La decisión de Ana

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

Ana no es su verdadero nombre. Han pasado ya tantos años, cerca de 25, y no quiero exponer su identidad. Pero nunca he olvidado lo que pasó.

Mi historia comienza una tarde cualquiera en que llegó a mi casa, en Guayaquil, un carpintero a colgar algunos cuadros, y me comentó que estaba buscando trabajo para su hija, que quería pagar sus estudios. Me advirtió que la chica tenía un problema de cojera muy pronunciada y no conseguía trabajo. Le dije que la traiga y ella llegó a mi casa para ayudar con la limpieza de nuestro departamento.

Por un problema de nacimiento, Ana era muy coja. Pero hacía bien su trabajo y no había problemas con ella.

Con el tiempo me fue cogiendo confianza y me hablaba de su familia, de sus problemas, de sus cosas. Algún momento, de pronto, se fue poniendo apagada y tristona y un día que conversábamos me preguntó de improviso: ¿Qué es una violación?

Mis antenitas se prendieron y me quedé confundida, porque no entendía que una chica de 18 años no supiera lo que preguntaba. No sabía si me estaba tomando el pelo, ni a dónde quería llegar. ¿Cómo así me preguntas eso?, le dije, pero se quedó callada y cambió de tema.

Más adelante, volvió con la misma pregunta y le contesté que violación es cuando se fuerza a una persona a tener relaciones sexuales sin su consentimiento. Pero no sabía ni siquiera si ella, que lucía bastante ingenua, sabía lo que era eso.

Más adelante, creo que ya cuando se le empezaba a notar el embarazo, me dijo que un viejo de su barrio la había violado y que estaba encinta. Me preguntó sobre abortar. Yo le dije que era peligroso, pero que por su problema físico, dar a luz también sería muy complicado. Yo soy pro vida. Le di mi punto de vista, pero le dije que la decisión tendría que ser de ella, que lo pensara. Que la íbamos a apoyar y que si quería tener el bebé, nosotros, mi esposo y yo, la apoyaríamos en todo.

Ana decidió tenerlo. Y poco a poco fue cambiando de ánimo, empezó a ilusionarse, a comprar ropita, y a estar asustada, pero contenta.

Dio a luz mediante un parto natural y fue muy difícil. La niñita nació perfecta y fue la adoración de Ana. Siendo tan joven, era como su muñeca. La niña era bonita y muy lista. Vivió con nosotros hasta que la bebé tenía un año y nosotros nos fuimos a vivir a otra ciudad.

Nunca voy a olvidar el amor y la felicidad de esa madre con su hijita, pese a sus terribles circunstancias. Todo salió lo mejor de lo que se podía esperar y estoy segura que estén donde estén seguirán amándose tiernamente como al principio.

He recordado esa historia después de escuchar a amigas mías discutir apasionadamente el veto parcial del Presidente Guillermo Lasso a la Ley de Interrupción del Embarazo por Violación aprobado por la Asamblea Nacional.

Me acordé también del horrible caso del «Monstruo de Cleveland», que salió a la luz en 2013, sobre un conductor de bus de esa ciudad en Estados Unidos, que había secuestrado en distintas fechas a tres mujeres, Amanda Berry, Gina De Jerez y Michelle Knight, a las que mantuvo cautivas durante diez años, durante los cuales las esclavizó sexualmente, y las mantuvo encadenadas, amordazadas y apaleadas. Las mujeres fueron embarazadas y obligadas a abortar, menos Amanda Berry, que tuvo una hija con él.

Hasta que un día se le durmió el diablo al monstruo, y ellas lograron escapar.

Yo seguí las noticias horrorizada y me impresionó cuando me enteré que lo primero que hizo Amanda Berry, cuando vio la oportunidad de escapar fue poner a salvo a su pequeña Jocelyn, la hija que tuvo con el violador.

Esto me asombró muchísimo, porque pensé que no querría a la hija que tuvo con su verdugo.

Encontré la misma reacción materna en otro caso conocido en 2008, tristemente célebre, del “Monstruo de Austria”, Josef Fritzl, quien secuestró en un sótano a su propia hija, a quien violó durante 24 años y le hizo siete hijos, que al mismo tiempo eran sus nietos.

Durante el juicio le preguntaron a la hija qué quería después de haber vivido esa tragedia. Ella contestó: “Yo lo único que quiero es no volver a ver ese hombre en toda mi vida”. Y luego partió con sus hijos a un lugar seguro.

Estas tres historias, una de las cuales la presencié yo misma, me hacen pensar que una madre sí puede querer a un hijo producto de una violación, pese a la terrible tragedia sufrida. A fin de cuentas, la criatura no tiene la culpa de nada, y debería poder tenerla si así lo desea. Entiendo también que no la quiera. En ese caso, otra opción es que pueda darla en adopción sin las terribles trabas burocráticas que hoy en día dificultan tal decisión, y que puedan entregar a su niño en un termino razonable.

Después de todo, como escribió Khalil Gibran, “Tus hijos no son tus hijos/ Son hijos e hijas de la vida/ Deseosa de sí misma/ Vienen a través de ti/ Pero no te pertenecen…”

Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle Knight. / AP

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