Los mequetrefes

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Son inevitables e incómodos. Para empezar, porque se parecen tanto a esos roedores cuya única función en la vida es hincar el diente a cualquier superficie sólida e inatacable para intentar dañarla con su función destructiva y subterránea.

Se creen elegidos para una guerra santa en la que, cobijados por el discurso purificador de sus líderes, podrán saciar sus amarguras y sus aversiones.

Generalmente, son personas sin identidad propia, presas de vicios incontrolables, con vidas quebradas, que encuentran refugio en el grupo para ocultar su vacío personal.

No soportan el éxito ajeno, y aborrecen a quien no comulga con sus obsesiones. Se fabrican una historia propia en la que no hay errores ni dobleces. Los demás son traidores, vanos, inmorales y codiciosos.

Niegan la evidencia y solapan las picardías de los suyos mientras se ensañan contra los que perciben como enemigos, porque no entienden de adversarios.

Peligrosos y fundamentalistas, se consideran dueños de la verdad y censores de todo lo que se opone a sus intereses.

Si su líder lo ordena, se humillan y callan, obedientes hasta el punto de alabar a aquel que ayer insultaron sin piedad, y preparados para volverlo a agredir si el líder lo demanda.

Son incapaces de conciliar discurso alguno, de comprender que el adversario puede tener argumentos valederos, de cambiar de opinión, porque la inquina los ciega. No han entendido nada de la política pero creen saberlo todo. Aparecen y desaparecen, se ocultan en el anonimato o se inmolan públicamente porque creen que sus agresiones personales van a castigar al objeto de sus rencores, aunque solo logran arrancar una sonrisa de conmiseración en su objetivo.

Peones de brega de sus astutos líderes, son carne de cañón en los enfrentamientos, se arrastran para conseguir cualquier prebenda y se consideran insustituibles.

No pueden contestar con argumentos así que recurren al ataque personal, a la descalificación y al insulto. Es que creen que hurgar en los excrementos del resto los saca del bacín en que viven.

No entienden cuán patético es su papel y cuán ridícula es su presencia. Pero allí están. Los leemos y los escuchamos a diario, con infinita pereza.

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