Los cubanólogos de café con leche

Yoani Sánchez

La Habana, Cuba

Se les detecta a la legua. Nada más bajarse del avión empiezan a soltar frases como «ustedes no saben lo que tienen aquí», «la vida allá afuera es muy dura» o «con este sol para qué quieren más». Mientras dicen cosas por el estilo, se toman algunas fotos en los lugares turísticos más manidos, se beben un mojito a la salud de algún guerrillero y publican en redes un par de fotos con el azul del mar como fondo.

Los cubanólogos de café con leche vienen a explicarnos nuestro propio país y a convencernos de que aceptemos aquí lo que ellos no soportarían que ocurriera en el suyo. Con acento foráneo y títulos académicos que nadie puede comprobar que tienen, se paran sobre el pico de su ego y nos hablan como si fuéramos diminutas hormigas que no entienden la necesidad de inmolarse por un bien mayor. Nos echan en cara que nos cueste sacrificarnos para que ellos puedan señalar en un mapa y decir que en esta isla del Caribe se instaló «la utopía».

Cuando una escuálida mujer les pide algo de comer en la terraza de un lujoso restaurante de La Habana Vieja, les aseguran que el gluten es pésimo para la salud y que lo mejor es no ingerir carnes rojas, mientras en el plato se les desborda el chuletón y unas rebanadas de baguette recién horneado. Son los mismos que acusan de vándalos y violentos a los manifestantes del 11 de julio en Cuba, mientras azuzan la quema de autos policiales en sus ciudades y han lanzado más adoquines que flores en su vida.

Los cubanólogos de café con leche nos cuestionan por qué nos quejamos de los cortes eléctricos si los apagones ayudan a prolongar la vida del planeta; lamentan que insistamos en tener un suministro de agua potable cuando podríamos beber con el cuenco de la mano en los ríos (no saben que la mayoría de los arroyos del país están contaminados o secos) y nos espetan que somos unos quejicas por reclamar zapatos para nuestros hijos cuando el contacto de los pies con la tierra resulta lo más recomendable para la energía… la salud y otras teorías por el estilo.

Les encanta acercarse al poder. Tienen una fascinación especial por que los inviten a una recepción oficial, les permitan hablar en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y les enganchen alguna condecoración en la solapa. Porque estos supuestos expertos en la Isla nos consideran niños inquietos y descarriados, que no sabemos valorar lo que tenemos, y a los que hay que tratar con mano dura, durísima. Les gusta que los dictadores les ayuden a mantener la colorida viñeta del paraíso que publicitan en sus transmisiones por Facebook o TikTok.

Nada le molesta más a un cubanólogo de café con leche que su propio objeto de estudio lo desmienta. Como en aquella jornada que la gente salió gritando la palabra «Libertad» a las calles de la Isla, o las cifras crecientes de los que se lanzan al mar para escapar de este sistema o cuando los pacientes muestran a través de imágenes y testimonios el profundo deterioro del sistema de Salud Pública. Eso les causa un hondo malestar, porque su tesis de doctorado no está pensada para incluir todas las posibles variables, sino una sola e incuestionable conclusión.

Los cubanólogos de café con leche han ido disminuyendo y cada vez resultan más patéticos. Una vez los hubo premios Nobel, reconocidos artistas e ilustres profesores. Pero con el paso del tiempo, tal ocupación se ha vuelto tan penosa e insostenible que han ido desertando en masa, para refugiarse en el silencio o encauzar su «talento» hacia otras geografías. Pero aún quedan algunos, lastimosos y dañinos.

La española Ana Hurtado y el mexicano Jerónimo Zarco, de visita en Cuba la semana pasada, invitados por el régimen. (Twitter/@Ana_Hurtado86)

Más relacionadas