¿Quién gana con la salida de Carrillo?

María Paula Romo

Patricio Carrillo Rosero le dedicó al Ecuador casi 40 años de vida profesional en la Policía Nacional. Primera antigüedad el día que se graduó como oficial y primera antigüedad el día que salió de la Policía. Con una gran formación académica, respetado -a veces temido- por sus compañeros policías, y con fama de hacer posible lo imposible. Estuvo encargado de las zonas más violentas y las tareas más difíciles, transformó la policía comunitaria, desarrolló un sistema de indicadores para medir el trabajo de la policía y anticiparse a través de las estadísticas del delito. Fue el primero en llegar y el último en irse en el terremoto de 2016 en Pedernales.  Ya como General condujo personalmente el operativo de desalojo de miles de mineros ilegales en Imbabura, el operativo de rescate de 50 policías secuestrados en Calderón; y, en pandemia, recorrió el país de esquina a esquina, visitando a los policías desplazados a 458 puntos de control durante el confinamiento. En medio de un intento de golpe de estado, en la pandemia, o mientras la Policía descubría un robo de 1.000 millones de dólares de sus fondos de retiro, lideró con ejemplo y convicción.

Cuando pudo haber escogido dedicarse a un merecido descanso, a su madre, su esposa, sus dos hijos y su pequeño nieto, aceptó regresar para servir nuevamente al país. Asumió el Ministerio del Interior en un momento muy complejo: diez meses de política de seguridad insuficiente, con una crisis de convivencia nunca antes vista  y una gobernabilidad debilitada. La violencia criminal tenía síntomas peores: masacres carcelarias e incremento en todos los indicadores del delito, en especial sicariato y delitos vinculados al narcotráfico.

Antes de su llegada, se decide escindir el Ministerio del Gobierno cometiendo un gravísimo error: esta cartera de Estado -originalmente encargada de seguridad, policía y gobernaciones- recibió hace algunos años como apéndice a la Secretaría de la Política; en lugar de desandar este camino y volver a separar la cartera que había sido anexada, el Gobierno decidió un sinsentido: extraer el Ministerio del Interior como si éste hubiera sido el apéndice o el accesorio secundario. Debilidad de origen para la institución y total carencia de herramientas para el flamante ministro responsable de la tarea más importante en el Ecuador, la seguridad. Al momento de su salida, cinco meses después, aun no se ha culminado la creación del Ministerio del Interior mientras el Ministerio de “Gobierno” de manera increíble tiene diez veces más funcionarios que el Ministerio que tiene en sus manos la seguridad de todos. (¡!).

Para su primer día como ministro, tenía ya enemigos jurados: aquellos que enfrentó en su carrera de policía, los que están envueltos en el robo de los fondos del ISSPOL, y aquellos que procuraron el golpe de octubre de 2019 y que su profesionalismo ayudó a frustrar. Enemigos ruines, sin escrúpulos, pero mientras Carrillo los enfrentaba, otros sectores creyeron que era posible llegar a acuerdos con ellos.

A estos enemigos se sumó rápidamente el crimen organizado al que Carrillo asestó golpes estratégicos desde el inicio. Enfocado en inteligencia e investigación pasó de buscar pequeños infractores a desarticular grupos criminales. En agosto de este año los sistemas de inteligencia reportaron que una de las cabezas de “Los Choneros” habría dado la orden de atentar contra su vida. Decidió no hacerlo público ni suspender sus actividades.

En junio del 2022 “paro indígena”, bloqueos y anarquía. Carrillo fue la voz y la mano firme del gobierno para manejar la situación.   Su conducción de la seguridad y el orden público durante esos días de caos fueron un nuevo pretexto para la ofensiva de los nuevos aliados políticos: por un lado los que nos ofrecen escoger entre “comunismo indigenista o barbarie” y el de la famosa foto de la  piscina con la que nos mostraron, al desnudo, la alianza entre el crimen organizado  y la política.

Este ataque sistemático y perfectamente articulado entre sectores criminales y sus brazos políticos y de propaganda llegó a su punto más alto cuando un psicópata, de profesión policía, asesina a su esposa y con sangre fría pretende encubrir su crimen. Este asesinato, cometido al interior de un recinto policial, se agrava por una lista de omisiones, negligencias y complicidades que tendrán que ser investigadas y sancionadas en todos los niveles. En el dolor de una familia y la indignación de un país, encontraron su argumento final los interesados en reducir a su mínima expresión la política de seguridad. La tormenta perfecta, una crisis mal manejada y un desenlace que le da un triunfo (ojalá momentáneo) al crimen organizado y sus corifeos.

El General Patricio Carrillo.

Más relacionadas