De lo personal y lo político

José Gabriel Cornejo R.

Quito, Ecuador

Belén se casó hace veinte años con un hombre maravilloso. Poco después, la mejor noticia de su vida, el embarazo de una niña, llegó con cierta dosis de amargura. Sacar adelante el embarazo traería un riesgo a su vida, pues Belén padecía de insuficiencia renal. No vaciló ni un segundo. Hoy su hija tiene 20 años, pero  las complicaciones que enfrentó desde el día mismo de su nacimiento no han cesado.

Hace tiempo, Belén casi pierde la vida en terapia intensiva. Luego, requirió de un trasplante de riñón que se logró con éxito. Poco después, el sistema ecuatoriano de salud pública falló doblemente: discontinuó la medicina y le daba remedios que no cumplían con lo prescrito en el esquema de tratamiento. Ahora, casi no puede moverse y está a punto de recibir un segundo trasplante. Todo indica que deberá enfrentarse nuevamente al mismo calvario y sin garantía de éxito.

Es duro escribirlo, pero lamentablemente se trata de una historia real, como la de miles de ecuatorianos. Y los ejemplos son varios. Padres deshechos porque el presupuesto de medicinas no contempla la adquisición de la que puede salvar la vida de un hijo; economías familiares trastocadas por el elevado costo de los remedios que solo se consiguen de forma particular; enfermos catastróficos que no tienen más opción que la autoexplotación laboral, con sus consecuentes desequilibrios emocionales que contribuyen al avance de la enfermedad.

Quien se duele o experimenta en su propia persona o familia estas situaciones sabe que la política -aun cuando casi siempre logra decepcionarnos- será todo menos irrelevante. Pero, la apatía ante el aspecto político de los dramas sociales es cada vez más usual. Seguramente, es la consecuencia de la evidente desconexión entre la clase gobernante y la persona común. No parecería exagerado decir que, en estos tiempos, la representatividad es un mito, y quedamos tentados a suponer que la democracia es solo otra desastrosa forma de gobierno (si a esto que tenemos se le puede llamar democracia).

Lo público es, de hecho, agobiante y hay que admitirlo. Despertar una mañana y leer repetidamente sobre movilizaciones infructuosas, nuevas crisis carcelarias, e inverosímiles escándalos políticos. O terminar la tarde con las indignantes imágenes de violencia por parte de una “representante del pueblo”. Constatar que el debate más importante en la Asamblea no se trata de una ley, sino de quién ocupará su presidencia. Es tal el absurdo que nos hemos amortiguado.

Sin embargo, mientras valoremos lo personal, no podemos desentendernos de lo político. No porque se trate de una actividad noble o un ideal. Es simplemente que nos importa el familiar enfermo que no tiene medicina, el niño que necesita educarse bien, el que no falte trabajo en la casa, ni el pan en la mesa, o el poder salir a la calle sin miedo. Mientras los asuntos más básicos de nuestra vida estén en juego, no podemos darle la espalda a lo público.

Dignidad y Derecho

Ronnie Aleaga, como testigo de la posesión de Virgilio Saquicela como Presidente de la Asamblea Nacional. Constatar que el debate más importante en la Asamblea no se trata de una ley, sino de quién ocupará su presidencia. Es tal el absurdo que nos hemos amortiguado.

LaRepública.

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