Y entonces…

Juan Ignacio Correa

Guayaquil, Ecuador

Entonces el mundo convino en llamar a los ancianos sabios y a los jóvenes ingenuos. Entonces los sabios señalaron patologías si a sus treinta un niño era incapaz de citar a Shakespeare de memoria, leer a Tolstoi sin perder la atención, ordenar por grado de actual influencia las obras de la ilustración escocesa, otorgar a un argumento al menos una cita de Foucault… entre otras cosas.

Entonces a los ancianos se les eximió de probar su sabiduría y pasaron a ser conocidos solamente como “sabios”. Y a la luz de esta deferencia, por su irrebatible condición los sabios habrían de indagar y seleccionar a penas un puñado de criaturas que exhibiesen los grados de conocimientos que ellos valoraban, y que formasen a vos y letra herederos nunca más probados o provocados.

Entonces uno de ellos definió un axioma que facilitaría tal selección, Es de sabios contestar nuestras creencias y actualizar el conocimiento que luego trasladaremos a los retoños de la patria, y porque sabemos que en el mundo de hoy existe poco o ningún espacio para fracasar o peor aún demorar tal traslado a edades maduras, es también de sabios otorgar privilegio a quienes por naturaleza ostentan similares bondades intelectuales. Y los sabios consintieron.

Entonces la predilección se sobrepuso a la prodigiosidad, y se alocaron sin ambages todos los recursos para con su descendencia y también para con los ecosistemas donde escribir sobre Macbeth y hablar de Ekaterina Máslova era útil. Los teatros y las librerías replicaban a la melancolía expresa de los sabios, nos era muy evidente que ninguna de sus pomposas obras purificaba nuestras almas, pues sus escenas o articulaciones tan solo se entendían con ellos. Llegaba una llamada del exterior, y un sabio respondía a su homónimo europeo, Obra fabulosa la que hemos traído, lastima que en este país la gente solo se enseña con la novela.  

Entonces toda cría de sabio sentía asfixia entre las telas de gala que requerían tales eventos, narcosis ante los voces y movimientos indeterminados e inexactos de una puesta en escena de Beckett, inutilidad frente a las pinturas donde sobraba la estética y carecía el sentido. Pero así crecieron, y tras apagarse la última brasa de empatía, comenzaron a evaluar a los demás como sabios, bajo los parámetros de su sabiduría y, asimismo, su llanto y expresión nostálgica construyó teatros, y librerías, y escuelas, y museos, y por adoración a su genealogía, los desaboridos Centros Culturales. 

Casi como la multiplicación de semáforos y agentes, leyes de tránsito y sus lineaciones y letreros, que suelen observar altibajos de accidentes fatales y continua indisciplina ciudadana, crece la necesidad de leer, escribir y adorar el arte cada vez que los problemas sociales se exhiben monumentales…pero tales recetas de signos y símbolos parten de idealizar el comportamiento humano, no de entender el actual comportamiento humano que no obedece a otras tradiciones sino a las nuestras.

Pero las dimensiones que enaltecen nuestras autoridades no son las dimensiones que enaltecen cada una de nuestras vidas. Las suyas son prestablecidas, sus sentidos obedecen a voces arcaicas, que besan sociedades e intelectuales del pasado como si se entregaran al amor verdadero e imposible, y en nuestras pericias encuentran similitudes con las pericias que describiesen sus ideólogos. Pero el Ecuador será un país condescendiente con nuestros sueños siempre y cuando entendamos que esto es Ecuador, sus ciudadanos son ecuatorianos, y aquí los sufrimientos y sus causalidades son particulares.

LaRepública.

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