La candidata de los borregos y el lobo

Carlos Jijón

Guayaquil, Ecuador

Debe haber sido la primera vez que el entonces candidato presidencial por el correísmo, el entonces exvicepresidente Lenín Moreno, perdió la paciencia ante los periodistas: uno de ellos, creo que de Teleamazonas, le preguntó directamente que si ganaba las elecciones iba a gobernar él o Rafael Correa.

Moreno es un hombre apacible, pero ante la duda se indignó de mala manera y la entrevista terminó a gritos. Unos tres días después pidió disculpas, pero dijo que el reportero lo había ofendido, dejó muy en claro que, si ganaba las elecciones, gobernaría él y que si alguien lo dudaba lo estaba insultando. En realidad, lo hizo, pero en ese entonces no le creyeron ni los correístas.

Tampoco se lo creyó nadie a Andrés Aráuz, que no lo desmintió nunca con el mismo énfasis que Moreno, pero que posó de autónomo, y permitió que se filtre la idea de que pudiera ser otro Moreno (un “traidor” para decirlo en las palabras de la nueva candidata del correísmo, la doctora Luisa González), a tal punto que perdió la candidatura que con tanto orgullo exhibió.

Lo de Luisa González es ya un extremo nunca antes visto en la Historia del Ecuador. No es que sea la primera vez que un líder político imposibilitado por alguna causa escoge a un candidato para que lo sustituya. Al final de la década de los setenta, vetado por los militares, don Assad Bucaram candidatizó a Jaime Roldós y no dudó en difundir el estribillo de “Roldós a la Presidencia, Bucaram al Poder”.

Y yéndonos un par de décadas más atrás, Camilo Ponce había sido el candidato impulsado por Velasco Ibarra para triturar las aspiraciones del opositor Raúl Clemente Huerta, en 1956. Sí, sí: alguien probablemente recuerde la frase aquella de que “O el Frente me tritura a mi, o yo trituro al Frente”.

La Historia demostraría luego la talla de estadistas de esos hombres que llegaron al Poder impulsados por unos tutores.

Pero el sacarse de la manga una candidata sin ninguna trayectoria (al menos visible, o recordable), que ha llegado a caricaturizar a sus votantes como unos borregos, y que no ha dudado en insistir, casi ante cada micrófono que le ponen enfrente, que su líder y mentor, el expresidente Correa, será su asesor y la ayudará a gobernar, o gobernará por ella, eso no se había visto antes en esta república.

En realidad, la candidata no es ella, sino Correa. Puesto que no había nadie dentro de su entorno que al menos se le asemeje en popularidad, escogieron alguien que no tiene ningún problema en aceptar que, de ganar, ella asumiría la Presidencia pero no el Poder.

Y que su estadía en Carondelet no sería sino un paso dentro del plan de retorno de su líder máximo. Habilitar el camino para que Correa no solo regrese al país, sino al poder. Y que, de acuerdo al modelo, ya instaurado por Nicolás Maduro en Venezuela, o Daniel Ortega en Nicaragua, probablemente no se vaya nunca.

Entenderlo es importante. Quizás no tanto para el desarrollo de esta campaña electoral, protagonizada por unos candidatos que, aturdidos por la violencia imparable, parecen no haber captado el peligro que corre la democracia. Sino sobretodo para una sociedad que probablemente deberá defenderse a sí misma de los embates del autoritarismo, y cuya principal tarea, si quiere vivir en libertad, será la de escoger o formar un líder político que enfrente al correísmo en las elecciones de 2025.

La candidata correísta Luisa González, en una foto difundida en su cuenta de Twitter, el 27 de junio de 2023.

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