Cementerio

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

Las moscas, igual que los elefantes, tienen sus propios cementerios, a donde, cuando sienten que les ha llegado la hora, se retiran resignadamente a morir. Abandonando a sus numerosas familias – las moscas son extremadamente prolíficas- y sus habituales sitios de operación, se dirigen volando con lentitud a ese espacio abierto que es su última morada. Uno de estos camposantos queda en la ventana que da al primer descansillo de la escalera que conduce al último piso del condominio donde vivo.

La mayoría de moscas yacen esparcidas en la saliente de la pared en la que se asienta la ventana. Las que no alcanzan a llegar hasta allá amanecen tiradas en las gradas de la escalera o en el pasillo que termina en ella. En las mañanas, cuando salgo a caminar, suelo encontrarme con los cadáveres bocarriba o en posición decúbito lateral de las moscas que no alcanzaron a morir según sus tradiciones.

Lo característico de los cementerios de moscas es que los cadáveres que ahí yacen en lugar de pudrirse se momifican. Son, por esta razón, cementerios limpios.

Este momento, veo una mosca moribunda pasear por el cristal de la ventana que mira hacia la iglesia de Santa Bárbara. Ya no le queda mucho tiempo. Camina, se detiene. Sube, baja. Cambia bruscamente de rumbo. Se frota las patas delanteras y se lleva algo a la trompa. Ahora, mueve, cruzándolas, las patas traseras, empeñada en ignorar que no saldrá viva de este sitio.

Una mosca pequeñita, perdida, camina ansiosamente por el cristal. Y, en medio de los cadáveres, trabaja un intruso. Es una araña pequeña, que, cuando me acerco y le toco con la punta de mi esfero, se queda inmóvil, haciéndose la muerta, le presiono un poco más y sale corriendo a uno de los ángulos del marco de madera de la ventana, donde, temerosa, se camufla. Debe de ser una especie de profanadora de tumbas, la “Mariangula” de los arácnidos.

¿Qué hace una araña con el cadáver de una mosca? Quizá, supongo, succionarle los líquidos orgánicos, con lo que, sin proponérselo, contribuye al proceso de momificación del cadáver. En cualquier caso, no se acerca a ella por nada. No hay, en la vida de los animales, actos gratuitos. El ahorro de energía es el principio que regula sus movimientos, incluso aquellos que a nosotros nos parecen arbitrarios.

Una voz interna le dice al elefante que ya es hora, le dice a la mosca que ya es hora. Ellos escuchan y aceptan. Aquí, al pie de la ventana está el testimonio. Lo dejo por escrito y tomo la escoba.

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