Poeta fundido en dramaturgo, el español Federico García Lorca miró, conoció y retrató como nadie el alma femenina en sus mejores obras de teatro, que ahora la Biblioteca Castro recupera en un volumen a cargo del profesor Andrés Soria Olmedo.
El volumen de Castro, coordinado por Soria Olmedo, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada (sur de España), recoge quince textos de Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 1898 – camino de Víznar a Alfacar, 1936).
De esos quince textos destacan aquellos en los que la presencia femenina tiene más fuerza. Son, nada menos, «Mariana Pineda» (1925), «La zapatera prodigiosa» (1930), «Bodas de sangre» (1932), «Yerma» (1934), «Doña Rosita la soltera» (1935) y «La casa de Bernarda Alba» (1936).
Lorca tiene un criterio particular para elegir a sus mujeres: «Siempre les pone un yugo contra el que se rebelan», explica a EFE el profesor Soria.
Pasa con Mariana y su martirio por la causa liberal; con la zapatera a la que obligan a casarse a los 18 con un hombre de 53; con esas Bodas condenadas a la tragedia del amor y la muerte; con esa Yerma que sufre una vida marcada por la esterilidad; con doña Rosita, que padece, en la promesa del amor eterno, la entonces lacra de la soltería; con el encierro de ocho años, disfrazado de luto, de las hijas de Bernarda Alba.
Lorca explicó la naturaleza de su obra dramática, a menudo trágica, diciendo algo muy simbólico: «El teatro es poesía que se levanta del libro y se hace humana».
Granadino hasta la médula, la vida le dio para rodearse de amigos en la Residencia de Estudiantes, para viajar a Nueva York, y para organizar ese proyecto fabuloso que fue «La Barraca», un teatro universitario y ambulante que pretendía renovar la escena española valiéndose de los clásicos como educadores del gusto popular.
Llevó La Barraca por los pueblos de España porque -explica Soria-«no quiso hacer la comedia burguesa que dominaba las salas comerciales de su tiempo, la comedia de salón que no afronta los grandes temas humanos: el amor, la muerte, el paso del tiempo, la opresión y la rebeldía, la fuerza del destino».
Lorca trabaja con la ayuda de Salvador Dalí, Manuel de Falla o Benjamín Palencia. Y tiene dos grandes actrices, sus musas, que lo elevan a los altares: la inmensa Margarita Xirgu en España, y la enorme porteña Lola Membrives, que saca a nuestro autor del modesto Teatro Español de Madrid para llevarlo al apoteósico Teatro Avenida de Buenos Aires.
Su famoso viaje a la Gran Manzana fue decisivo para el futuro de su teatro porque ve abundantes obras de vanguardia y allí escribe, total o parcialmente, «Poeta en Nueva York», «Viaje a la luna», «El Público» y «Así que pasen cinco años», teatro imposible, teatro renovador en la Segunda República Española.
«La casa de Bernarda Alba», para muchos su pieza magistral –elocuentemente subtitulada «Drama de mujeres en los pueblos de España»- es una obra póstuma que se estrena con la Xirgu en el exilio de Buenos Aires el 8 de marzo de 1945, seis años después de acabada la Guerra Civil provocada por la rebelión militar de 1936.
El apogeo creativo de Lorca, «su triunfo más absoluto en el ámbito del teatro –explica Soria Olmedo- se produce en torno al año 1935, tanto en Madrid como en Buenos Aires, apenas un año antes de ser fusilado». EFE (I)