Estela Zea de Furlato
Guayaquil, Ecuador
En Ecuador la ley ya permitía abortar a mujeres física y mentalmente impedidas de oponerse a una violación, también a mujeres cuya vida o salud corre riesgo debido al embarazo (COIP, art. 150). Entonces, despenalizar ahora el aborto en caso de cualquier violación puede parecer una falta de capacidad de las autoridades competentes para, en justicia, con fortaleza y templanza, resistir a la presión ejercida por un pequeño grupo de activistas que piden que la mujer, a su sola decisión, pueda optar por el aborto, el cual, por igualdad ante la ley, se lo podría practicar a cualquier mujer víctima de violencia.
Asímismo por igualdad ante la ley, también la mujer casada podría alegar haber sido violada por su marido al haberla obligado al acto, o incluso parejas y/o mujeres inescrupulosas ponerse de acuerdo para abortar con el fin de explotar y comercializar fetos concebidos en sus vientres para lucrar.
Por otra parte, enmascarar la despenalización del aborto con el acto de violación menosprecia el poder ancestral de la mujer de crear relaciones familiares, pues desde la antigüedad ha sido la mujer quien custodia los lazos familiares.
Todo hombre nacido del mismo vientre se convierte hermano. El aborto no empodera a la mujer, más bien le quita ese poder como custodia del nuevo ser humano que vive en su vientre debido a que la decisión de abortar, bajo cualquier circunstancia, es tomada en una situación de pérdida de control, motivada por miedo, vergüenza, dolor, inseguridad o hasta inescrupulosidad.
Facilitar el camino de la mujer hacia la decisión de asesinar un ser humano mientras se encuentra en crisis, dominada por emociones negativas, no parece la mejor opción para protegerla y ayudarla a recuperar su control, su poder, ¡su vida!.
La ley debe proteger al ser en gestación y ayudar a la mujer a recuperar el control, a hacer lo correcto, hasta el momento de su alumbramiento. Y por supuesto darle toda la asistencia médica que necesite, más aún si está enferma mental físicamente y hubiese sido violada. Ese derecho no tiene nada que ver con fe religiosa, sino con el derecho a la supervivencia de la población humana como especie.
Hoy más que nunca debemos ser conscientes que como humanidad somos un «ser colectivo». Aquí la importancia de defender el derecho de reproducción de la especie humana, ¡el cual tiene supremacía sobre todos los derechos y sobre los de cualquier otra especie!
Urge que los nuevos asambleístas del Ecuador resuelvan sobre la sentencia de la Corte Constitucional, revisen la mala interpretación de la ley y analicen la posibilidad de dejarla sin efecto. Solo la Asamblea puede hacerlo. Es hora de que todos sonemos la campana de alerta y tomemos decisiones y acciones por el bien de la raza humana, recordando que la vida de todo ser humano comienza dentro del vientre de la mujer, en el corazón de una madre, y para los creyentes como yo, en unión con Dios.
«La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti». (Prefacio del libro «Por quién doblan las Campanas», de Ernest Hemingway«)