Abran las escuelas

Esteban Noboa Carrión

Guayaquil, Ecuador

Este título seguramente causará pánico en algunos. Que quieren a nuestros niños muertos. Que quieren a los abuelos de nuestros niños muertos. Que quieren a nuestros profesores muertos. En fin, se esgrimen numerosas frases fatalistas sin sustento alguno que pretenden encuadrar la educación presencial como el peor foco de contagio para esta terrible pandemia que vive el mundo, condenando a nuestros niños a continuar con una educación precaria detrás de una pantalla y a muchísimos otros a no tener tan siquiera educación. Y la verdad es que no es así. Lo que sí es cierto es que estamos difiriendo el desarrollo y la educación de nuestros niños, especialmente de los más pobres.

El informe llamado “COVID-19 y el Cierre de Escuelas. Un año de disrupción en la educación” elaborado por UNICEF en febrero de 2021 da cuenta de las escalofriantes consecuencias que están sufriendo los niños y adolescentes en todo el mundo a causa del cierre de las escuelas. Este informe ubica a Ecuador en el puesto número 12 mundial respecto de los días que llevamos con nuestras escuelas cerradas.

Asimismo, arroja la sorprendente cifra de que 4.5 millones de niños ecuatorianos se han perdido casi toda la enseñanza que normalmente recibirían en un aula de clases. Lo peor de todo esto es que existe arrolladora evidencia en el mundo de que las escuelas no son focos de contagios de COVID-19 y a pesar de ello, las autoridades de nuestro país insisten en mantenerlas cerradas, sin tan siquiera probar con planes piloto y dar la posibilidad de que la asistencia presencial de los niños a las escuelas sea optativa para los padres de familia.

Un estudio de la agencia estadonidense CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) llamado “Resumen científico: Transmisión del SARS-CoV-2 en escuelas K-12” actualizado a marzo de 2021 indica que “Según los datos disponibles, el aprendizaje presencial en las escuelas no se ha asociado con una transmisión comunitaria sustancial.

El informe termina concluyendo que: “La transmisión de COVID-19 en las escuelas está asociada con la transmisión comunitaria. La propagación de la transmisión dentro de las escuelas puede limitarse con la implementación estricta de estrategias de prevención por capas. Cuando las tasas comunitarias de COVID-19 son altas, existe una mayor probabilidad de que el SARS-CoV-2 se introduzca y pueda transmitirse dentro de un entorno escolar. La evidencia hasta la fecha sugiere que cuando las escuelas implementan estrategias de prevención con fidelidad, la transmisión dentro de las escuelas puede ser limitada.”

Otro informe elaborado por el Centro Europeo de Análisis de Asuntos Económicos y Políticos (ECEPAA) denominado “El impacto del COVID-19 en las escuelas de Europa” reconoce cuatro problemas que la educación telemática trae a nuestros niños: 1) La irrupción de los padres y sus directrices en la dinámica profesor-alumno; 2) La dificultad para poder aprender materias prácticas como por ejemplo música o química; 3) Los aspectos psicológicos y sociales de recibir clases e interactuar a través de una pantalla lo cual ha exacerbado la depresión en los niños y adolescentes; y, 4) la completa invisibilización de los niños con capacidades especiales que necesitan una educación especializada in situ.

Se puede seguir citando incontables estudios que demuestran que el cerrar escuelas trae muchos más perjuicios que beneficios a la sociedad en el marco de esta pandemia. Pero lo cierto es que en los países en que las escuelas han reabierto, no hay evidencia suficiente para concluir que estas exacerban la transmisión del COVID-19 de forma significativa.

La transmisión de COVID-19 en las escuelas está directamente relacionada con los contagios comunitarios que está sufriendo una población en un momento determinado. Así, es más probable que haya contagios en escuelas si una comunidad específica está sufriendo un aumento considerable de contagios. A la vez, es poco probable que haya contagios en las escuelas si en la comunidad los contagios han bajado considerablemente.

Esto nos pone en un complicado dilema: podemos abrir las escuelas mientras los contagios no sean altos y cerrarlas al momento en que haya evidencia de que los contagios han aumentado. Por más que suene logísticamente difícil, es mucho más beneficioso para nuestros niños poder acudir a clases presenciales de forma períodica o esporádica a tener permanentemente cerrada esa posibilidad que es lo que ha pasado en el Ecuador desde que nos azotó el coronavirus en marzo de 2020.

Adicionalmente, la dificultad de tomar la decisión de enviar a un hijo a la escuela depende en gran parte del nivel socioecónomico de cada familia. Si en casa se dispone de computadoras y tablets suficientes para que los niños reciban una clase, es mucho más fácil estar cómodo con la educación telemática. El problema radica en las familias que no tienen esa posibilidad. Y en el Ecuador son muchísimas. Nuestro país adolece de una cobertura de internet masiva que provea de este servicio a los más pobres. Asimismo, para padres de escasos recursos es frustrante y muy doloroso no poder proveer a sus hijos de los equipos tecnológicos necesarios para poder conectarse a una clase. Sumemos a todo esto la disponibilidad de los padres para estar en casa o realizar teletrabajo. Muchos no pueden hacerlo.

En el informe antes citado, Unicef ha definido de forma muy oportuna las consecuencias que el cierre de escuelas trae a nuestros niños: “Las escuelas son esenciales para el aprendizaje, la salud, la seguridad y la bienestar. Para los niños más vulnerables, el cierre de escuelas los ha privado de su única comida nutritiva al día; niños viviendo en entornos familiares violentos o disfuncionales que dependen de la escuela para proporcionar un entorno seguro y enriquecedor también han sido cortados de esta red de seguridad. En muchos países, las escuelas también desempeñan un papel fundamental en inmunización y apoyo a la salud.” Desde que comenzó la pandemia hemos visto cómo han reabierto restaurantes, gimnasios, el transporte público terrestre, el transporte aéreo, centros comerciales, hoteles, playas, parques, etc. Mientras que ninguna escuela ha abierto tan solo un día. Esto, a más de ilógico es indolente con nuestra juventud. Muchos podrán interpretar que la indolencia se da al permitir que los niños retornen a clases y los contagios se disparen, pero la evidencia muestra que esto no sucede. Así las cosas, demos una oportunidad a nuestros niños. La apuesta por ellos es una apuesta por el futuro. Que los padres elijan si estos van a la escuela. Cuidemos a nuestros abuelos advirtiendo que sus nietos están yendo a la escuela y evitando el contacto físico. Sigamos vacunando.

Visto lo anterior, no podemos seguir condenando de muerte el desarrollo de nuestras juventudes. El COVID-19 efectivamente puede resultar en una sentencia de muerte pero la evidencia muestra que esa condena no es consecuencia de la reapertura de escuelas.

Nuestros niños ya perdieron un año. No pueden seguir perdiendo más tiempo. Sería imperdonable.

Más relacionadas