Los pesimistas

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Están en todas partes.

Son los mismos que corrieron en desbandada cuando creyeron que Guillermo Lasso no estaría en la segunda vuelta, y fabricaron mil virtudes a Yaku Pérez para subirse al vuelo a su candidatura.

Son los que no perdieron oportunidad de apoyar el argumento de fraude que, en forma desesperada, esgrimían los Pachakutik al ver que la victoria se les escapaba de las manos.

Son los que a regañadientes apoyaron a Lasso cuando no les quedó más remedio porque su opción de poder desde el inicio era otra. Pero con gran instinto camaleónico, mudaron de piel y se convirtieron en más lassistas que el mismo Lasso, y hoy reclaman airados su espacio de poder enancados en sus “titánicos” esfuerzos.

Los leo a diario, críticos acérrimos de un régimen que tiene quince días de instalado, porque es obligación del Presidente escucharlos, porque según ellos, son lo más importante que hay.

Es fácil reconocerlos. No representan a nadie ni a nada. Se nutren del chisme y de la injundia, dan crédito a todas las malevolencias, vengan de donde vinieren, y pretenden imponer su verdad aunque los hechos digan exactamente lo contrario.

Hoy son anti correistas acérrimos, y creen por tanto que basta tildar al que pasa por al lado de correísta para que el sujeto sea cancelado de cualquier cargo, real o ficticio, y enterrado por su sola palabra.

Y se molestan sobremanera cuando su voz, a la que auto titulan “la voz del pueblo”, no es escuchada por quienes ganaron las elecciones, con un apoyo infinitamente superior al de ellos.

Esta burda forma de sectarismo resulta tan preocupante como intrascendente es la voz de quienes la profesan. Son los que convierten los errores de quienes inician la tarea de gobernar en demostraciones fehacientes de su argumento, y emiten desde ya su sentencia acusatoria sin atender a argumento alguno.

Qué bueno sería que se serenen, y en vez de seguir esparciendo veneno y desinformación al público, se preocupen de entender un poco más los requisitos de suficiencia para un servidor público y un poco menos los odios y ambiciones que los animan.

Porque si raspamos un poco la superficie, encontraremos codicias bastardas, autobombos injustificados, odios mal disimulados y juegos de intereses inconfesables. Y es sencillo demostrarlo.

El objeto de la crítica es siempre un nombre, una persona, no una ideología ni un acto de gobierno. Es el odio a quien ha sido elegido a pesar de sus errores, de su pasado, de la antipatía que despierta su capacidad. Es la frustración porque ha sido elegido por su conocimiento, su preparación, su experiencia y ha salido inmune de la retahíla de calumnias que sus detractores de ocasión se han encargado de sembrar.

Detrás de cada crítica hay una vanidad herida, una ambición insatisfecha y una envidia mal disimulada.

Y es esa mediocridad la que nos carcome como Pais, esa que nos impide mirar los méritos sin estridencias porque preferimos el escándalo, el boato, la figura luminosa del demagogo sobre el perfil sobrio del preparado.

Qué penoso es observar y observarnos. Listos a renegar nuestro pasado porque el presente no nos satisface, y prontos a declarar públicamente nuestra decepción por alguien en el que nunca creímos plenamente pero apoyamos por conveniencias.

Creer que el mandatario está obligado a seguir nuestras directrices so pena de ser condenado por nuestras críticas es un ejercicio pomposo, irrelevante y por demás ridículo.

A través de la crítica destructiva no se hace Pais. Se fabrica estiércol. Urge un cambio de actitud entre tantos improvisados, aspirantes a ministros sin otro mérito que su ego, ambiciosos que pretenden manipular a quien será su jefe o finalmente despedirlo porque no sirve a sus intereses, y no por correista como pretenden publicitar.

Hago votos porque nos serenemos, dejemos los remoquetes continuistas a un lado y nos enfoquemos en lo que en realidad importa, que es apoyar a que el Ecuador salga adelante con sus mejores elementos.

Siempre habrán críticas y errores, sin duda. Pero el magnificar los lunares y olvidar que todos tenemos al mismo país en la piel es un ejercicio fétido y pernicioso.

Olvidémoslo porque forma parte, ese si, de los peores defectos del corrosivo correato, que democráticamente acaba de ser vencido en las urnas por una unión de País, y que no puede ser olvidada por la ambición y el odio de unos pocos oportunistas con balcón propio.

Reunión entre el presidente Guillermo Lasso, ministro de Gobierno, César Monge, y los gobernadores de las provincias del país.

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