Guayaquil, Ecuador
Un amigo cubano, querendón del Ecuador, me recordaba el otro día que la dictadura castrista lleva 64 años en el poder en Cuba. ¡Sí, 64 años! Llegaron el 1 de enero de 1.959 y no se fueron nunca. En Cuba no hay democracia, que va. Las paredes de La Habana están manchadas de sangre provenientes de los fusilamientos a los opositores. El Caribe se llenó de lanchas repletas de exiliados que prefirieron ahogarse antes de continuar viviendo en Cuba.
La gente, a través de los años, ha salido de Cuba. No ha entrado. Por tanto, ¿qué es lo que respalda el socialismo del siglo XXI en Cuba? ¿Un ideal? No. Un negocio simplemente. Una industria que le trae enormes ganancias al pequeño grupo de “accionistas” de la isla, que tiene como esclavos al otro 95% que no tiene ni internet.
Parecida cosa ocurre en Venezuela. El chavismo, representado por Hugo Chávez primero y por Maduro después, ya lleva 24 años gobernando. Tibisay Lucena se encarga de contar los votos cada vez que Maduro decide postularse. La inflación en Venezuela es del 538% anual. A pesar del “paraíso venezolano”, Rafael Correa no vive en Caracas. Vive en Bélgica.
Daniel Ortega tiene 16 años en el poder. En una casi perfecta imitación de Anastasio Somoza, que alguna vez le contestó a una periodista que le preguntó “¿cuántas haciendas tenía en Nicaragua?” y le respondió “una sola: se llama Nicaragua”, ha convertido también el país en su hacienda. Ha purgado la religión, la prensa, la oposición, los partidos, etc. El país lo maneja una sociedad conyugal enloquecida, que hasta le quita la nacionalidad a quienes no piensan como ellos. Ya mismo les quitan también el nombre.
En ese espejo debe mirarse el Ecuador. Porque eso es lo que puede ocurrir acá. Bajo el manto de mentiras cobijadas en “hashtags” como “#loscorruptossiemprefueron ellos”, “#cuantodañotehanhechoPatria”, y otras frases demagógicas, se esconde el deseo de recuperar el poder, pero no por cuatro años. Para nada. Para quedarse 40.
A Lenin Moreno se le debe el retorno del país a la real democracia. A la alternabilidad. Porque la esencia de la democracia es justamente eso. Los regímenes alternativos, no los eternos. Está bien oponerse a Lasso y hacer de la oposición una herramienta para las próximas elecciones. Eso es legítimo. Pero los partidos democráticos, esto es el socialcristianismo y la izquierda democrática así como varios movimientos independientes pueden estarse convirtiendo en los “Kerenskys” ecuatorianos al hacerle el juego a un movimiento totalitario como lo es UNES y el indigenismo representado por Leonidas Iza, que tienen en la lucha de clases y el enfrentamiento social sus banderas de lucha.
Porque eso hizo Correa: enfrentar “pelucones contra descamisados” en un país de características liberales donde las libertades heredadas de Alfaro marcaron el destino de la república durante muchos años.
Hoy se escucha con frecuencia a periodistas, dirigentes empresariales y políticos expresarse con dureza contra el presidente Lasso. Está bien. Todos tenemos ese derecho. Pero reflexionemos si la desestabilización política puede traer como consecuencia la legitimación de los 10 años de Correa, llenos de abusos, restricciones a las libertades, actos de corrupción y contratos a dedo, de modo tal que en un eventual retorno de los brujos se promueva la anulación de sentencias y la eliminación de la alternabilidad a través de una futura reforma constitucional.
Con lo cual a lo mejor no regresan para cuatro años sino para quedarse cuarenta. Como los Castro. Como Maduro. Como Ortega. Mucho tiempo.