
Guayaquil, Ecuador
El gobierno que elegiremos el 20 de este mes tendrá muy corta duración. Cuando se instale, el presidente tendrá que nombrar más de cien ejecutivos del más alto nivel, quienes deberán empezar desde cero, como siempre ocurre con los cambios de gobierno.
Se sabe que los primeros meses se van en ponerse al tanto de la administración y de cómo funcionan las cosas. El ritmo de la burocracia estatal es lento, nunca rápido como quieren los ejecutivos. Los burócratas saben que los ministros se van y ellos se quedan. Son los verdaderos dueños del país y sin su colaboración los esfuerzos son vanos o se diluyen en el tiempo.
Les quedará un año o menos porque en los últimos meses se impondrá la costumbre del pato cojo. La vida discurre a través de sí misma y de repente el gobierno se acaba.
Por lo cual es bueno tomar las promesas electorales como lo que son: palabras. Pero hay algo que es urgente y esencial para todos: la seguridad de las personas y las actividades productivas. No podemos seguir a expensas de la voluntad de los jefes criminales de las distintas mafias. Ellos son dueños de la vida de los ecuatorianos porque desde sus apartamentos dentro de las cárceles dictan sentencias de muerte, contratan sicarios y han creado este clima de zozobra que puede volverse un infierno como Haití o un Estado represivo como El Salvador.
Hemos llegado a tener miedo de todo, vivimos peor que en cualquier tiempo anterior y el temor es como una masa gelatinosa que nos oprime. En aquel país, según informa la prensa internacional, cualquier persona puede ser encarcelada por la fuerza pública, sin fórmula de juicio y por la mera sospecha de que es parte de las “maras” criminales. El arresto significa caer en esos infiernos semidesnudos que son las cárceles salvadoreñas.
El gobierno de Lasso hace lo posible para resolver el problema que es más grande que cualquier gobierno. Nosotros éramos un país de paso de la droga que producen en Colombia. Pero ya también somos alquimistas. Los mercados de consumo crecen sin medida y los gobiernos de los países hedonistas y ricos no hacen nada eficiente para disminuir el consumo de drogas y nos dejan a nosotros los trabajos sucios, la represión, los asesinatos entre pandilleros, las muertes de sicarios o inconformes, de quienes tuvieron el infortunio de estar cerca de las balaceras. Si el consumo no disminuye, la oferta seguirá aumentando y con ello la producción, el transporte y los muertos.
Parece que estamos en un callejón cuyas salidas son destrucción y muerte. Es el tiempo de las autoridades honestas, enérgicas, firmes en su decisión de abatir la principal causa de las desgracias actuales. Hay que reconocer que solos no podemos. Somos un eslabón de la cadena. El problema es mundial y tiene que ser afrontado y resuelto por las organizaciones internacionales como la OMS, la UNESCO y la ONU, empezando por nosotros mismos. Un delito universal necesita una jurisdicción global, y la unión de todos.
Para la CNEL: su servicio es pésimo y caro. Hace pocas semanas un apagón duró mas de tres horas. Ninguna autoridad dice nada, nadie pide disculpas ni da explicaciones. ¿Hasta cuándo?
