La teoría del rejo

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Cada vez más, el mundo va camino a parecerse a un inmenso hato de animales semi-racionales manipulado por avivatos que, prevalidos de su poder tecnológico, económico o político, quieren imponer sus criterios al resto de forma arbitraria y generalmente inconsulta.

La aparente libertad de expresión que ha logrado la civilización actual, la proliferación de redes digitales y de diarios virtuales se ve contrarrestada por los caprichos y los complejos de los jovencitos multimedia que pretenden regular al resto a través de normas subjetivas y pedestres.

Su pequeña y liviana concepción del mundo no les permite entender la diferencia entre una broma y un abuso, entre un dicho y una amenaza, entre el erotismo y la pornografía. Muchachitos de escasos veinte años, cuya única meta es llenar de dinero a sus empresas a través de la venta de datos personales, están a cargo de limitar la libertad de expresión de quienes han transitado por la vida con un bagaje amplio de experiencias y sabiduría. O más grave aún, es la inteligencia artificial la que toma esas decisiones, basada en la información superficial y hueca con la que le nutren, con algoritmos y palabras prohibidas según el gusto del dueño.

Estos descriterios llevan a situaciones tragicómicas y cantinflescas, que permiten y aplauden el tráfico sexual encubierto pero condenan a políticos que no concuerdan con sus ideas, dan apertura a fanáticos y fanatismos pero se escandalizan cuando se dicen las cosas por su nombre y se señalan a grupos humanos por su raza o proveniencia.

Esta sutil forma de supremacía y encajonamiento, que les da libertad para catalogar y etiquetar a las distintas etnias según su conveniencia, es utilizada para bombardear a la clientela con los temas que son de su interés, tales como propaganda, grupos de interés, sugerencias subliminales o frontales, y se molestan si el usuario las rechaza o las tilda de irrelevantes.

Esta pequeña nota, que por supuesto no tendrá mayor efecto ni torcerá los designios de los jerarcas de la comunicación, expresa mi protesta y mi rebeldía ante el afán de subyugar al público en base a criterios y prejuicios sin base, que únicamente sirven para levantar más barreras y finalmente crear una jerarquía inaceptable a nombre de lo “políticamente correcto“.

El que se impida interactuar, opinar o compartir ideas racionales, no fantasiosas ni perversas, y por otro lado se permita espacios a calumniadores y delincuentes es inaceptable en un espacio libre y democrático. No hay rol posible ni justificaciones para el “gran hermano“. Cada cual es dueño de su conciencia y de su censura individual. Para ello existe el buen criterio.

El hombre ha sido, es y será mucho más que un número dentro del rejo que otros pretenden imponer para su beneficio exclusivo. ¡Ténganlo claro!

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