos de su mano mientras hablaba de “nuestro pequeño gran país”, sus clases de geografía económica y política, además de hacerte memorizar datos importantes, te hacían razonar y ubicarte en realidades distintas a la propia. Su exigencia te sacaba de foco y hacía que te prepares mejor. Un hábito importante para la vida.

Otra profesora que tenía un gran estándar de exigencia era Pilar Vera, que logró enseñar con claridad, la teoría de la evolución en un colegio católico. Cuando ella llegaba a la clase, todos nosotros nos poníamos de pie y en silencio. Quizá alguno pensará que era demasiado, pero representaba un significativo gesto de orden y disciplina. Pilar fue mi tutora para la monografía de grado que trataba sobre la Revolución Liberal, y siempre le agradecí por estar y por su rigor. Ella aceptaba que te equivoques, pero no aceptaba el engaño. Una importante lección.

Estaba Débora Burgos, mi profesora de lengua, ¡qué claridad mental! Era prístina para dar instrucciones y con la misma claridad demandaba su cumplimiento. Ella nos machacó que hablamos castellano (y no español) y que las cosas hay que llamarlas por su nombre. Débora reconocía el esfuerzo y sabía apreciarlo, y en esa dinámica motivante provocaba dar lo mejor de uno. Ella nos hizo leer, Nada, de Carmen Laforet y Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos. Dos libros, que en años distintos, marcaron fases de mi memoria.

Las profesoras de inglés, Mónica Tamayo y Mary Rojas, y cómo no mencionar a Sonia Rendón y Patricia Mc Teague. Ellas eran como el Ying y el Yang, complementarias, pero Patricia te hacía temblar con tu presencia, con ella no habían errores, solo que cuando te enseñaba Literatura en inglés, su pasión por el conocimiento paralizaba el tiempo. No podré olvidar nunca cuando estudiamos a Henry David Thoreau, lo cito: “I wanted to live deep and suck out all the marrow of life”que en “guayaco” significaba “Sácale el jugo a la vida”, que no llegue la muerte y te des cuentas que no viviste. Patricia me lo transmitió de manera inspiradora.

Y qué mejor enseñanza que ver la labor de la Fundación Nuevo Mundo. Lamentablemente, hoy no continua por problemas financieros. Pero la huella que dejó esa fundación es algo a subrayar, a recordar y a replicar siempre. Ese si era aporte social.

Nosotros éramos meros ocupantes temporales de esos espacios donde se nos dio la oportunidad de que cada uno aprenda lo que quería y estaba dispuesto a aprender. Cuento todas estas historias porque cada uno tiene las propias, y el ejercicio de recorrerlas y verlas desde otra perspectiva siempre nos recuerda quiénes somos en el fondo y cómo vamos evolucionando.

Los profesores, a quienes llamo invisibles porque no tienen monumentos ni grandes espacios donde se valora las huellas que dejan, cosechan invisiblemente el reconocimiento que les damos, por lo tanto ese es un trabajo que hace cada uno, y en mi caso, quise compartirlo como una forma de agradecemiento.

LaRepública

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