Tomen partido

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Nada más espinoso y complejo que topar temas que provocan escozor e incomodidad en el resto. Pero hay que hacerlo, para desmitificar y reencontrarse con las palabras y su verdadero significado. La obsesión por ejemplo, es aquella intensa sensación que lleva a admirar, perseguir y aplaudir sin reservas lo que consideramos perfecto e inasible.

Pero, una mirada exterior llena de prejuicios la deforma, la esquematiza y la retuerce, convirtiéndola en en algo enfermizo y cargado de odios. Los convencionalismos sociales convierten palabras en pecados mortales según la óptica del observador, el afectado y su círculo. Nos acostumbramos a juzgar desde la óptica de los afectados, mas no de los actores del hecho.

La palabra amante por ejemplo, ha sido deformada y denostada en largos periodos de tiempo, a pesar que su etimología significa » el que ama «, sin juicio de valor intrínseco ni repudio. Pero nuevamente, una sociedad sedienta de epítetos la margina, la desprecia y la asimila a los más bajos instintos. ¿ Porqué ? Porque rompe en su mente una regla socialmente aceptada y defendida desde muchas facetas por un grupo humano devorado por la culpa y los temores.

Sin embargo, la obsesión es un motor extraordinario. Despierta sentimientos y esfuerzos creativos hasta lograr fines que, sin ella, serían muy difíciles de lograr.

Colon, Alejandro Magno, Miguel Ángel, Van Gogh son apenas unos ejemplos de esa necesidad de transcender que se convierte en un motor de vida.

De igual manera, la palabra amante es probablemente la más hermosa expresión acuñada para definir a dos seres que, sin otra atadura que su pasión mutua, entretejen una relación que los expone a la crítica, el resentimiento y el odio de propios y extraños. Bien pueden criticarlos, motejarlos y convertirlos en símbolos de escarnio, que si su sentimiento es genuino, esas críticas sólo servirán para unirlos más.

Existe por supuesto la visión negativa, la evaluación del daño a terceros, el dolor de los afectados, pues la ruptura a lo establecido que sígnifica ese bofetón despierta el morbo y la curiosidad, amén del juicio de valor que implica, pero no es menos cierto que esa es una decisión de pareja, íntima, personal e indelegable, y no importa cuántos litros de tinta o de saliva se derramen al respecto, seguirá siendo una decisión que, en última instancia, les pertenece solo a ellos.

Los humanos tenemos que acostumbrarnos a topar temas espinosos sin obligarnos a tomar partido, a respetar las decisiones ajenas sin morbo ni poses moralizadoras, sin sentirnos obligados a profundizar y determinar motivos, y respetar las palabras por su esencia sin dotarles de un tono burlón y educativo, o deformarlas en el idioma diario hasta convertirla en una caricatura de su significado original. Quizás allí volvamos a topar temas conflictivos con generosidad de alma y no con la crueldad que se ha vuelto hoy un determinante de la vida diaria.

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