La Habana, Cuba
Un hombre descamisado planta cara a funcionarios y policías para evitar que confisquen las balsas con las que un grupo de residentes en El Cepem, Artemisa, quieren largarse del «paraíso socialista» cubano. Una mujer se sienta frente a su teléfono en Santiago de Cuba y lanza una ácida crítica contra las tiendas en divisas. Un anciano recorre las calles de San Antonio de los Baños gritando consignas contra Miguel Díaz-Canel. Horas antes de aquellas acciones, ninguno hubiera creído que se convertiría en líder, nadie los hubiera señalado como cabecillas de la indignación en esta Isla.
Por décadas, los cubanos han estado esperando a unos protagonistas ungidos que enfrenten directamente al poder y, al estilo de Juana de Arco, lleguen a inmolarse si fuera necesario por la causa de todos. A la espera de esos mesías arrojados y magnéticos, muchos ciudadanos han aparcado su propio accionar cívico. Los reclamos desde fuera y dentro de las fronteras nacionales para que aparezcan esos caudillos decididos y autoritarios, temidos por el oficialismo y queridos por el pueblo, fascinantes y buenos oradores, han demorado también el cambio en este país.
Sin embargo, la vida ha demostrado que el líder surge allí donde lo fuerzan las circunstancias, que el protagonismo pasa de unos a otros según lo imponga la realidad. Ese jefe momentáneo es el mayor quebradero de cabeza ahora mismo para el régimen cubano, que, cuando termina de apagar la llama de la rebeldía en una zona del país, le aparece otro fuego popular más sofisticado y fuerte. En El Cepem, una comunidad pobre en las cercanías de la playa de El Salado, se le sumó este lunes otro problema al castrismo, carente él mismo de figuras carismáticas y de soluciones para los problemas nacionales.
Un hombre, con un discurso que roza las cumbres filosóficas y que no dice una sola obscenidad en su alocución, ha golpeado en el corazón al sistema cubano. «Si no nos quieren, porque somos una comunidad ilegal, si no cabemos en este país porque nuestro salario no nos alcanza para comprar en las tiendas en divisa, si no hay petróleo para que las termoeléctricas funcionen», entonces «déjennos hacer con nuestras vidas lo que nosotros queramos», reclama este padre de una bebé de ocho meses ante la cara estricta de funcionarios y policías.
Micrófono en mano, mientras otro residente de El Cepem sostiene en su hombro la bocina a través de la cual se escucha su voz llana y firme, este hombre despliega todas las artes de un verdadero líder: convoca, aúna, protege y enfrenta a quienes quieren hacerle daño a su grupo, a su barrio. ¿Cómo se llama? ¿Dónde aprendió todas esas verdades que lanza como flechas argumentales, certeras e irrebatibles? No es necesario saberlo. Ya la policía política le inventará un pasado a la medida de las campañas de fusilamiento de la reputación a las que tanto han apelado en más de 60 años. Pero, por unos minutos, él fue el líder indiscutible del desespero nacional.
Dejemos de seguir esperando a «la voz». Cualquiera de nosotros, en el momento dado, puede ser cacique, director, rector, general o presidente.
- Yoani Sánchez es periodista independiente cubana. Su texto ha sido publicado en el sitio que ella dirige, 14yMedio.