¿Generalizar es justo?

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Me pregunto cuál es el fin morboso que lleva a determinados columnistas a extasiarse con la corrupción y el dinero como únicos determinantes de la cosa pública. Para ellos, no existe otra explicación que la ambición por el vil metal para explicar la lentitud y la falla en muchos trámites judiciales y políticos. Todo lo resuelven con dinero y por lo tanto el dinero es lo único que cuenta (para ellos).

Esta antojadiza visión de la administración pública no hace sino acrecentar las dudas sobre todo funcionario estatal, les permite desarrollar versiones rocambolescas en las que la corrupción y el dinero mal habido resuelven cualquier ecuación.

Nadie se salva. Según ellos, desde el Presidente de la República hasta el conserje son unos deshonestos personajes que están allí únicamente para desvalijar a los electores crédulos y ratificar las sospechas de los escritores de marras.

Pero, generalizar es siempre equivocarse y conlleva un sesgo perverso y maloliente.

A pesar de la indudable corrupción del régimen correísta y afines, y de otros anteriores, no es posible acusar a todos sus funcionarios de corruptos.

A pesar de la indudable venalidad de varios jueces, no se puede acusar a la función judicial de corrupta.

A pesar de las sospechosas relaciones de varios legisladores, no cabe meter a todos en el mismo universo de corrupción.

Quienes así proceden, por diversos motivos, sea de lucimiento personal, sea de ambición insatisfecha o simple afán de escandalizar, hacen un tremendo daño a la institucionalidad y por ende al País.

Sospecho que quienes así actúan lo hacen por resentimientos personales, sea porque sus intachables hojas de vida no han sido tomadas en cuenta, sea porque su mente abriga mucha podredumbre insatisfecha, sea por ambiciones inconfesables.

“Quien tiene la sospecha, tiene el defecto“ dice un refrán italiano, que calza perfectamente para estos personajes que semanalmente inundan las redes de odio, suspicacia y acusaciones genéricas al prójimo.

Es sencillo ubicarlos por lo demás. Son ex candidatos a dignidades que no fueron elegidos, ex funcionarios de dudosa trascendencia, resentidos por antonomasia o fabuladores profesionales.

En sus ratos de ocio, que son bastantes, se dedican a la ingrata tarea de esparcir odio con ventilador como falaz aporte a un País al que no soportan y al que le tienen resentimiento, por no escuchar sus admoniciones ni hacerse eco de sus denuncias.

Penosa tarea por lo demás, pero a la que alimentan gracias la ignorancia de la masa, siempre ávida de escándalos y de afirmaciones que ratifiquen su pesimismo y antipatía con el sistema.

Una lucha efectiva contra la corrupción tiene que ir más allá de las denuncias sin sustento, de las investigaciones pseudo periodísticas con bandería política definida, y tiene que demostrar credibilidad y confianza por parte de las autoridades encargadas de ejercer estas investigaciones. Es necesaria una información oportuna y transparente, que no deje espacio para la elucubración ni la maledicencia, sino que explique claramente los motivos, los montos y las recuperaciones logradas por la justicia luego de los sonados escándalos de corrupción que nos relatan semanalmente. El silencio de las autoridades es un pésimo precedente, que permite entretejer muchas versiones frente a la falta de información confiable y oportuna.

Transparencia es la palabra. Aplíquenla con rigor para evitar las generalizaciones, las calumnias y las consecuencias funestas de la falta de credibilidad en las instituciones y en sus funcionarios, que se ha convertido en una constante en estos tiempos.

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