Populismo

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

Entiendo por populismo la sacralización de la idea de pueblo para usos políticos. ¿Quién es el pueblo? El Dios que ha bajado a la Tierra hecho hombre, y en la Tierra ha sido negado, traicionado, humillado, juzgado, condenado, sacrificado.

Miles de veces lo han asesinado y miles de veces ha resucitado. Y cada una de sus resurrecciones ha provocado un cataclismo. Sus profetas y sacerdotes anuncian y preparan su regreso. Es el Dios de la espada, el Dios de la ira, el Dios de la venganza. Terminada su estancia en la Tierra, que dura lo que un estallido, se disgrega y divide en miles y miles de partículas: las partecitas de Dios que nadie sabe distinguir cuando ruedan solas por la calle, tan parecidas las unas a las otras, tan olvidables, tan anodinas.

El día de su advenimiento, otra vez reconstituido, el miedo abrirá los ojos de quienes lo ignoraron y los obligará a ver. Verán, entonces, las partículas juntas en un puño: la masa divina que veneran políticos y profesores.

El Dios bajado a la Tierra se llama Nosotros. Nosotros en acción se llama Tumulto. Su paso por el mundo se llama Destrucción.

Como Nosotros es un organismo, una totalidad de componentes indistintos, su ámbito no puede ser el de la ciudadanía, que se refiere a individuos, sino el de la clase o el de la etnia.

Los sacerdotes y profetas del pueblo no aman a su Dios; lo engañan, y Él, aficionado a los halagos, como todo ser supremo, se deja engañar por ellos, que lo único que quieren es su poder, el poder absoluto de la masa, no sujeto a límites ni restricciones. De eso trata su discurso: de la ausencia de límites de la masa en movimiento y de la inaplicabilidad, a la masa, de la ley. Es “La fe en el caos”, como se lee en un muro de Quito, pues en el caos todo se revuelve y ellos pueden pescar una pieza de cien kilos. Gracias al caos, los que están abajo pueden terminar arriba, y los que están arriba pueden caer.

La esencia de Tumulto es el movimiento a la manera de los tornados y las avalanchas. Por eso odia lo establecido y la estabilidad. Sus exigencias son inaplazables, y su hambre tan urgente que devora los frutos sin madurar.

El reino del populismo es el reino de lo inmaduro, de lo que termina antes de cumplir su ciclo de vida. Sus criaturas nacen y mueren al instante, sin haber tenido la oportunidad de crecer. Simples conatos de lo público, sus obras no aspiran a resolver un problema de interés común, sino a la popularidad.

En Nosotros está la verdad: una verdad inmanente, sin referencias al mundo exterior. De manera que quien dice “Nosotros” la revela, y oirá el que quiera oír, y verá el que quiera ver.

El que no reconoce la verdad es infiel o hereje. Para ellos se ha hecho la Inquisición: una de las instituciones fundamentales del populismo. Los adoradores y aduladores del pueblo la necesitan para mantener en orden su Iglesia y para separar a los fieles de los que no lo son. ¿Fieles a quién?  A “esa colección mixta de algunos pocos discretos y muchos tontos”, como definía al público John Stuart Mill.

Un Dios tonto. Adoradores de un Dios tonto. No tiene la menor importancia, porque lo que los populistas adoran es su fuerza, su capacidad para la destrucción. ¡Cómo los emociona el incendio, cómo los vidrios rotos, las puertas destrozadas, los escombros, cómo los heridos y atemorizados!

¡Populistas del mundo, uníos! A calentar las calles nuevamente. Que empiece la diversión.

Manifestantes indígenas llegan al parque de El Arbolito, en Quito, el 30 de junio de 2022. API- CESAR PASACA

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