Bogotá, Colombia
Un triunfo arrollador y una derrota demoledora son las características de estos dos eventos electorales, que tienen muchos elementos en común, pues en ambos se juega el futuro de la democracia; Colombia y Venezuela, ambos tienen que ver con el bien más por preciado que tiene la humanidad, la libertad.
Ya se ve la reacción del tirano con el palazo que recibió de los venezolanos al declarar ilegal las primarias a través de un Tribunal Supremo de papel que solo obedece las órdenes del líder mafioso de ese país. Como si esas primarias fueran parte de un proceso normal desarrollado en condiciones de democracia. No, fue un increíble hecho político de valor y de libertad de los venezolanos.
En Colombia falta esperar la verdadera reacción de Gustavo Petro ante los adversos, para ser generosos, resultados electorales del pasado domingo. No va a ser parecida a los de su discurso en la noche del domingo, sino a su verdadera personalidad, que siempre florece en Twitter. Que se amarren los pantalones fiscales, Fico en Medellín, Andrés Julián en Antioquia y Eder en Cali, pues no va a ver ni un peso del Gobierno nacional. En gran medida, la decisión de Maduro con esa muestra de independencia del electorado venezolano y la de Petro con la de los votantes en estas ciudades va a ser la misma, con la diferencia de que una se da en una dictadura mafiosa, mientras la otra se va dar en una nación democrática e institucional.
Pero más importante es lo que viene para ambos países, pues ni Maduro va a aceptar lo que pasó hace dos domingos, ni Petro va a aceptar lo que pasó hace apenas unos días. El ego y la vanidad de los dos, sumados a la libertad del mafioso venezolano, no les va a permitir que un mensaje de esta naturaleza de los electores en ambos países genere la reflexión sobre un posible cambio en la actitud prepotente que ambos tienen frente a sus ciudadanos.
Los alcaldes y gobernadores de Colombia, y esa inmensa mayoría de ciudadanos que mandaron un mensaje clarísimo al presidente, van a tener que luchar cada centímetro de libertad para evitar la destrucción del sistema de pensiones, de salud y de economía libre que son hoy un objetivo aún más prioritario para Petro.
Comienza esta batalla en el Congreso, donde hay que hacer un gran esfuerzo para visibilizar a los congresistas liberales, conservadores y de la U que van a vender su voto, hoy además más costoso y por lo tanto más rentable, para aprobarle a Petro su destructiva agenda. Se deben atajar los egos de quienes ya se sienten candidatos presidenciales, o, peor aún, presidentes, como Germán Vargas, de Cambio Radical, y María Fernanda Cabal, del Centro Democrático, pues la batalla contra Petro apenas comienza.
Es una gran equivocación no analizar los resultados del domingo pasado con serenidad y con mesura. Desentenderse de la personalidad vengativa y anclada en el odio y el resentimiento del presidente es darle oxígeno a quien hoy lo necesita. Como anillo al dedo cae la frase de ese gran líder liberal colombiano Benjamín Herrera, quien en un momento de tremendas dificultades dijo: “La patria por encima de los partidos”, y de la vanidad personal, habría que añadir. Antes del 2025 no se puede pensar en ese tema, pues lo que viene va a ser muy complejo. A este desierto aún le quedan dos años y medio.
En Venezuela llevan 25 años de desierto y por fin aparece un oasis: María Corina Machado. Maduro y su corte mafiosa ya mostraron las cartas, ahora le toca a María Corina mostrar las suyas. Fortalecer su acción pública y su capacidad de convocatoria es fundamental. El costo de su inhabilitación, o de lo que pueda pasar para que ella no llegue al poder, debe subirse exponencialmente. María Corina hoy es la dueña de la Venezuela opositora y debe manejar cualquier negociación con Maduro, llámese Mexico o Barbados. Este querrá volver a impulsar a sus alacranes -así le llaman a los opositores que se vendieron, como Capriles y Rosales- y por eso María Corina debe recoger al resto de oposición que hoy quedó en su mínimo nivel.
Es temprano para jugar las cartas, pero desde ya los líderes exiliados y los expresidentes aglutinados en el grupo Idea tienen que hacer subir el costo de la inhabilitación de María Corina en Estados Unidos y en Europa. No es un tema de comunicados de apoyo, no, es una labor de lobbying, de presencia constante en Washington, en Bruselas y en las capitales europeas para que no se avance un milímetro; es decir, no soltar un dólar si no hay verdaderas condiciones de libertad. No es soltar unos presos aquí o allá; es más, frente a un evento político como el de las elecciones del pasado 22 podría comenzar a hablarse de un gobierno consensuado de transición sin Maduro, quien, obviamente, debe tener garantías para su salida.
María Corina, quien ha luchado desde hace 20 años contra la dictadura, tiene la paciencia para esperar y la sabiduría para actuar. No sé si ella va a llegar a ser presidenta de Venezuela -ojalá que sí-, pero sí tiene en su mano la capacidad de conducir a su país de nuevo por el sendero de la democracia. Toca saber cuándo y cómo jugar, y ella lo ha hecho en estas dos décadas, para obtener el premio mayor, que en este caso es la libertad para Venezuela. Eso le cabe en la cabeza a esa gran líder latinoamericana en la que se ha convertido María Corina.
Los pueblos de Venezuela y de Colombia dieron un gran ejemplo cuando los convocaron. Como sucedió hace más de 200 años, cuando se unieron para darnos la independencia. A Maduro y a Petro eso los tiene sin cuidado. Uno ya expulsó a una tercera parte de los ciudadanos de su país y le importó cinco. El otro va en el mismo camino, ya se han ido de Colombia 500 mil ciudadanos, y la verdad le importa un bledo. Ojalá los líderes demócratas de ambos países estén a la altura del momento.