«Argentina, 1985», una película que todos debemos ver

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

Digo que esta película argentina protagonizada por Ricardo Darín la deberíamos ver todos porque nos ayuda a entender y profundizar en los complejos procesos que ha atravesado y atraviesa nuestra América Latina.

Es la historia de un hombre argentino normal, de clase media, a mediados de la década de los ochenta. Julio César Strassera, un funcionario público, que está contento con su vida, su trabajo y su familia, hasta que un día, inopinadamente, le cae del cielo el proceso del siglo en Argentina: en su calidad de Fiscal deberá acusar de crímenes de lesa humanidad a la poderosa Junta Militar, en virtud de un decreto del presidente Raúl Alfonsín. Era el más importante juicio por violaciones de derechos humanos después de Nuremberg, y esta vez lo realiza la sociedad civil.

La barbarie perpetrada en las décadas de los setenta y ochenta por las dictaduras militares en el Cono Sur me horrorizaron durante mucho tiempo. Una de las cosas que más me llamó la atención fue la forma cómo las sociedades se acomodaban a la tragedia. Yo tenía 23 años cuando viaje a Chile con unas amigas y recuerdo que le pregunté a un taxista sobre lo que pasaba. «Señorita», me dijo. «Aquí no pasa nada. Aquí los únicos que hacen problema son los abogados».

Strassera era abogado. Ni bien se supo que habría lugar al juicio contra la junta militar argentina, comienzan las amenazas de muerte. El “establishment» trata de arrinconarlo. Y lo peor, el juez duda de su capacidad de llevar a cabo una tarea que reconoce superior a su fuerzas.

La historia y la leyenda nos muestran personajes así. Son personas comunes, a las que, sin ellos buscarlo, la vida los enfrenta de pronto a enormes desafíos. Héctor se vio obligado a ir a la guerra para defender Troya. Antígona no fue capaz de dejar insepulto a su hermano condenado por el rey a ser pasto de la aves de rapiña. Sí, hay circunstancias en la vida en las que el destino nos pide cosas que nos resultan imposibles de lograr, pero ante la inevitabilidad de los acontecimientos, no nos queda más que apechugar.

Respecto a esto, hay una frase que me vino a la memoria del fundador del Movimiento Católico de Schoenstatt, el Padre José Kentenich, quien decía que: “Dios siempre escoge instrumentes pequeños y débiles para que no quede duda que la obra es de él«.

Strassera era pequeño y débil. La tarea era inmensa. La película cuenta cómo este abogado y sus ayudantes lograron condenar a los más sanguinarios y crueles violadores de derechos humanos que ha conocido América Latina, solo con las armas de la ley, su inteligencia y su honestidad.

Tal vez porque soy abogada, he ejercido el derecho 30 años, y conozco muy bien la burocracia, esta película me dejó con una canción feliz en el alma. Porque demuestra que el poder de unos pocos valientes, resueltos y con ganas, pueden realmente cambiar la sociedad y el mundo en que vivimos.

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