Elogio de los defectos y las nostalgias

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

Decía Aristóteles que el arte imita a la vida.

Estas letras son un elogio para quienes hacen de la vulnerabilidad su fortaleza. Para quienes en medio del caos disciernen un orden que nadie más ve. Para los que tienen una prudencia que nace del amor, no del deber ni de las expectativas. Para quienes dominan las técnicas y conocen las reglas (como profesionales) solo para poder romperlas (como artistas). Para los que saben poner sus propias prioridades. Para quienes la bondad es primera que la belleza. Para los que, aún tratándose de la suya, no mezclan la categoría de “opinión” con la de “verdad”. Para quienes consienten en que su arte imite a la vida, pero que jamás tratarían a su vida como a una obra de arte. 

            Estas actitudes que hoy, de forma implícita, se ven como debilidades (quizá por el miedo a la autonomía) son en realidad fortalezas, dignas de toda admiración. Lo que sucede es que pocas veces se elogia a lo que no se condice con los cánones culturales y estándares sociales que, de facto, se espera que impregnen a la persona. Más seguido de lo que se piensa, ahí donde convencionalmente se señala un defecto existe en realidad una virtud.

Es, de hecho, en la ausencia de tendencias uniformistas e igualadoras donde hay un germen de libertad en el corazón humano. ¿Y quién es esa gente defectuosa pero libre de los convencionalismos? Aquellos que tienen deseos intensos, nostalgias que son tales que sólo pueden realizarse trascendiendo el campo de “lo que se supone que debo hacer” y aferrándose a lo que su inteligencia y su corazón les piden.

Nostalgias, dijo en su momento Dominique Goutierre, de superar el mal, de una libertad absoluta, de una luz sin declive, de un reposo sin lucha, de un silencio sin palabras, de una elección recíproca, o de un amor sin traición. Dicho de otro modo, deseos a cuya satisfacción nos acercamos sólo aceptando la inconformidad frente a lo que la sociedad nos ofrece por default y con lo que nos dice que deberíamos anhelar.

Por ello, bien por quienes tienen el defecto de no encajar y la virtud de seguir sus búsquedas interiores de absoluto. Loados sean los defectos y valoradas las nostalgias.

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